06. ¡Espera!
Pandora Harper
No hay ni un sólo ápice de fuerza en mi cuerpo cuando abro los ojos. Me palpita dolorosamente la cabeza, siento mis piernas débiles y ni siquiera tengo el valor suficiente de intentar estirar de las cuerdas que atan mis manos.
—Buenos días, bella durmiente.
Parpadeo un par de veces, visualizando a Bruno Hernández. Está apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y su ágil mirada puesta en mí.
—Jódete —gruño.
Él ríe entre dientes, pareciendo divertido por mi actitud. Aprieto los puños con rabia pero relajo los músculos cuando siento un dolor punzante atravesarme los brazos por la presión de la cuerda.
—Has sido difícil de atrapar, ¿sabes? Pensé que escaparías.
—Escaparé —le aseguro. Mi voz ni siquiera trastabilla, llena de seguridad. Internamente, dudo un poco más de eso, pero Hernández no tiene por qué saberlo. Bruno sólo ríe y quiero con toda mi alma pegarle una paliza.
—Me gusta tu seguridad, niña —sonríe de lado y se separa de la pared, acercándose dos pasos en mi dirección. Su mano vuela a mi mentón, levantándome la mirada hasta sus ojos. Enfadada, alejo mi cara de su mano—. Pero eso no será bueno para lo que queremos hacer contigo. Necesito que seas un poquito más suave el día de tu presentación. ¿Podrás hacerlo?
Frunzo el ceño, ¿presentación?
—¿De qué demonios hablas?
—¿Ahora sí quieres escucharme? —sonríe tranquilamente y se aleja de mí otra vez, yendo hacia la puerta— Descansa un rato, Pandora, lo necesitas. Ordenaré que te bajen algo de comida.
—¡Muérete, hijo de puta!
Pero mi voz choca contra la puerta de metal cuando la cierra en mis narices. Gruño, enfadada, y me remuevo bruscamente intentando deshacerme de las cuerdas que rodean fuertemente mis muñecas. Paro cuando veo que no conseguiré nada y que mi piel arde dolorosamente. Observo a mi alrededor, es la misma habitación en la que estuve antes.
La puerta se abre, llamando mi atención. Un hombre, al que no había visto antes, entra a la celda con aires burlones y un bocadillo y una botella de agua en la mano.
—¿Qué hay? —me saluda. Parpadeo lentamente, asimilando sus palabras y con ganas de darle un golpe.
Lo dice con tanta naturalidad, como si no tuvieran a una persona atada a una silla en un sótano roñoso.
—Soy Lucas, encantado —sonríe de lado, dejando ver un hoyuelo en su mejilla izquierda—. ¿No vas a decirme nada? Bruno dice que eres muy habladora.
Me mantengo en silencio, fulminándolo con la mirada y deseando que resbale y se abra la cabeza contra el suelo.
—No seas arisca, bonita. Te traigo la comida.
Estira su brazo, dejando ver el bocadillo y la botella de agua. Mi boca saliva y mi estómago gruñe con desespero.
—Agárralo, anda. Te prometo que no está envenenado.
Ruedo los ojos, resoplando.
—¿Cómo quieres que coma con las manos atadas, imbécil?
—Ay, es verdad —se ríe—. Pero no vayas a correr, ¿eh? Carlos nos estuvo contando su experiencia contigo.
Miro la puerta, que está completamente cerrada, y luego enfoco los ojos en su bolsillo dónde sé que está la llave. También noto que tiene tres cuchillos y una pistola sujetos a su cinturón. Saca el cuchillo y lo dirige con rapidez hasta la cuerda que ata mis muñecas, cortándolas. Un suspiro de alivio se escapa de mi boca cuando siento la sangre volver a correr por mis manos.
—Toma, come.
Cojo el bocadillo lentamente, mirándolo de forma atenta. No creo que haya ningún tipo de veneno en él, al fin y al cabo, me necesitan viva. Quito el papel que lo envuelve y doy un bocado lento, saboreando el alimento. Es jamón y está bueno. O tal vez yo tenga demasiada hambre. También le doy un largo trago a la botella de agua, calmando el dolor de mi garganta por la sed.
Miro con calma al hombre frente a mí. Parece joven, de hecho, hay un aire juvenil en sus ojos color avellana. Tiene el pelo ondulado en un tono café y completamente despeinado. Su cuerpo es muy fuerte, por supuesto, y parece saber qué hace en todo momento a pesar de sus movimientos aparentemente despistados.
—No eres un simple soldado, ¿verdad?
Él ladea la cabeza, mirándome con diversión.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Llamas a Hernández por su nombre.
—¿No puedo tener una buena relación con mi Don?
—No a no ser que seas alguien poderoso.
Se mantiene un tiempo en silencio, con los labios apretados y la comisura levantada en una mueca graciosa.
—Eres astuta, ¿no? —me encojo de hombros, sin responder— Soy el actual Comandante del Cartel.
Entrecierro los ojos. Un Comandante es alguien de un rango alto, por lo menos en Italia, así que no entiendo bien por qué él está haciendo algo tan simple como llevarle la comida a una rehén.
—¿Y por qué estás aquí? ¿Tan importante soy?
—¿Bruno no te lo ha explicado? —me devuelve la pregunta, aunque este parece saber perfectamente que no tengo ni idea del motivo por el qué estoy aquí.
—Yo no tengo la culpa de lo que hizo mi padre, Lucas —uso su nombre, intentando de alguna forma ablandarlo. No lo consigo, por supuesto.
—Nadie nunca tiene la culpa de lo que hace su padre —resopla con burla—. Come y duerme un rato, Pandora. Nos veremos luego.
Se aleja de mí, dando media vuelta y encaminándose hacia la puerta cerrada. Me levanto con prisa de la silla, notando mis piernas débiles.
—¡Espera! —pido. Él detiene su marcha, con la mano casi en el pomo. Parece pensar qué hacer, aunque sólo le lleva unos segundos darse la vuelta lentamente para mirarme.
Ni siquiera lo pienso mucho, simplemente me limito a actuar. Agarro con fuerza el respaldo de la silla y la uso para golpearle en seco. La tabla se parte en su cabeza y él cae al suelo en un ruido sordo, un charco de sangre brotando a su alrededor.
Mi corazón palpita violentamente contra mi pecho cuando me agacho hasta su cuerpo y le quito la llave del bolsillo. También agarro la pistola, comprobando que esté cargada. Nunca he usado una, pero he visto cómo las usan muchas veces. No debe ser complicado.
Troto hasta la puerta y, con el arma en guardia, abro la puerta y salgo a toda prisa. Bien, joder, bien. Esta gente no sabe dónde se está metiendo.

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ZORRA (Mafia Mexicana 1) PAUSADA
Romance«Zorra». Así es como me han llamado siempre. No lo veo mal, en realidad. Simplemente es una prueba más de lo escurridiza e inteligente que soy. Sin embargo, por diferentes problemas, la zorra termina metiéndose en la boca del lobo. Una lucha entr...