Carmín y Henrey

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Henrey había llegado a mi casa hace un rato. Trajo dulces, helado y mecatos, y decidimos ver una película. Pusimos Las del Tesoro; ya habíamos terminado la primera y estábamos por la mitad de la segunda.

Él parecía muy concentrado en la película; se veía hermoso. Yo estaba perdida en mis pensamientos. Ayer terminé un libro: fue un intento de leer una novela independiente, pero la verdad no me gustó para nada. La relación de los protagonistas era súper incómoda. A veces tenían problemas, pero seguían como si nada y no los hablaban; además, no se conocían prácticamente nada.

El libro fue muy específico, tanto que me hizo compararlo con mi relación con Henrey. Siempre que estamos hablando tranquilamente, alguno de los dos hace una pregunta, y si no respondemos se vuelve incómodo. Claro, nos conocemos hace aproximadamente cuatro meses; no sabemos mucho del otro y no tenemos tanta confianza.

Después de pensar un rato, tomé el control y apagué el televisor, volteándome a ver a Henrey.

—Henrey, no está bien que sigamos como si nada; hay que hablar las cosas.

Él me miró y asintió.

—Pero nuestros problemas son que no queremos contarnos cosas de nuestras vidas. No lo arreglaremos solo porque lo digamos.

Tenía razón. Hice un mohín y me quedé pensando en algo; tenemos que contarnos cosas de la vida del otro, pero que no sea incómodo si uno de los dos no quiere responder.

Detuve mi mirada en un tazón de gomitas que Henrey había comprado. Según él, eran nuevas, de la marca de Estefan, y parecían deliciosas cuando las compró. Pero, cuando las probamos, la verdad es que sabían horrible. Eran de diferentes colores y sabores, pero en realidad eran gomitas asquerosas. El empaque de atrás decía algo como "Regálaselas a alguien que te caiga mal".

—Espérame aquí.

Le dije y me levanté del mueble. Subí las escaleras hasta mi habitación, busqué entre mis cosas y saqué una baraja de cartas con preguntas personales. Volví a bajar las escaleras, las puse en la mesa y serví más de esas gomitas en el tazón antes de sentarme en el mueble de nuevo.

—Juguemos a algo —Henrey me miraba con curiosidad. La verdad es que siempre que me mira tan atentamente, me pongo nerviosa—. Cada uno tendrá derecho a hacerle una pregunta al otro, la que sea, y si la persona no quiere responder tendrá que comer cinco gomitas.

—¡¿Cinco?! Eso es un montón. Si de por sí una sabe horrible...

Reí por su reacción.

—Lo sé; ese es el punto, para que no quieras evitar responder.

Aunque soy yo la que más oculta cosas, y estoy segura de que eso pasa por su mente; sin embargo, ninguno de los dos lo menciona. Revolví las cartas y las puse en la mesa de enfrente.

—Empieza tú.

Le dije y se acercó a la mesa y sacó una carta. Luego la leyó en voz alta.

—¿Quién fue tu primer beso?

Enarqué una ceja; esa pregunta era muy conveniente. Volteó la carta para que viera que era en serio.

—Fue Félix, antes de que tuviera pareja. Sabía que en algún momento me tocaría besar a alguien, y preferí que fuera un amigo antes que algún tipo recién conocido.

Vi un atisbo de desagrado en la expresión de Henrey, pero lo ocultó rápidamente. Tomé una carta y la leí.

—¿Qué es lo más ilegal que has hecho?

¿Es en serio? A él le toca una pregunta interesante y a mí una aburrida y, además, súper obvia.

—Mmm... de hecho no sabría decirlo. Las normas de la Dimensión Uno son muy diferentes a las del resto de dimensiones, en especial porque aparentemente hay problemas de locura, así que muchas cosas que serían ilegales en tu dimensión aquí son normales. Aunque supongo que... asesinar.

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⏰ Última actualización: Oct 27 ⏰

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