Recuerda que vas a morir. Parte 4.

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La frenética carrera de Brian había llegado a su fin. Se encontraba en un enorme cruce entre avenidas, en pleno centro de la ciudad. Estaba rodeado por edificios de oficinas, centros comerciales, hipermercados, restaurantes y su objetivo, la Torre Escarlata. Esta se mostraba reluciente a sus ojos mientras el circuito arcano, que apenas podía entrever ni usando sus nuevos sentidos a plena capacidad, continuaba acumulando energía a través de la estilizada aguja de su cima...

Se acercó caminando despacio, admirando la intrincada arquitectura de la misma y que le había valido el calificativo de la Octava Maravilla del mundo moderno. El edificio estaba cerrado, pero las puertas se abrieron en cuanto las tocó y un par de asombrados vigilantes se levantaron desde un mostrador repleto de monitores de vigilancia. Con sus nuevos recuerdos había llegado información sobre cómo usar a fondo sus habilidades, así que hizo estallar la iluminación de toda la planta. Mientras los guardias se refugiaban de la lluvia de vidrios rotos y chispas, subió a uno de los ascensores y puso la mano sobre el panel de selección de piso. Sabía que a las últimas plantas solo se podía acceder con identificación biométrica y que al ático no había ningún acceso, ni siquiera escalera. Su propietario auténtico no lo necesitaba. Hizo que se activara y lo llevara hasta el último piso practicable, a sabiendas de que allí lo aguardaría un pequeño ejército de guardias bien pertrechados.

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Dimas observó desde la azotea como el incendio se extendía por los almacenes cercanos. No había forma de saber qué podía haber guardado allí, así que la posibilidad de que comenzaran a producirse explosiones en breve era muy real. Observó con inquietud al tal Kaleb, de la misma forma que había observado a la enorme mujer con la que lo vieron dialogar. Bueno, en realidad no lo observaba igual: aquella mujer era mucho más interesante y era la primera vez que veía a una desnuda por completo en mucho tiempo. Sin tener que pagar, al menos.

Tenía claro que Kaleb era tan poco humano como aquellas otras cosas. En cambio, el tal Eneas parecía un tipo decente. No sabía por qué, pero había algo en él que le inspiraba confianza. A cierto nivel, le recordaba a Kevin, que no se iba a creer nada de esto en cuanto se lo pudiera contar... o quizá sí. Todo había llegado a un punto en que o lo aceptabas tal como venía, o te volvías majareta. Y su «madre» continuaba correteando por ahí fuera, en pelota picada, haciendo a saber qué barbaridades.

Eneas estaba finalizando su relato, que había resultado aún más brutal e irreal que el suyo, que ya había desgranado frente al alto, melenudo y siniestro tipo gótico con el que estaban reunidos. Así que decidió que ya era hora de intervenir.

—A ver, no es por nada, chicos, pero deberíamos aligerar y salir de aquí cuanto antes si no queremos acabar en la barbacoa. ¿Nadie se ha dado cuenta de que estamos rodeados por las llamas? Porque yo estoy sudando como un cerdo y los pies ya me chapotean dentro de los zapatos.

Eneas se había quedado con la palabra en la boca, contestando a Kaleb sobre el paradero de Brian y no sabía si reír o llorar ante lo que no tenía claro si era valor o descaro por parte de aquel hombrecillo...

—Dimas... —comenzó a decir.

—Déjalo. Tiene razón: permanecer aquí por más tiempo carece de sentido —declaró Kaleb poniéndose en pie—. Tengo que localizar al chico y lo haré más rápido si lo hago yo solo. Refugiaos, los dos. Donde ya sabes.

Eneas lo contempló de hito en hito y Kaleb intuyó la pregunta implícita en su silencio.

—No tengo intención de dañarle, no temas. —Y volviéndose hacia Dimas:

—Entiendo que tu casa no es segura en estos momentos. Te ruego que acompañes a Eneas y aceptes mi hospitalidad. Vuestro papel por esta noche ha finalizado, pero el amanecer puede traernos noticias funestas y creo que es hora de reunir a todos los actores de este pequeño drama y tener una larga conversación. Pero eso será mañana.

Morir Otra Vez Edición DefinitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora