| Mes seis | XXIV

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El sexto mes un accidente ocurrió.

Luego de la larga y tortuosa estadía de Mónica en las frías montañas de Mérida, María Corina y ella planeaban reencontrarse a las afueras de la editorial. La ocasión, sin embargo, no era tan romántica como ambas lo habían planeado.

Llevarían a Mercedes a una revisión médica. Había contraído un terrible resfriado debido al frio, así que Mónica decidió hacerla revisar cuando su padre sugirió que cuidara de la enferma mujer su hija mayor.

-. ¿Sabes dónde está Cristian? -, le preguntó Gabriela, una nueva compañera, antes de que la escritora lograra salir de la oficina. Su cabello rojo resaltaba en el suelo pulido -. Salió hace unas horas a comprar algo, pero no regresó. El jefe está preocupado. Incluso ha dejado sus cosas.

-. ¿Ya has intentando llamarlo?

-. No contesta. También le escribí a Marian, pero ella sabe tanto como nosotros.

Marian y Cristian no tenían una relación oficial, pero era claro que había química entre ellos. Desde que Sara y él habían terminado no lo había visto sonreír tanto como lo hacía al estar la chica a su lado.

-. Realmente tengo que irme, Gabriela. Mónica me espera.

-. Lo sé. No quería preocuparte. Seguramente se ha quedado dormido, o el tiempo se le ha pasado un poco.

-. Es lo más seguro. Ya conocemos a Cristian.

Pero, por esa misma razón, María Corina presentía que algo no estaba bien.

-. ¿Puedes mantenerme informada, Gaby?

-. Por supuesto. Si ese idiota regresa incluso le daré unos cuantos golpes de tu parte.

-. Me agrada la idea.

Rio al darse media vuelta, y, justo cuando estaba por irse, Gabriela volvió a llamar su atención.

-. ¿Realmente sigues siendo virgen con una novia tan sexi, Cori?

María Corina rodó los ojos. Su nueva compañera era una idiota, al igual que todos en la editorial.

Mónica la estaba esperando a las afueras de la editorial recostada a su auto y con un cigarrillo en la boca. Usaba un vestido lila, además de zapatos a juego. Dos vendas decoraban sus muñecas, y el maquillaje que llevaba era menos intimidante que el de siempre, ni hablar de su cabello. Ahora totalmente laseo y perfecto flequillo.

Más que alegrarla, le dolió verla.

No había esperado a una Mónica tan diferente. No había esperado un cambio de ese tipo.

-. Realmente tengo la novia más hermosa del mundo -, fue lo primero que la pintora dejó salir de sus labios, y decir aquello fue más un acto involuntario que un intento de seducirla.

La escritora sonrió mientras dejaba salir un suspiro. Ella se veía diferente, pero no dejaba de ser la pintora de la cual se había enamorado.

Su exterior se había modificado un poco, tal vez demasiado, pero ella seguía allí. Su unicornio estaba allí.

-. También es lo que pienso cuando te veo, Mónica -, afirmó con una sonrisa antes de unir sus labios por unos segundos. Habían extrañado el contacto luego de tantos días.

Su aliento a humo de cigarrillo la invadió, y se preguntó mentalmente cuantos habría fumado antes del verla. Aun así, disfrutó del beso como lo había hecho con todos aquellos que había compartido.

Seguían siendo sus labios. Su sabor. Su calidez. Su tacto. Su cabeza seguía dando vueltas, girando en un mar de emociones incontrolables, e incluso sentía que el amor había crecido desde la última vez en la que le había visto.

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