Caminaba por el pasillo de la universidad al día siguiente con las gafas de sol puestas, tratando de amortiguar el resplandor del fluorescente que, a esas horas de la mañana, se sentía como una especie de castigo divino. Cada paso resonaba en el eco del pasillo vacío, mi cabeza todavía retumbando ligeramente por la resaca de la noche anterior. Al menos había logrado dormir un poco, aunque el precio había sido despertar sintiéndome como si un tren me hubiera pasado por encima.
Cuando llegué a mi taquilla, estaba a punto de abrirla cuando sentí una presencia familiar acercándose. Apenas tuve tiempo de reaccionar antes de escuchar la voz de Tetchou, llena de esa confianza que lo caracterizaba.
—Mi pasta, Niko —dijo, riéndose con esa risa suave, casi arrogante, que usaba cada vez que ganaba una apuesta.
Rebufé con molestia, apoyándome contra la taquilla. No estaba de humor para lidiar con su actitud triunfalista tan temprano, pero una apuesta era una apuesta, y yo había perdido. Saqué la cartera de mi bolsillo, rebuscando con una mano hasta que encontré los 10,000 yenes que le debía. Al sacar el dinero, lo miré con cierta frustración antes de entregárselo.
—Toma —murmuré, extendiendo los billetes hacia él—. Te los ganaste.
Tetchou sonrió orgulloso al recibirlos, con esa expresión de satisfacción de quien acaba de demostrar su punto. Siempre había sido competitivo, pero verlo disfrutar tanto de una victoria tan pequeña me ponía de los nervios.
—No entiendo cómo te las arreglaste para ganarme —comentó, su tono ligeramente burlón—. Tres puntos de diferencia, ¿en serio?
Murmuré algo inaudible mientras me encogía de hombros, tratando de minimizar mi derrota.
—Fueron por tres puntos —dije al fin, evitando mirarlo directamente y enfocando mi atención en las combinaciones de mi taquilla.
Justo en ese momento, Jouno pasó caminando por el pasillo. Su mirada helada se posó en nosotros durante unos segundos más de lo necesario, y por un instante me sentí como si me hubieran atrapado haciendo algo que no debía. La tensión en su expresión era palpable, y no pasó desapercibida para ninguno de los dos. Me quedé en silencio, observando de reojo cómo sus ojos pasaban de mí a Tetchou, para luego seguir su camino con el ceño fruncido.
—Genial, ahí va otra vez —suspiró Tetchou, con un tono resignado y algo cansado.
Aproveché la distracción para cerrar mi taquilla de un golpe seco. No tenía intención de quedarme más tiempo del necesario en ese pasillo. Me deslicé las gafas de sol hacia arriba, apoyándolas en mi cabello para poder mirarlo directamente.
—Me debes una revancha —solté, con un leve gruñido en mi voz—. Y la próxima vez, no habrá suerte que te salve.
Tetchou se limitó a sonreír con esa media sonrisa que decía "te quiero ver intentarlo", pero no se quedó ahí. Antes de que pudiera alejarme del todo, me agarró del hombro y me guió con fuerza hacia la dirección contraria, en dirección a las aulas. Su agarre firme me tomó por sorpresa, pero no hice ningún esfuerzo por zafarme; a pesar de la pequeña derrota que acababa de sufrir, no podía evitar sentir una pizca de camaradería con él.
—Te gané bailando el puto "Rasputin" —soltó Tetchou con una risa casi contagiosa mientras seguíamos caminando.
Me detuve en seco, sintiendo que la incredulidad se reflejaba en mi expresión. Bajé un poco las gafas de sol, dejándolas reposar en el puente de mi nariz mientras lo miraba con el ceño fruncido, pero había un brillo divertido en mis ojos. Me estaba picando de manera descarada, y lo peor de todo es que no podía evitar admitir que el recuerdo era tan absurdo como hilarante. La noche anterior, borrachos y con la música a todo volumen, habíamos terminado compitiendo para ver quién hacía mejor el famoso baile del "Rasputin".
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📚Bajo la sombra de la razón📚
FanficA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...