Prólogo.

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Dicen que todo lo que está destinado a ser encuentra siempre su camino. Quizá sea solo una leyenda tejida entre las historias de aquellos que alguna vez soñaron con algo más grande que ellos mismos. Pero, a veces, en los rincones menos esperados y en los giros más inusuales de la vida, uno empieza a sospechar que podría haber algo de verdad en eso. Después de todo, ¿cómo explicar esas coincidencias perfectas, esos encuentros que nos cambian para siempre, o esos momentos en que el tiempo parece detenerse para darnos una oportunidad de ver más allá?

Nicolás nunca había creído en los caminos trazados, en los destinos fijos o en las promesas de las estrellas. Para él, la vida era algo que debía construirse con esfuerzo y sin lugar para cuentos de hadas. Y sin embargo, aquella mañana, cuando la lluvia comenzó a caer mientras él caminaba hacia el tren, sintió que algo en el aire había cambiado. Era una sensación tan sutil como poderosa, una voz invisible que le susurraba al oído que la vida estaba a punto de dar un giro imposible de prever.

Con los pies mojados y la prisa propia de quien huye de sus propios pensamientos, Nicolás subió al tren sin imaginar que allí, en la penumbra de un vagón casi vacío, iba a encontrar la primera señal. Un sobre antiguo y desgastado se asomaba desde el asiento de al lado. Nicolás sintió que estaba ahí esperándolo, como si el universo, con una precisión inquietante, lo hubiera colocado en su camino.

Dudó unos segundos antes de tomarlo en sus manos. En su superficie, con una caligrafía elegante y precisa, había sólo una palabra: Maktub.

Y entonces, en ese instante, Nicolás comprendió que nada volvería a ser igual. La vida, con toda su misteriosa complejidad, lo estaba invitando a algo que aún no entendía pero que, por alguna razón inexplicable, sabía que debía seguir. Todo tiene un sentido aunque a veces sólo lo comprendamos mucho después. Porque lo que está escrito, de algún modo, ya es parte de nosotros.

MAKTUB | OCCHIAMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora