Entre los rechazos laborales, replantearme mi futuro una y otra vez, y tener incansables conversaciones con la voz en mi cabeza, empezar a pensar que estaba loca quizás era lo de menos. Estaba plantada delante del ordenador, frente a una oferta de trabajo de Marketing Assistant, para la cual no reunía ni uno de los requisitos que pedían. Replantearme todas las decisiones escolares que había tomado hasta el momento no era una opción. Haber terminado los estudios justo cuando empezó la pandemia, y haberme quedado sin acceso a la prácticas, era realmente lo que me había llevado a esta situación: con veinticuatro años, sentada en el salón de casa de mi madre, con un ordenador de hacía catorce años, buscando trabajo en Infojobs.
Eche la solicitud. En realidad me importaba poco si me llamaban o no. Al fin y al cabo ya me había acostumbrado a recibir correos de disculpa, diciendo que habían decidido no continuar con el proceso de selección y todas esas palabras que ponen para decir que no les interesas y que no se tomaran la mínima molestia en hacerte una entrevista. Podía contar con los dedos de una mano todas las entrevistas que había hecho. Y me sobraban dedos.
Me quité las gafas y apreté el puente de mi nariz mientras cerraba los ojos.
—Es inútil — susurré para mí.
"No pienses eso", pensé, "eres excepcional, te llamarán, ya lo verás."
Ahí estaba, en su máximo esplendor, la voz de mi consciencia. Siempre tan positiva, siempre tan segura de sí misma. Algunas veces me llegaba a preguntar si realmente esa voz era yo misma. Sé que es absurdo pensarlo, pero no era posible tener una voz interior tan amable y que toda mi personalidad fuera tan amarga por fuera. Bueno, quizás no amarga, pero tampoco sonaba así cuando hablaba con los demás. Me había llegado a plantear un serio trastorno de bipolaridad, o trastorno límite de la personalidad.
"Callate", me dije, con la simpatía que me caracterizaba.
Aunque la realidad era que estaba bastante agradecida por tener esa consciencia simpática y que se preocupaba siempre por hacer lo mejor para mí. Era ese tipo de voz que hace que no cruces la calle antes de tiempo, y que te hace darte cuenta segundos después que podrías haber tenido el peor accidente de tu vida si no le hubieras hecho caso.
Me levanté de la silla y arrastré los pies hacia la cocina para prepararme un café, mientras me preguntaba si las empresas tendrían algún sistema para detectar locas. Eso le daría sentido a no haber encontrado trabajo aún. Con el café en mano, volví a la mesa. Fui a darle un sorbo. "Quema, ten cuidado", pensé, y de repente me encontré soplando.Un par de horas después, sentada en la mesa frente a un plato de pasta, recibí un mensaje de Avery..
Avery: The nook esta noche?
Yo: Obvio.
Era viernes. Nos reuníamos allí todos los viernes desde que teníamos diecisiete años. Aquellos encuentros con mis dos mejores amigas y todo el ambiente conocido del bar eran, posiblemente, lo que me salvaba de no haber perdido la cabeza hasta el momento.
Pasé la tarde releyendo libros de cuando era adolescente y escuchando música de la misma época, en un alarde por sentir que todavía era joven y que aún tenía toda la vida por delante para esclavizarme en un trabajo y nunca jamás volver a tener tiempo para mí.
A eso de las ocho de la tarde empecé a arreglarme mientras sonaba la música en el altavoz. Me puse unos vaqueros rectos con un top negro. Había perdido la cuenta de cuántas veces había usado ya ese look, pero cuando una tiene pocos recursos repite outfit hasta la saciedad. Rematé con un poco de maquillaje, un eyeliner puntiagudo y un poco de secador en el flequillo cobrizo, que estaba empezando a ser más largo de lo que me gustaba llevarlo. Me puse un poco de labial marrón y me miré al espejo. "Espectacular", pensé, y sonreí a mi reflejo. Autoestima no me faltaba, eso estaba claro. Y razón tampoco, siempre había sido guapa. Tampoco era modelo de Victoria 's Secrets, porque me faltaban bastantes centímetros para eso, pero guapa.
Salí de casa con el bolso en el hombro y caminé unos minutos hasta The Nook. En la puerta había bastante gente conocida fumando. Estaba tan agradecida de que hubieran prohibido fumar dentro de los bares que casi le habría dado un beso en la frente a quien lo pensó primero. Fuera hacía frío, pero en el sur nunca hacía menos de dos grados en invierno, y no había humedad, así que era soportable. En Sunvale, por lo general, siempre hacía muy buen tiempo.
"Quizá de ahí venga su nombre...", me dije y me respondí automáticamente: "Si, obviamente". Me reí un poco de mí misma.
Entré en el local. Al abrir la puerta se escuchaba el barullo de la gente que comenzaba a tener que hablar por encima de la música. Siempre rock, siempre la misma lista de reproducción de Spotify con el mismo nombre del bar. Busqué entre la gente a mis amigas, estaban sentadas al fondo, en una mesa alta al lado de la puerta de los aseos.
—¿No había un sitio mejor? — pregunté mientras me sentaba y soltaba mi bolso en el gancho bajo la mesa.
—Eso queríamos, pero han llegado unas señoras que salían de misa, y miralas, ahí llevan desde las ocho — Iris señaló la mesa de las señoras, era la mesa que solíamos coger. Me reí en respuesta.
El camarero (y dueño) se acercó a nosotras.
—Estáis vacías, ¿os lleno?— señaló los botellines de mis amigas y todas asentimos.
Habíamos crecido prácticamente en aquel antro que parecía un bar familiar cualquiera pero que, a partir de las doce, apagaba las luces y podía perfectamente parecer cualquier antro de mala muerte de la ciudad. Henry nos conocía muy bien, y nos trataba como a las reinas de la casa. Algunas veces se le olvidaba meter unos cuantos botellines de cerveza en la cuenta y nos cobraba menos de lo que debía. Por esa razón éramos fieles a nuestro Henry. Por eso y porque nos solía traer pizzas recién descongeladas en el tostador cuando veía que alguna de nosotras se había pasado con la cerveza. Se acercó con tres botellines colgando de los dedos y un plato con tres trozos de pan con lomo y chips de bolsa. Le dimos las gracias antes de dar un trago largo a la cerveza helada.
—Cómo necesitaba esto — dijo Avery en cuanto separó el recipiente de sus labios —. He tenido una semana horrible. Deberían subirme el sueldo para aguantar gilipollas.
—O pagarte el psicólogo— dije yo, con ánimo de hacerla reír.
—En serio, deberían. No puedo más, al final perderé los papeles y los mataré a todos.
—¿No tenías las vacaciones pronto? — preguntó Iris.
—Sí, empiezan el miércoles de la semana que viene. No puedo esperar más.
—Podríamos hacer algo las tres.
—¿No tienes clase?— le pregunté a Iris, estaba en el último año de carrera.
—Da igual, ya he dado por sentado que voy a repetir este año también. Además viendo el futuro que me espera, mirándoos a vosotras, creo que me conviene seguir estudiando hasta que tenga edad para jubilarme. Empezaré otra carrera... Medicina, por ejemplo.
Avery y yo estallamos en risas.
—No es mala idea— dije —. Yo seré la ama de casa de mi madre toda la vida. Fregaré platos y limpiaré los váteres del restaurante después de las bodas hasta que el negocio entre en quiebra y entonces, moriré de hambre en las calles.
Trabajaba eventualmente en el restaurante de un antiguo amigo de mi padre. Solo me llamaban para los eventos grandes, cuando necesitaban una mano extra.
—Yo pasaré toda la vida vendiendo Macbooks a adolescentes con granos y a señores viejos que me tiran la caña. A veces me pregunto si mi padre no podría haber elegido otro modelo de negocio, como... una carpintería, por ejemplo. Nada de hablar con gente, solo tú y tus listones fríos de madera.
—Entonces habrías seguido eligiendo trabajar de dependienta— me reí.
—Pero habría tenido la oportunidad de elegir.
—La tienes, solo te aterra el mundo de Infojobs de verme a mi.
—Tienes razón— se rió por lo bajo y se llevó uno de los panes a la boca.
Un par de horas más tarde las luces del bar se atenuaron. La música empezó a sonar por encima de las voces y nosotras terminamos la partida de cartas que habíamos empezado. Ya habíamos tomado bastante cerveza, los últimos tragos ya habían empezado a saberme agrios. Decidí que ese sería el límite por esa noche. Los planes de los viernes variaban mucho. A veces Avery se iba pronto porque madrugaba el sábado para trabajar, e Iris y yo nos íbamos a dar un paseo por el pueblo para hacer cualquier cosa menos volver a casa. Otras veces nos quedábamos en el bar hasta que Henry prácticamente nos tenía que barrer los pies para que nos fuéramos. En cualquier caso, las noches casi nunca eran desenfrenadas. Pero esa noche fue muy diferente a todas las demás. Tuve una conversación conmigo misma en el baño, y luego todo empezó a pasar muy rápido.
"¿Estás muy borracha?"
"No, estoy bien"
"¿Segura?"
"Segurísima"
La conversación terminó ahí. Por un momento comprobé que mi equilibrio seguía estando ahí y me puse a la pata coja unos segundos. Todo en orden, estaba bien. Ni siquiera comprendí por qué había dudado de mí misma. Sacudí la cabeza, después de unas cervezas lo mejor no era empezar a ponerse en duda a una misma. Lo sabía por experiencia.
Salí del baño y me acerqué a las chicas. Ya no estaban en la mesa alta al lado de los aseos, se habían movido más al centro. Hablaban con unos hombres que frecuentaban el bar igual que nosotras. Ya eran compañeros de este sitio. Me senté en un taburete alto y me pedí un vaso de agua para dejar de sentir el ardor en la garganta de la última cerveza. Eché un vistazo alrededor y me paré en una cara nueva. Un chico alto y castaño claro, casi rubio. Sunvale no era un pueblo tan grande ni tan conocido, si hubiese visto a ese chico antes lo habría sabido. Como si me hubiese leído la mente, alzó la vista y me miró. Me lanzó una sonrisa tierna, como si él sí me conociera a mí. Fruncí el ceño un segundo y miré detrás por si se había equivocado, pero detrás sólo había pared. Antes de que pudiera darme cuenta ya se había acercado a mí.
—¿No tomas nada? — alzó su cerveza un poco.
Al mirarle de cerca vi que sus ojos eran verdes. En circunstancias normales no me habría derretido tanto por un chico alto y guapo de ojos verdes, pero era tarde, había bebido y la semana no iba a ir a peor si me comía un caramelito esa noche.
Negué con la cabeza.
—Estoy llena. La última cerveza me ha quemado la garganta — me la toqué un poco.
—¿Fumas? — me ofreció un vaper.
—No, pero te acompaño.
Salí detrás de él hacia la puerta y me abracé a mí misma cuando noté el frío. Me castañearon un poco los dientes hasta que me acostumbre un poco más al aire.
—¿Cómo te llamas? — preguntó llevándose el aparato a la boca. Chupó y después soltó el humo.
—Soy Hope, ¿y tú?
—Arlo — dijo con una sonrisa mientras extendía su mano.
La estreché con la mía y sonreí también, sin soltarme los pechos con la otra. Seguramente tenía los pezones como nudos de globo por aquel cambio repentino de temperatura, y aunque estaba acostumbrada a ir sin sujetador, tampoco quería insinuarme tan directamente.
—¿Vienes mucho por aquí? Juraría que no te he visto antes.
—Solo a veces, vengo de visita en verano, navidades... ya sabes. He venido al cumpleaños de un amigo— dió otra calada al aparato.
—No te he visto nunca— me llevé el índice a la barbilla y puse gesto de intentar recordar, pero nada.
—Bueno, si quieres podrás verme más— me guiñó un ojo después de soltar el humo.
Me reí un poco, y entré al juego. Estuvimos hablando ahí fuera al menos una hora. Me había dejado su cazadora para que dejara de chirriar los dientes. Acabé probando el humo de ese cacharro con sabor a fresa y kiwi, tosiendo también un poco. Y después de una conversación agradable, me llevó a su casa.
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Unholy Jail
General FictionHope nunca imaginó que una atracción prohibida la llevaría a los límites de lo desconocido. Seth no es solo el hombre misterioso que la atrae: oculta secretos que desafían todo lo que ella conoce. Entre la tentación y el peligro, ¿hasta dónde estará...