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Luciana Sánchez

Después de esa llamada con Richard, me quedé con una mezcla de rabia y tristeza. No era justo que él pensara que podía tener el control sobre mi vida solo porque trabajaba para él. Mi mente daba vueltas recordando su tono, esa voz posesiva que siempre aparecía en los peores momentos. ¿Quién se creía que era para hacerme sentir culpable por salir con alguien?

Para no quedarme encerrada con mis pensamientos, decidí aceptar otra invitación de Matías. Salimos a un restaurante local y, después, fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Con él, las cosas eran fáciles; me hacía reír, y la conversación fluía sin esfuerzo. No había presión, ni enojos, ni reproches. Pero, cada vez que sonaba mi teléfono, una parte de mí esperaba ver el nombre de Richard en la pantalla.

Esa noche, después de despedirme de Matías, llegué a casa y vi un mensaje de Richard:

"Necesito que revises la agenda para la próxima semana. Tenemos reuniones con el club y eventos a los que debo asistir."

Solo trabajo. Nada de disculpas, ni siquiera un “hola.” Sentí una mezcla de alivio y decepción. Quizá, después de todo, lo mejor sería seguir viendo nuestra relación de la forma más profesional posible.

Richard Rios

Volví a São Paulo después del partido, y cada vez que pensaba en Luciana con ese tipo, me hervía la sangre. Trataba de convencerme de que era solo mi asistente, que yo no tenía derecho a exigirle nada fuera del trabajo. Pero algo dentro de mí no estaba conforme.

El reencuentro con Luciana fue frío. Nos encontramos en la oficina del club, y aunque ella mantenía su compostura profesional, sus ojos apenas me miraban. Había algo diferente, una distancia que no habíamos tenido antes.

—¿Todo bien? —le pregunté, rompiendo el silencio incómodo mientras revisaba unos papeles.

—Sí, todo bien —contestó sin levantar la mirada, manteniéndose distante.

La frustración se acumulaba. Sabía que mi actitud la había alejado, pero no encontraba cómo explicar lo que me pasaba. Estaba claro que ella no iba a cambiar su forma de ser solo porque a mí me incomodaba que saliera con otro tipo.

Después del entrenamiento, intenté romper el hielo:

—Luci, sobre el otro día… —empecé, sin saber bien cómo decirlo—. No quise sonar tan intenso, es solo que… no sé, uno se preocupa.

Ella me miró por un segundo, y noté una mezcla de enojo y algo de tristeza en sus ojos.

—Richard, entiendo que somos cercanos por el trabajo, pero eso no significa que tengas derecho a meterte en mi vida personal. Así como vos tenés tu espacio, yo también necesito el mío.

Sus palabras me golpearon con fuerza. Sabía que tenía razón, pero algo en mí se resistía a aceptarlo. Verla alejarse y mantenerme a distancia me hacía sentir vacío. Esa noche, cuando regresé a mi apartamento, el reloj marcaba 3:33. Recordé esa hora, nuestros momentos, y me pregunté si, después de todo, esta distancia era solo el principio de algo que ya no iba a ser igual.

3:33 - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora