Capitulo 23: Aquella Puerta Entreabierta

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''Fuimos víctimas de la noche
La kriptonita química y física
Indefensos ante el bajo y la luz que se desvanece
Oh, nacimos para estar juntos
Nacimos para estar juntos''

(We were victims of the night
The chemical, physical kryptonite
Helpless to the bass and the fading light
Oh, we were born to get together
Born to get together)


Shut Up and Dance - Walk the Moon

LOUIS

La tarde caía lentamente, tiñendo el cielo con tonos de mandarina y rosa suave. El aire tenía ese olor característico de finales de octubre: una mezcla de hojas secas, viento frío y promesas de algo inolvidable. Ayesha llegó temprano a casa, como siempre, cargando una enorme bolsa de maquillaje y disfraces. Parecía una bruja moderna.

—Te traje todo lo necesario para que te veas increíble —anunció, dejando su bolsa sobre mi cama y empezando a sacar productos como si fueran pociones mágicas.

La observé en silencio mientras desplegaba sombras de ojos, pelucas, tintes temporales, lentillas, y un sinfín de cosas que apenas reconocía.

—¿De verdad crees que todo esto es necesario? —pregunté, con una mezcla de curiosidad, duda y una pizca de pánico al ver el tinte verde.

—¡Absolutamente! —respondió con una sonrisa contagiosa—. Esta noche vamos a brillar, Lou. Y no aceptaré un no por respuesta.

Pasamos horas preparándonos. Ayesha se transformó en Raven con una peluca púrpura que caía en ondas perfectas sobre sus hombros, y unos ojos delineados con una precisión casi quirúrgica. Yo, por mi parte, terminé con el cabello teñido de un verde vibrante —más intenso de lo que jamás habría considerado ponerme—, completamente metido en el papel de Beast Boy. Bueno... casi metido.

—¿No crees que esto es un poco demasiado? —pregunté mientras intentaba ajustarme el cinturón del disfraz, sin sentirme muy convencido.

—Para nada —dijo, acercándose para darme un beso corto y tierno—. Te ves genial, Lou. En serio. Además, imagina las fotos que vamos a sacar.

Me ayudó a colocarme las lentillas verdes con infinita paciencia, entre risas, estornudos falsos y al menos tres intentos fallidos que terminaron con ambos llorando de risa. Finalmente, cuando me miré en el espejo, algo dentro de mí cambió. Tal vez no era el disfraz. Tal vez era la forma en que Aye me miraba.

—¿Tienes tu teléfono? —pregunté al ver que empezaba a ponerse su capa y los últimos accesorios. Ella siempre olvidaba algo.

—Sí, ya tengo todo listo. ¿Y tú?

Asentí. Estábamos listos.

Bajamos las escaleras como si estuviéramos bajando a una alfombra roja. En la sala, mis padres nos recibieron con sonrisas amplias y, en el caso de mi madre, una cámara fotográfica ya lista.

—¡Pero qué espectáculo! —exclamó mamá, emocionada—. Sonrían, quiero capturar esto para siempre.

Papá nos miró por encima de sus lentes, con ese humor seco que tanto lo caracterizaba.

—Solo esta noche —dijo, extendiéndome las llaves del coche—. Y no vuelvan muy tarde... o al menos no hagan ruido.

En el coche, Aye conectó su teléfono a los altavoces y pronto estábamos cantando a todo pulmón canciones viejas que amábamos. Por un momento, todo se sentía ligero. Sencillo. Casi como antes.

—¿Estás listo para esta noche? —me preguntó mientras tomaba una curva con una mano y con la otra bailaba al ritmo de la música.

Miré por la ventana. La ciudad estaba viva, parpadeante, como si también se preparara para una noche importante.

—No lo sé —admití—. Supongo que lo descubriré.

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Narrador Omnisciente 

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, James miraba su reloj por enésima vez. Estaba parado junto a Michael frente a una tienda de licores. La idea era hacer una "parada rápida", pero había insistido en comprar una cerveza para "relajarse". Aunque ambos sabían que no se trataba solo de eso.

—No creo que sea buena idea beber ahora —comentó Michael, observándolo con ceño fruncido—. Solo te va a poner más ansioso cuando veas a Lou.

James no respondió. Tenía el teléfono en la mano, pero no lo miraba. Estaba atrapado en un ciclo de notificaciones sin abrir, mensajes sin respuesta y recuerdos encapsulados en fotos antiguas. Finalmente, vio la hora: 8:30. Era momento.

—Vamos, es tarde —dijo en voz baja, guardando el teléfono y caminando hacia el coche.

Durante el trayecto, las conversaciones fueron triviales. Comentaron sobre los disfraces, sobre la música de la radio, incluso sobre el tráfico. Pero nada de eso logró dispersar del todo los pensamientos que hervían en la mente de James.

Al llegar a la mansión de William, el lugar ya vibraba con luces de neón, música electrónica y un flujo interminable de jóvenes disfrazados. Bajaron del coche y se sumergieron en la fiesta como dos peces arrojados al mar.

—Vamos, vaquero. Hora de brillar —dijo Michael, dándole una palmada en la espalda.

James asintió, respiró hondo y se dejó llevar. Saludaron a algunos amigos, tomaron un par de fotos con Will —vestido como un demonio con más sensualidad que terror—, y luego se perdieron entre el gentío.

Pero a medida que el reloj avanzaba y las luces parpadeaban, la ansiedad fue escalando. No había ni rastro de Lou o de Ayesha. Cada minuto sin verlos era un zumbido más fuerte en su cabeza.

—Voy al baño —dijo al fin, intentando sonar casual—. Necesito lavarme la cara.

—Dale, te espero por aquí —respondió Michael, entendiendo sin preguntar.

James subió las escaleras. Conocía el camino. Esa casa ya guardaba recuerdos de otra noche... de otro error. El baño estaba tranquilo. Se miró en el espejo. Sus ojos, más oscuros bajo el tinte negro, devolvían una imagen que apenas reconocía.

—Esto es una locura —murmuró, dejando que el agua fría escurriera por su rostro. Miró la hora. 10:40.

Demasiado tiempo.

Se secó y se miró una última vez antes de salir. No podía seguir escondiéndose. Tenía que encontrar a Lou.

Pero justo cuando iba a bajar las escaleras, una imagen detuvo su paso.

Una figura familiar, envuelta en una capa morada, entraba a una de las habitaciones, tomada de la mano con alguien del equipo de rugby. Un disfraz improvisado de jugador de fútbol. Al principio James dudó. Pero no tardó en reconocerla.

Era Ayesha.

Se asomó, con el corazón latiendo como un tambor.

Y allí estaba ella, besándose con el chico. Apasionadamente. Como si él no existiera.

Sintió que el mundo se detenía. Una traición. Una punzada en el estómago. Se tapó la boca instintivamente, como si eso pudiera contener el grito que amenazaba con escapar.

No quería verla. No quería saberlo. Pero ya lo había visto todo.

Tomó una foto. Ni siquiera pensó en las consecuencias. Lo hizo por rabia. Por dolor. Por el caos que le invadía la cabeza. Luego se alejó, tambaleando como si todo su equilibrio se hubiera roto.

Tenía que encontrar a Lou. Tenía que hablar con él. Pero ahora... ya no sabía si todo se había complicado para siempre.

Solo Un Poco De AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora