Tras la Máscara

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Me inclino sobre el cadáver de la montaña. Es posible que él tenga el mando a distancia que abre las puertas perimetrales o las llaves —o lo que sea. Creo que lo más importante es crearnos una vía de escape para que Rick y yo podamos huir...

—¡Oh, dios! —sollozo cuando recuerdo que Rick estaba siendo perseguido por el asesino.

Espero que sea tan hábil como para escapar de él. No quiero que se enfrente a un psicópata. Por muy en forma que esté, quiero que evite un confrontamiento con un asesino que está dispuesto a hacer cualquier cosa. Una persona normal sólo puede tomar acciones sumarias en situaciones desesperadas —y ahora que lo pienso, estamos en una situación así.

Hubo un segundo en el que creí que todo esto era un acting bien realizado. La chica estampada en mi coche y el muerto al que estoy registrando claman lo contrario. Incluso Rick confesó que la idea era esa: jugar con mis miedos. La situación, de alguna forma, se había salido de lo planeado. Y, por si aquello no fuera suficiente, el balazo de mi costado clamaba a voces de lo real que era todo.

Rick siempre me dice que no hay muchos asesinos en serie en España. Es algo muy residual. Lo más común es verlos en películas y documentales. Este me conoce. Habla inglés norteamericano. Y ha dejado claro que soy su objetivo. No entiendo por qué. ¡Qué le hice yo!

—¡Aquí estás! —exclamo, cuando encuentro un juego de llaves con un mando a distancia en un llavero con el símbolo del grupo hotelero, propietario del hotel.

Recorro el hall y recupero las partes de la pistola y la armo, tal y como aprendí en Killing Floor. Agarro la bala que expulsó de la recámara, me la guardo y saco todas las que tenía el cargador. Cuento catorce en total. Deberían ser más que suficientes para frenarlo.

Camino no obstante al otro lado del mostrador. Voy a asegurarme que en el despacho del director no haya otra arma que pueda sernos de utilidad.

El pestazo a muerte me recibe cuando entro a una sala chica, con muchas fotos del hotel —tanto su fachada como sus interiores totalmente renovados—, otras tantas con las autoridades y famosos que lo visitaron anteriormente. Para coronarlo unos cuantos certificados que prueban los altos estándares con los que se maneja. Todo eso cae en saco roto ante las presentes circunstancias.

Fijo mi vista en la mesa donde se encuentra el cuerpo reventado de aquella pobre chica. Trato de ignorar su presencia pero hay algo que me obliga a mirarlo. No sé si es mi instinto, pero hay una fuerza que me empuja a querer saber más de ella, como si fuera una parte clave del principal enigma: ¿quién es el asesino?

Hago de tripas corazón y rebusco en sus bolsillos y veo un cartoncito que abro y que contiene la tarjeta llave. Escrito con tinta negra está el número de la habitación: 027. Asumo que está en la planta baja y lo confirmo nada más ver varios planos de planta del hotel que comprenden los tres pisos que lo componen. Hay otros niveles pero no constan aquí, sólo están presentes los que están destinados a ser habitaciones.

No hallo nada más de utilidad en el despacho, salvo unas cuantas pantallas que muestran las cámaras colocadas en pasillos y zonas comunes, en donde se controla que todo esté en orden —nada más lejos de la verdad en la presente situación. Miro en cada una de las pantallas esperando ver a Rick o escondido o huyendo. Nada. Esta incertidumbre me va a matar.

—¡Por favor, Rick! Escapa o al menos mantente con vida.

Me asomo lentamente por el marco de la puerta y busco algún indicio de peligro. No veo nada. Salgo con la pistola preparada y sin el seguro. Avanzo con paso veloz y seguro hacia el pasillo que me llevará a la habitación 027.

Recalo en un pasillo que me recuerda más a la Mansión Spencer del juego Resident Evil que a un moderno hotel. Suelos alfombrados de color burdeos, paredes de color crema, las cuales desde el suelo hasta un metro de altura está forrado en madera con artesonados y relieves que pretenden darle un toque muy regio, al igual que las lámparas colgantes de araña y de pared de candelabro que iluminan la zona a la perfección. Hay cuadros y fotos antiguos de la zona pasando por los diferentes estados que tuvo desde su diseño, su construcción, el paso de las décadas, los cambios en la zona, hasta su cierre, remodelación y reapertura. Si no fuera porque mi vida estuviera en peligro, me detendría a disfrutar del cambio del caserío a lo largo del tiempo.

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