El fin de semana llegó como una tormenta de emociones, y la verdad era que me dejé arrastrar por ella. Pasé los días atrapado en un ciclo interminable de helado y películas de desamor, tratando de sumergirme en esas historias desgarradoras que, curiosamente, hacían que mis propias angustias se sintieran menos pesadas. Cada cucharada del helado que devoraba era un intento de ahogar mis pensamientos sobre Fyodor y aquel beso fugaz en la noria, un momento que había encendido una chispa que no podía ignorar.
Los domingos eran los peores. La lluvia caía a raudales, como si el cielo compartiera mi melancolía. Me envolvía en una manta, con el control remoto en una mano y un tazón gigante de helado en la otra. Cada película que veía parecía susurrar mi propia historia: chicos y chicas con corazones rotos, amores perdidos, y promesas que nunca se cumplieron. Me reía cuando las situaciones eran ridículas, pero la risa era un refugio temporal. En el fondo, cada lágrima derramada en la pantalla resonaba con la mía.
Cuando llegó el lunes, me desperté con la mente algo nublada y el corazón pesado. Después de un fin de semana de auto indulgencia, sentí la necesidad de enfrentar la realidad. Me miré al espejo, observando a la persona que se asomaba desde el otro lado, y, en un intento de consolarme, me dije: "He besado a más personas. No puede doler tanto un simple beso con Fyodor." Pero sabía que era una mentira; el beso había sido diferente, significativo, y no podía deshacerme de la sensación de que había algo más profundo en juego.
Me vestí con desgano, la ropa arrugada y mi cabello desordenado, reflejando un poco de lo que sentía por dentro. Antes de salir, decidí ponerme mis auriculares y escuchar algo de música. Busqué entre mis listas y encontré una canción que resonaba con el caos en mi interior. La melodía envolvía mis pensamientos y la letra parecía narrar mi confusión. "¿Cómo se supone que debo sentirme después de todo esto?", pensaba mientras las notas llenaban mis oídos y mis pies comenzaban a moverse.
Caminé hacia la universidad, sintiendo cada paso un poco más ligero. La música me acompañaba, una especie de mantra personal que repetía en mi mente, y me ayudaba a olvidar, aunque solo fuera por un momento. Pero en cuanto llegué al campus, el peso de la realidad se hizo presente de nuevo. Los murmullos de los estudiantes, las risas lejanas, todo me recordaba que el mundo seguía girando mientras yo estaba atrapado en un torbellino de emociones.
Al entrar al aula, vi a Sigma, Dazai y Chuuya riendo en una esquina. Sus rostros iluminados contrastaban con la marea de pensamientos oscuros que me rodeaban. Intenté sonreír al acercarme, pero el gesto se sintió más como un gesto automático que como una verdadera expresión de alegría.
—¡Nikolai! —llamó Sigma, levantando la mano para que lo viera entre la multitud—. ¿Qué tal el parque de atracciones? ¿La pasaste bien con Fyodor?
Intenté mantener una expresión neutral mientras caminaba hacia ellos. Sabía que el tema del fin de semana era inevitable, pero no estaba preparado para profundizar en los detalles. Me senté con una sonrisa superficial, y antes de que pudiera responder, Dazai ya había saltado con más preguntas.
—Sí, cuéntanos —dijo con una sonrisa llena de curiosidad—. Parecía que la noche iba a ser... interesante.
Noté que todos me observaban, esperando algún tipo de relato lleno de anécdotas y diversión, pero la realidad era que el fin de semana me había dejado en un estado de confusión que no tenía intención de compartir.
—Fue... normal, nada especial —respondí, restándole importancia mientras deslizaba mis auriculares al cuello, intentando evitar sus ojos.
—¿Solo "normal"? —insistió Chuuya, levantando una ceja incrédulo—. Venga, no seas aburrido, seguro pasó algo interesante.
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📚Bajo la sombra de la razón📚
ФанфикA veces las promesas hechas en la infancia no se olvidan, sino que se quedan suspendidas en el aire, esperando el momento adecuado para resurgir. Nikolai tenía solo ocho años cuando dejó Rusia, llevándose consigo el recuerdo de un amigo mayor que...