XIII

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Richard Rios

Los días siguientes a nuestra conversación en el café fueron una mezcla de emoción y tensión. Habíamos acordado darle una oportunidad a nuestra relación, pero la verdad es que las inseguridades seguían rondando. Era un nuevo comienzo, pero el miedo al fracaso se cernía sobre nosotros como una sombra.

Las prácticas en el club continuaban intensas; el campeonato se acercaba a su punto culminante y necesitábamos mantenernos enfocados. Sin embargo, en cada pase y en cada tiro a puerta, mi mente regresaba a Luciana. A veces, el deseo de verla me consumía, pero otras, la preocupación por lo que significaba esa relación me llenaba de dudas.

El día del próximo partido llegó y, aunque el ambiente en el vestuario era festivo, mi mente no podía evitar distraerse. Mis compañeros hablaban de estrategias y de las últimas jugadas, pero yo solo podía pensar en Luciana. Sabía que estaría en la grada, apoyándome, pero también sabía que su presencia era un recordatorio constante de las decisiones que había tomado.

Mientras me preparaba, me encontré con Rony nuevamente.

-¿Qué pasa, hermano? Te veo con la cabeza en otro lado -dijo, arqueando una ceja.

-Solo pensando en el partido -respondí, intentando sonar convincente.

-O en esa chica, ¿verdad? -bromeó, sonriendo. -No te preocupes, Richard. A veces hay que arriesgarse. Las mejores cosas llegan cuando menos las esperas.

Su comentario me hizo reflexionar. Tal vez había razón en lo que decía. En la vida, a menudo se necesitan decisiones audaces para conseguir lo que se desea. Así que, tras un profundo suspiro, decidí que no dejaría que mis inseguridades me detuvieran.

El estadio estaba a rebosar cuando entramos al campo. El sonido de los gritos y las canciones de los aficionados era electrizante. Mientras caminaba hacia la cancha, mi corazón latía con fuerza. Pero en el fondo de mi mente, la imagen de Luciana me alentaba a darlo todo.

El silbato sonó y el partido comenzó. Desde el principio, nos mostramos decididos. La adrenalina corría por mis venas mientras luchábamos por cada balón. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que el rival nos sorprendiera y anotara el primer gol. La frustración era palpable entre mis compañeros y yo sentía que la presión se acumulaba.

Mientras el partido avanzaba, luchamos para mantenernos en el juego. Con cada ataque que realizábamos, mi mente se dividía entre el deseo de ganar y el pensamiento de Luciana. ¿Qué pensaría ella si perdíamos? ¿Seguiría creyendo en nosotros si no lograba salir adelante en el campo?

Al llegar al medio tiempo, el marcador reflejaba un 1-0 en contra. Mientras nos reuníamos en el vestuario, la tensión era palpable. El entrenador comenzó a darnos instrucciones, pero mis pensamientos seguían volviendo a Luciana y a lo que significaba esta relación para mí. Necesitaba demostrarle que podía ser el hombre que quería.

Cuando el árbitro dio el pitido para reanudar el juego, el equipo se mostraba más decidido que nunca. Tenía que hacer algo grande para cambiar la dinámica del partido. En un momento de inspiración, logré crear una jugada que resultó en un tiro de esquina. Fue mi oportunidad.

El balón voló por el aire, y en el instante en que Raphael Veiga conectó con el balón, el estadio estalló en un grito ensordecedor. El empate estaba en el aire. El 1-1 era un alivio, pero sentía que aún no era suficiente. Necesitábamos ganar.

Los minutos finales del partido fueron un torbellino. El rival estaba decidido a mantener su empate, pero yo estaba más decidido a llevar a mi equipo a la victoria. Finalmente, en los últimos minutos del tiempo reglamentario, logré un tiro libre en una posición favorable. Con toda mi fuerza, disparé hacia la portería. El balón se desvió en el camino, pero gracias a la buena posición de nuestro delantero, conseguimos marcar el gol de la victoria.

El 2-1 en el marcador trajo una oleada de júbilo. Mis compañeros corrían y saltaban mientras celebrábamos. Todo el esfuerzo, la dedicación y el deseo de ganar habían valido la pena. Pero en medio de la celebración, una imagen ocupó mi mente: Luciana.

Después del partido, mientras los aficionados seguían gritando de alegría, decidí que era hora de ser audaz, de poner mis sentimientos en palabras. Llamé a Luciana para invitarla a salir y celebrar juntos nuestra victoria.

-Hola, Richard. ¡Felicidades por el partido! -dijo con entusiasmo.

-Gracias, Luciana. ¿Te gustaría salir a cenar? Tengo algo que quiero discutir contigo.

-Claro, estaré lista en una hora -respondió con una sonrisa en su voz.

Llegué al restaurante, donde elegí una mesa apartada. Sabía que esta conversación era crucial. La esperaba con nerviosismo, cuestionando si había tomado la decisión correcta. Cuando apareció, su belleza iluminó la habitación y mi corazón se aceleró.

-Hola, Richard. Estás radiante -dijo, sonriendo.

-Tú también lo estás. Gracias por venir.

Después de ordenar, la conversación fluyó naturalmente. Hablamos del partido, de los momentos más emocionantes y de las anécdotas que había compartido con mis compañeros. Pero, en el fondo, sabía que debía abordar lo que realmente me preocupaba.

-Luciana, quiero hablar de nosotros. Desde que decidimos darle una oportunidad a nuestra relación, he estado pensando en lo que realmente significas para mí -comencé, sintiendo la presión en mi pecho.

-Yo también he estado pensando en eso -dijo, bajando la mirada.

-No sé cómo explicarlo, pero cada día que pasa siento que te necesito más a mi lado. Quiero que sepas que estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para que esto funcione.

-Richard, yo... -empezó a decir, pero la interrumpí.

-Sé que hemos tenido nuestras dudas y complicaciones, pero quiero que sepas que estoy listo para enfrentar lo que venga.

Ella levantó la mirada, sus ojos llenos de emoción.

-No quiero perderte, Richard. La verdad es que te necesito en mi vida, pero también tengo miedo de lo que pueda suceder.

La sinceridad en sus palabras me impactó. Su vulnerabilidad resonó en mí, y sabía que compartíamos el mismo temor.

-No estoy pidiéndote que lo hagas todo de una vez, solo que sepas que estoy aquí. Juntos podemos encontrar el camino.

Un silencio se instaló entre nosotros, pero no era incómodo. Era un espacio en el que ambos podíamos reflexionar sobre lo que realmente queríamos. Finalmente, Luciana sonrió.

-Está bien. Estoy dispuesta a intentarlo.

El alivio me inundó y, en ese momento, supe que habíamos tomado la decisión correcta. Era un pequeño paso, pero uno significativo hacia el futuro que ambos anhelábamos.

Esa noche, al salir del restaurante, el aire fresco me llenó de esperanza. Sabía que el camino no sería fácil, pero estábamos juntos, y eso era lo que realmente importaba.

Mientras caminábamos bajo las estrellas, tomados de la mano, sentí que el futuro brillaba para nosotros. Y, por primera vez en mucho tiempo, sabía que todo iba a estar bien.

3:33 - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora