A veces, las palabras de alguien te hieren tan profundamente que te dejan sin palabras. En esos momentos, deseas con todas tus fuerzas defenderte, explicar tu punto de vista, pero lo único que logras es silencio. Un silencio pesado, que se siente como si todas las respuestas se quedaran atrapadas en un nudo en tu garganta.
Te sientes vulnerable, expuesto ante la situación, y aunque sabes que mereces ser escuchado, las emociones te abruman. La tristeza, la rabia o la confusión se mezclan, y lo único que puedes hacer es morderte los labios, contener las lágrimas, y esperar a que el caos dentro de ti se calme. Es frustrante, ¿verdad? Ese momento en el que te enfrentas no solo a las palabras que te lastimaron, sino también a ti mismo.
En ese silencio, te ves obligado a lidiar con tus miedos, con todas esas palabras no dichas que se acumulan en tu pecho. Te preguntas si deberías haber hablado, si esas palabras que no dijiste habrían cambiado algo. Pero a veces, querido lector, el silencio es tu única defensa. La única manera de protegerte de decir algo de lo que luego te podrías arrepentir.
Con el tiempo, tal vez encuentres las palabras adecuadas, esas que surgen desde la calma y no desde el dolor. Pero por ahora, el silencio es ese refugio momentáneo que, aunque incómodo, te protege de agravar la herida.
Sin embargo, cuando algo duele profundamente, buscamos a alguien a quien culpar. Es lo que llamamos resentimiento. Nos sentimos más cómodos pensando que alguien más tiene la culpa de nuestras heridas, porque aceptar que a veces las cosas simplemente suceden, sin que podamos controlarlas, es aterrador.
Así, nos convencemos de que el responsable está fuera de nosotros, evitando enfrentar nuestras propias vulnerabilidades. Es más fácil atribuir el dolor a otro rostro que asumir que, en ocasiones, no hay un culpable claro. Pero recuerda, aferrarse al resentimiento solo prolonga el dolor.
Con cariño y comprensión,
Tu yo en silencio.
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Tu yo en silencio
Non-FictionImagina que un día comienzas a recibir cartas de tu yo del futuro, sin saber cómo ni por qué. Cada mañana, dentro del tronco de un gran árbol, encuentras una nueva carta dirigida especialmente a ti. En ellas, hay consejos, advertencias y palabras qu...