En las calles de Seul se encontraba caminando rápidamente aunque elegantemente un gato que perdió su collar de identificación. No podía simplemente correr como un gato callejero.
Estaba recreando su camino, regresó a los ligares donde estuvo y nada, no había rastro del collar. Podía tomar su forma humana pero, no sería lo mismo, le tomaría más tiempo y como gato podía, trepar, saltar y su vista estaba más enfocada.
Mientras subía por un tejado se dio cuenta del atardecer, debía apresurarse, el collar era valioso, era de oro y tenía un diamante, además fue un regalo reciente. Regresó por un camino donde las casas eran más pequeñas, donde había iniciado su camino.
A una tres casas más divisó a otro gato en el techo, estaba jugando con su collar.
¡Lo logré! —Pensó el gato
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Dio paso rápido hasta llegar a ese techo. El otro gato un siamés, jugaba con el collar hasta que Jay hizo un ruido. El collar con el que juegas es de mi pertenencia.
—¿Y? -Respondió el otro gato.
—¿No entiendes? -Es mío devuélvelo.
—No.
Jay decidió perder la elegancia y se lanzó al otro minino para quitarle el collar. Una pelea de quince minutos que finalmente hizo que el gato blanco suelte el collar.
Después apareció un chico con el cabello castaño, un poco ondulado, lo que más resaltaba, eran sus ojos gatunos a pesar de estar en su forma humana.
—Okay llevate tu collar, está todo ensalivado, hasta luego. Sin más, el chico abrió una puerta y bajó del techo.
Jay hizo una mueca de asco pero, aún así tomó el collar, en casa le daría un buen lavado. Nadie se enterará. Mientras ese chico gato las va a pagar.
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