Monstruo y víctima

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I'm In Love With a Monster - Fifth Harmony

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Doy vueltas al café con una cuchara, haciendo tiempo para que se enfríe y no acabe achicharrando mi garganta. Miro a mi alrededor, fijándome en los vasos sucios y en las telarañas colgando del par de lámparas de techo que, imagino, de noche iluminan este lugar.

¿Cómo he llegado a un bar de carretera de mala muerte? ¿Qué espero encontrar en un sitio como este?

Veo las moscas que se aglomeran en la barra, atacando restos de comida que no han sido limpiados y los cuales prefiero no saber cuánto tiempo llevan ahí. Y me sorprendo cuando el camarero, un hombre con claros indicios de obesidad, usa el mismo trapo para limpiar el sudor de su frente y secar luego las copas que va colocando en una vitrina. Supongo que Sanidad puede hacer la vista gorda en muchos sitios, pero este antro se presentaría como claro candidato para ser chapado hasta nuevo aviso.

Aunque estoy más intrigada por las almas del otro par de personas que, como yo, han elegido este bar como lugar donde ahogar sus pensamientos. Hay una mujer sentada junto a una de las ventanas, con su mirada perdida en algún punto del exterior. Me resulta escalofriante la manera que tiene de sonreír a la nada, porque no puedo llegar a distinguir si es dulzura o ironía lo que oculta la mueca de su rostro.

Un hombre, de pie junto a una máquina tragaperras, bebe a morro de un botellín de cerveza mientras lucha por sacar una moneda del bolsillo de su vaquero. Y puede que sea mi alarmante necesidad de analizar a cada persona que se cruza en mi vida, pero tomo esa moneda como si de su última suerte se tratara. Quién sabe si es así, en realidad, y su vida es tan exageradamente devastadora que su mejor opción es jugar su última moneda, en busca de recibir otras muchas con las que comprar más cervezas. Emborracharse para olvidar, supongo.

Puede que eso sea lo que me traiga a estos lugares. La necesidad de olvidar. De dejar atrás todo cuanto he conocido, en busca de un nuevo camino.

O no lo sé, porque en cuanto las campanillas que hay tras la puerta de entrada suenan, anunciando nuevos clientes, mi atención está puesta en las dos personas que entran en silencio.

Un chico alto, corpulento, con cabello corto al estilo militar, se abre paso en el local. Tras él, una chica menuda, pero de complexión fuerte, aparece para dejarme con la boca abierta. Su melena corta, rojiza, se ondea con su caminar. Aunque son sus ojos marrones y felinos los que me hacen detener el sorbo que he estado a punto de dar al café, para tragar saliva en su lugar.

Ojos que no son noticia para mí porque, probablemente, he visto muchos así en mi corta pero intensa vida.

Y ya se han convertido en mi pequeña nueva obsesión. Quizás por eso tenía que acabar hoy aquí. Me reafirmo de ello cuando ella me mira, clavando en mí una mirada profunda, como si también quisiera analizarme.

Curva levemente sus labios, en una mueca que es casi una sonrisa. ¿Qué tipo de sonrisa? Aún no lo sé. Pero es inevitable que me atrape con ella.

Decido alargar mi estancia en este lugar, que ya empezaba a tentarme con la idea de abandonarlo a su suerte. No puedo irme mientras esa chica misteriosa continúe aquí.

Observo cómo toma asiento junto al chico, quien, intuyo, es su pareja. Y digo que intuyo porque de repente el silencio se acaba entre ellos, dejando brotar una conversación que parecía estar pendiente.

1000 maneras de amar - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora