Rumbo a la Kyklos.

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En la galaxia Casiopea, se encontraban los miembros de la corte suprema intergaláctica, quienes analizaban la situación en los recorridos de las naves de quienes viajaban entre las estrellas buscando nuevas poblaciones y lugares para poder conseguir nuevos conocimientos y recursos para sus sofisticadas tecnologías, con el objetivo de poder al fin conseguir el dominio del tiempo, que hasta ese momento era algo imposible de controlarlo o siquiera detenerlo.

Cada uno de los capitanes al mando tenía que presentar su bitácora con las coordenadas y mapas de los planetas, galaxias y estrellas que estos habían visitado, descripción de las culturas, sus costumbres y avances en cuanto a las civilizaciones. Pero en las últimas décadas, eran pocos los que podían conseguir, la mayoría de las poblaciones se habían extinto por la contaminación, la radiación que habían provocado por el uso excesivo de sus tecnologías y el poco cuidado de sus vegetaciones como también de los animales. Uno de esos planetas era Mordetia, en el cual había una raza de vida exquisita, sus habitantes podían transformar una simple roca en cualquier mineral que necesitaban para construir lo que ellos querían, pero por la falta de cuidados y explotación de sus recursos, sin medir las consecuencias, estos se extinguieron en cuestión de poco tiempo, ni siquiera una planta había quedado con vida.

El capitán Enok, quien no era el más viejo pero sí uno de los más experimentados, de quien se decía que en su corta vida recorrió 300 estrellas y planetas, se presentó ante la corte a pedir permiso para su próxima aventura, recorrer la galaxia Kyklos, esta era una zona desconocida para el navegante. Siempre había escuchado rumores de que esta era una de las galaxias con estrellas brillantes, pero había una en particular a la cual la llamaban "Orun", por tener cierta particularidad.

Para la corte, les pareció una petición arriesgada e insensata, tan así que lo tomaron en forma de chiste. Las historias que se conocían de la galaxia Kyklos eran terroríficas, donde existían pequeños seres quienes atentaban contra toda visita que hubiera en esos planetas, además de las irregularidades de las estrellas y los meteoritos que parecían ser controlados por estos seres malvados que no permitían a invasores en su territorio. Se negaron rotundamente a darle ese permiso, considerando que era arriesgado mandar a uno de sus mejores navegantes a semejante travesía y poner en riesgo la vida de todos los tripulantes. Sin más que hacer, Enok decepcionado completamente, se retiró teniendo que aceptar las órdenes de la corte.

Al llegar a la nave, uno de sus discípulos, Esben, desilusionado con el veredicto de los supremos, le consultó a Enok, ¿qué podían hacer un grupo de viajeros que no tenían un objetivo planificado?, se sentían perdidos sin permiso de la corte y sin destino aparente.

Enok que era un personaje terco y testarudo, con un ego dominante, tenía que aceptar que sus sueños se vieron frustrados en ese momento ante sus superiores, pero una voz en su corazón le habló y por esta vez decidió ignorar a las órdenes impuestas por sus superiores, y en cuestión de segundos reunió a la tripulación.

-Equipo, esta es la situación, viajaremos de todos modos, sin autorización, a contra toda orden de la corte. Quien esté conmigo que retomen sus posiciones, quien no lo esté abandone la nave inmediatamente.-

Toda la tripulación volvió a sus puestos preparando la nave para la expedición a la galaxia Kyklos. Nadie se opuso a las órdenes del capitán, todos estaban sorprendidos y animados por la nueva aventura.

-Enciendan los motores, introduzcan coordenadas, y que coman nuestro polvo de estrellas-.

El viaje fue sorpresivo como también emocionante para todos los que seguían al capitán, vaya a donde vaya, ellos le tenían una lealtad indiscutible, para muchos, él era un líder nato, quien siempre seguía la voz de su espíritu y mantenía el equilibrio con la razón. Sabían que era disciplinado, además de ser terco, nunca contradecía a sus superiores ni rompía las reglas, pero algo había pasado con este viaje, algo que ni los más viejos tripulantes podían explicar, por qué tan abruptamente había tirado por la borda todos sus principios y haber decidido que el recorrido se haría igual.

Enok era reservado, sólo daba las indicaciones de lo que se haría, podían pasar horas hasta que volviera a pronunciar una palabra. Cuando estaban a punto de llegar a Kyklos, Esben se acercó a él, era uno de los cuales hizo sus primeros viajes, lo conocía hace más tiempo que la mayoría de sus colegas, sabía que algo se guardaba tras esas decisiones inesperadas.

-Algo me dice que este viaje tiene algo de fascinante, nunca desobedeces a nadie, algo guarda esa galaxia que ninguna otra te ha podido entusiasmar-.

Enok se limitó a sonreír, pero luego contestó -Escuché unos antiguos hablando, puede que sea un mito, pero decían que Orun domina a los planetas, y estos a fe ciega le obedecen, además de que hay vida en ellos. Uno sobre todo llamado "Aerde". Si esto es cierto, si realmente existiera, podría ser lo que estamos buscando-.

-No me sorprendería que estés en lo cierto, y ya estamos por llegar a destino, pronto lo sabremos-.

En poco tiempo llegaron a la galaxia, y lo primero que observaron fue esa estrella luminosa que a lo lejos notaban que era la más radiante de todas, la tan esperada Orun. Quedaron admirando tal belleza, contemplando su fuego, sus explosiones y un grupo de ocho cuerpos que orbitan alrededor de esta. Tomaban nota de cada cosa que veían, los meteoritos, las estrellas más cercanas y las más lejanas, y los elementos que acompañaban a los ocho cuerpos. Se dieron cuenta que cada uno tenía una particularidad, uno de ellos, tenía anillos que lo rodeaban, había uno que era el más pequeño de todos, como también existía otro que era el más grande, uno que era completamente rojo, y el que más les llamó la atención, Aarde, este era de un color azul, con algunas tonalidades verdes y blancas, tenía un satélite de color blanco que lo acompañaba y giraba a su alrededor. Se tomaron un tiempo para observar el maravilloso espectáculo, cada uno de los planetas rodeaba a Orun formando una figura ovalada, y cuando estos se acercaban a esta, aceleraban su recorrido, pero cuando estos se alejaban, se movían más lento. Sus bitácoras estaban llenas de dibujos, de anotaciones, para estos viajeros que pensaban haber visto todo, esta galaxia era la más bella de todas.

A Enok se le iluminó el rostro, sus ojos brillaban por el asombro de lo que estos le mostraron, su curiosidad no le permitió quedarse quieto, y decidió ir por más.

-Pongámonos en marcha, iremos a Aerde. Vinimos hasta aquí buscando algo e iremos por a por ello-.

Aceleraron el paso, y al entrar al planeta, vieron como poco a poco la sustancia gaseosa y blanca se iba esparciendo al chocar contra ella, y en cuestión de unos minutos aterrizaron en tierra. Miraban por las ventanas de la nave, podían ver una sustancia liquida de color que los rodeaba, parecida al yaku de su hogar. Al bajar de la nave analizaron el lugar, escuchaban el canto de los pájaros, sentían la brisa en sus rostros, miraban los relieves que la tierra tenía, y las especies que en ella habitaban, desde los más grandes hasta los más pequeños. Nadie podía pronunciar una palabra, solo admirar la naturaleza del lugar. Al pasar un tiempo en el planeta y recolectando las enseñanzas y elementos que los habitantes le podían dar, había llegado la hora de volver a casa.

En el camino de regreso, el capitán llamó a todos los tripulantes a una reunión.

-Cada uno de nuestras travesías han sido hasta un cien por ciento exitosos, pero más que nada, sin la compañía de ustedes mis leales secuaces, nada de esto hubiese tenido el mismo sentido. Por las viejas aventuras y las nuevas que pronto vendrán-.

Cada uno levantó su copa en festejo por las palabras de Enok, y anhelando la llegada del próximo viaje, pero siempre con la ilusión de volver, aunque sea por accidente, a la galaxia Kyklos. 

El Tesoro de las EstrellasWhere stories live. Discover now