Era el tan esperado Martes, el reinicio de la temporada y la oficina de Red Bull en Mónaco, se encontraba mucho más tranquilo y reservado de lo usual. Se podría decir que todo esto, se debía a que se había vuelto el escenario perfecto para la tensión latente entre Max y Sergio.
Los pocos empleados que estaban al tanto de la situación mantenían la cabeza baja, fingiendo no notar la energía incómoda que llenaba el aire cada vez que ambos pilotos se cruzaban. Max había llegado temprano, decidido a mantener la distancia y la calma, a no dejar que esos pensamientos escritos —aquellas confesiones que ya no podía reescribir ni borrar— volvieran a ocupar su mente. Pero esa resolución flaqueaba cada vez que Sergio aparecía en su línea de visión.
Los minutos avanzaban con una pesada lentitud, y Max empezaba a sentir que lo rodeaba un silencio cargado, inquebrantable y asfixiante. Los pasos calculados de Sergio resonaban en los pasillos como un eco insistente en su mente, cada vez más ensordecedor.
En una primera ocasión, Max lo encontró en la sala de reuniones; Sergio estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia el puerto con una expresión serena, casi indiferente. Max se detuvo por un instante en el umbral, estudiando su perfil como quien examina una figura desconocida, buscando algún indicio en su semblante que le dijera algo, cualquier cosa. ¿Había leído Sergio la última entrada? ¿Pensaba en eso ahora? ¿Estaba fingiendo una indiferencia que, como un reflejo, él mismo proyectaba para no parecer vulnerable?
La pregunta se le clavaba en la mente como un anzuelo, y con el paso de las horas esa curiosidad se volvió casi dolorosa, una necesidad por despejar esa incertidumbre de una vez. Si Sergio había leído su entrada, ¿qué le había parecido? ¿Se burlaba internamente, lo menospreciaba? ¿O acaso, en su silencio, estaba tratando de entender algo que iba más allá de la pista?
La incomodidad se volvió palpable al mediodía, cuando ambos coincidieron en la pequeña cocina de la oficina. Sergio alcanzó una taza de café, y en un segundo exacto, Max sintió la necesidad de hacer lo mismo. Estaban parados lado a lado, tan cerca que podía percibir el aroma sutil a menta que siempre acompañaba a Sergio. Ese olor tan característico, tan tranquilo, chocaba con el estado interno de Max, que solo sentía una creciente urgencia de decir algo, pero se descubría sin palabras.
Los ojos marrones con motas verdes de Sergio apenas rozaron los azules de Max, una fracción de segundo en la que ambos parecían observar al otro y luego volverse a ignorar, apartando la mirada como si hubieran acordado algún pacto tácito de silencio. Max apretó la taza con fuerza, sintiendo que, al igual que ese gesto, todos sus pensamientos sobre Sergio estaban atrapados, privados de un cauce que los liberara.
Para la tarde, la paciencia de Max había llegado al límite. Esa maldita curiosidad, el deseo de saber, de comprender qué estaba sucediendo en la mente de Sergio, lo empujaba más allá de lo racional. El mexicano no había mostrado ninguna reacción fuera de lo normal, y eso solo lograba que el rubio sintiera una frustración creciente, como una chispa que amenazaba con incendiar todo a su paso. Sabía que el latino había recibido el diario el día anterior, pero, ¿acaso ya habría leído su última confesión? ¿Y si ya lo había hecho y había decidido callar, seguir ignorándolo? Max no podía soportar la idea.
Finalmente, esa curiosidad insaciable lo llevó a tomar una decisión que rozaba la insensatez.
Mientras recorría los pasillos de la oficina, sus pies lo guiaron sin darse cuenta hacia el lugar que él había evitado hasta ese momento: la oficina privada de Sergio. Una parte de él sabía que cruzar esa puerta era traspasar un límite, y, sin embargo, se descubrió a sí mismo tocando la perilla. Max tragó saliva, una extraña mezcla de nerviosismo y expectación apretándole el estómago. Había entrado a esa oficina en otras ocasiones, cuando la relación era diferente y la rivalidad no tenía la carga emocional de ahora.
Pero este era un terreno distinto. Lo que estaba a punto de hacer no tenía que ver con la curiosidad superficial de antes. Esto era distinto; era una búsqueda desesperada por alguna pista, una necesidad de respuestas que ni siquiera él entendía por completo.
La puerta se abrió, y Max entró en silencio, cerrándola tras de sí. Inmediatamente, el ambiente lo golpeó como una ola. Había algo particular en ese espacio: una quietud, una esencia propia del pecoso que parecía haber impregnado en cada rincón. Los documentos en el escritorio estaban organizados con precisión, pero lo que más llamaba la atención de Max era el cuaderno negro que reposaba en un extremo de la mesa, casi oculto entre unas carpetas, como si quisiera pasar desapercibido.
Con manos temblorosas, Max avanzó hacia él, sosteniéndolo como si fuera un artefacto prohibido, y lo abrió en la última página.
Allí, en la parte superior, se encontraba lo que parecía el inicio de una respuesta: "Max...". Esa única palabra, escrita con una caligrafía pulcra, le producía una punzada de incertidumbre y desconcierto. Era su nombre, pero lo sentía tan ajeno como si lo estuviera leyendo por primera vez. ¿Qué había intentado decirle Sergio? ¿Por qué detenerse justo después de esa palabra, como si no hubiera podido continuar?
Perdido en esa pregunta, Max sintió que el silencio en la sala era tan profundo que casi podía oír su propio pulso. Esa pequeña muestra de intención, el intento de Sergio de comenzar a responderle, lo llenaba de mil preguntas más, atrapándolo en una red de dudas que parecían no tener fin. ¿Había comenzado a escribir y luego dudado? ¿Estaba tan confundido como él?
El sonido de la puerta abriéndose rompió el hechizo, y Max giró bruscamente, descubriendo a Sergio observándolo desde el umbral. La sorpresa y algo parecido a la decepción se reflejaban en sus ojos, esa misma mirada contenida que durante todo el día le había estado recordando lo poco que entendía de lo que sucedía entre ellos.
Sergio cruzó la puerta, cerrándola con calma tras de sí. Su rostro no mostraba ninguna emoción clara, pero había algo en su postura, en la manera en que miraba el diario en las manos de Max, que revelaba más de lo que él probablemente pretendía.
El tiempo pareció detenerse en esa fracción de segundo en que sus miradas se encontraron, como si en ese momento se resumiera toda la tensión acumulada desde el accidente, desde los días de silencio incómodo, desde aquellas palabras que habían escrito en el diario sin poder decirlas en persona.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Sergio.
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.●Pd: Ahora siii!!!! Ojalá ahora si hablen como gente decente Chequito y Max y no se agarren a golpes...
Se abre debate
🤭
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El diario del asiento 33B |CHESTAPPEN|
Fiksi PenggemarMax Verstappen y Checo Pérez comparten un diario físico durante la competenecia, como parte de una actividad impuesta por Red Bull para mejorar su relación. En cada momento de soledad, uno escribe en el diario y lo entrega al otro, después de cada c...