𝒳𝒳𝒳𝒳𝐼𝐼𝐼- 𝓗𝓲𝓳𝓪𝓼 𝓭𝓮𝓵 𝓯𝓾𝓮𝓰𝓸-

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*Separador: Omnisciente*

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*Separador: Omnisciente*

Los finales no siempre son felices; algunas veces son desoladores e innecesarios, tanto que desearías nunca haber avanzado y quedarte en la tranquilidad de un momento feliz. Un bucle de felicidad no le haría mal a nadie, ¿verdad?

Lamentablemente, para los habitantes de Lunae, la vida no había terminado y no se quedaría en un bucle, contrario a lo que pasaba en la mente de la híbrida, quien se encontraba sentada en una banca en el centro del pueblo donde vivió durante años junto a su ángel.

Respiró con calma, disfrutando del lugar. Estaba tranquila y sin perturbaciones; sin embargo, no podía sacar de su mente las recientes palabras de Samantha Moon, aquella loba que conocía tan bien.

Un sentimiento de tristeza logró perturbarla al solo pensar en no volver a ver a su querida Evanna, en no volver a tocar sus suaves mejillas o sus hermosos rizos.

—Lo lamento, Nana.

A pesar del dolor, estaba convencida de que un mundo donde ella no existiera era mejor; después de todo, jamás debió hacerlo.

Miró a su derecha y vio las tiendas a su alrededor empezar a arder en llamas. Sabía que algo había pasado en el mundo físico, pero no era su problema.

Cerró los ojos con calma, lista para recibir aquello que durante tanto tiempo había deseado en silencio: la muerte, la destrucción de un ser que odiaba.

Ella misma.

—Adara. —El murmullo tras ella recorrió toda su espina dorsal, haciéndola sobresaltarse y levantarse de inmediato.

—¿Qué haces aquí? —Su voz tembló, aún sin poder creer que ella estuviera en ese lugar.

—Quería verte, llevas escondiéndote de mí mucho tiempo.

Los sentimientos embargaron a la híbrida, que no lograba descifrar cuál era ese sentimiento que oprimía su pecho.

—No quiero verte, vete. Este no es tu lugar.

La chica frente a ella negó; no podía irse sin intentarlo.

—Tampoco es el tuyo.

—Cierra la boca, Infinity.

Intentó alejarse, pero la cálida mano tomándola de la cintura la hizo retroceder, sumado a las enormes llamas que las envolvían a ambas.

—Dame un minuto, te lo pido. Bruja.

La rubia se alejó, sintiendo aquel toque en ella muy incómodo y fuera de lugar. Sus ojos, tan brillantes como el rubí, lograron que la bruja diera un paso atrás.

—¿Qué quieres?

—Te ayudaré a salir de aquí.

—No quiero salir de aquí. Tú y yo merecemos este final. —La rubia tomó el aspecto de la mismísima Adara Harikenn. Tomó su rostro y la acercó a tal punto que logró ver cómo sus ojos se inundaban de lágrimas destellantes.

Infierno Escarlata (C.E 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora