Cuervos

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A la mañana siguiente, mientras Kattegat hervía de actividad con los preparativos para la guerra, Elin sintió que el peso de sus visiones y de su responsabilidad la empujaban hacia algo más profundo, algo que aún no podía comprender. Cada paso que daba por las calles del pueblo la hacía sentir más fuerte, pero también más inquieta. Sin saber cómo, presentía que la respuesta a su destino no solo estaba en las batallas y en las decisiones que Kattegat enfrentaba, sino en el misterio de cómo había llegado hasta este mundo.

A medida que avanzaba el día, Aslaug la convocó al templo de los dioses para otro ritual. El aire estaba impregnado de incienso, y la luz del sol se filtraba en rayos dorados entre las vigas de madera, bañando el altar en un brillo sobrenatural. Las piedras en el suelo, cubiertas de runas antiguas, parecían pulsar con vida propia.

—Elin, hay algo en ti que va más allá de los dioses y de los mortales —dijo Aslaug, observándola intensamente—. Los dioses te han traído aquí, pero tú vienes de otro mundo, ¿verdad?

Elin sintió un escalofrío, incapaz de apartar la mirada de Aslaug. Era como si la reina hubiera visto a través de cada uno de sus secretos.

—No sé cómo explicarlo —dijo Elin, finalmente confesando lo que había ocultado desde el primer día—. Vengo de un lugar distinto, un tiempo y una tierra que no son como esta. No sé cómo llegué aquí, ni por qué, pero siento que mi destino está atado a Kattegat.

Aslaug asintió, como si hubiese anticipado cada palabra. Sacó un pequeño saco de lino y lo abrió, revelando un polvo gris que esparció sobre las runas en el suelo. Las piedras comenzaron a brillar, sus grabados resplandeciendo como llamas azules.

—A veces, los dioses eligen traer a alguien desde otro tiempo cuando algo realmente importante está en juego —murmuró Aslaug mientras los símbolos en las piedras comenzaban a girar, mostrándole visiones que solo ella podía ver—. Si has sido llamada a este mundo, Elin, es porque hay un mal que ni los nuestros podrían enfrentar solos.

En ese momento, un estruendo sacudió el templo, y un guerrero entró corriendo, alarmado.

—¡Están aquí! Los enemigos de Kattegat están desembarcando, listos para atacar.

Aslaug se levantó de inmediato, y, sin decir una palabra más, guió a Elin hacia la salida. Afuera, el caos se extendía rápidamente. Los guerreros ya se alineaban, y el sonido de tambores de guerra llenaba el aire. Ivar e incluso Bjorn se encontraban en el frente, armados y listos para liderar la defensa.

Ivar se volvió hacia Elin, su mirada más intensa que nunca.

—Este es el momento que has estado esperando, Elin. Los dioses te han traído hasta aquí porque esta batalla no es como ninguna otra.

Elin asintió y tomó su lugar al frente de los guerreros, sintiendo que el poder de los dioses fluía a través de ella. Levantó la espada y, con un grito que resonó en todo Kattegat, guio a los guerreros hacia el enemigo.

En el campo de batalla, mientras se enfrentaba a oleadas de enemigos, Elin sintió que una fuerza desconocida surgía dentro de ella, una fuerza que no había sentido en su mundo anterior. Sus movimientos eran precisos y letales, como si cada golpe fuera guiado por una mano invisible. Era como si los dioses estuvieran luchando a través de ella.

En medio del caos, Elin vislumbró a la figura de su visión: el hombre con la capa oscura y el cuervo en el hombro. Sabía que era Odín. Sus ojos, oscuros y profundos, se clavaron en los de ella.

—Recuerda, Elin —le susurró su voz en su mente—, esta batalla es solo el principio. La verdadera prueba vendrá después, cuando tengas que decidir si deseas regresar a tu mundo o quedarte aquí, para siempre.

Elin | VikingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora