Intentaba descansar, pero no podía hacerlo. Me revolvía en la cama, incapaz de dejar de pensar en Checo y en la mirada dolida que había visto en su rostro. No entendía por qué se había molestado tanto. Lo único que había intentado era protegerlo, evitar que la gente pensara cosas incorrectas o hablara mal de él. ¿No debería estar agradecido? Entonces, ¿por qué sentía este vacío en el pecho, como si hubiera hecho algo terriblemente mal?Finalmente, frustrado, decidí bajar a la cocina por un vaso de agua. La casa estaba en silencio, y el sonido de mis pasos era el único que rompía la quietud de la tarde. Tomé un vaso y bebí, pero incluso el agua no lograba aliviar la sensación de inquietud en mi interior. Fue en ese momento cuando el timbre sonó. Me quedé inmóvil por un segundo, mirando hacia la puerta con extrañeza. ¿Quién podría ser a esta hora? Por lo general mis padres estaban trabajando y mis amigos avisan antes de venir.
Abrí la puerta con cautela, y mi corazón dio un vuelco al ver a Checo ahí, de pie en el umbral. Su figura se recortaba en la penumbra, y en sus manos sostenía el suéter que le había dado hace unos días. Me sorprendió verlo, y por un instante, no pude reaccionar.
—Hola —murmuró con voz baja, rompiendo el silencio. Bajó la mirada hacia el suéter y lo extendió hacia mí—. Solo quería devolverte esto.
Lo tomé, notando que, esta vez, el aroma que tanto había disfrutado ya no estaba. Como si hubiera puesto un cuidado extremo en evitar cualquier malentendido, cualquier vestigio de su esencia.
—Me encargué de tener cuidado… —dijo, casi en un susurro, como si temiera que cualquier otra palabra pudiera traicionar lo que sentía.
El dolor en su voz me golpeó más fuerte de lo que había anticipado. Mi garganta se apretó, y apenas pude articular las palabras.
—Checo… —tomé el suéter, aferrándome a él como si fuera mi último enlace hacia él—. ¿Quieres pasar?
Él levantó la mirada, y en sus ojos encontré una mezcla de duda y algo más, un eco de la herida que había dejado en él sin darme cuenta.
—¿No te daría vergüenza? —preguntó, y aunque trataba de sonar tranquilo, el dolor en su tono era evidente.
—Por supuesto que no, Checo —respondí con sinceridad, sintiendo que debía aclararle todo—. No quiero que pienses eso. En serio.
Me hice a un lado, invitándolo a entrar, y después de un momento de vacilación, él dio un paso hacia el interior de la casa. Nos quedamos en silencio un instante en la penumbra de la sala, ambos evitando mirarnos directamente. La tensión era casi tangible, y sabía que no podía dejar pasar esta oportunidad para explicarme, para pedirle disculpas de verdad.
—Checo, yo… —empecé, tomando aire profundamente para calmar mis nervios—. Lamento tanto lo que pasó esa mañana. No era mi intención herirte.
Él me observaba en silencio, con los labios apretados, como si cada palabra que dijera fuera vital para él.
—No quería que la gente hablara mal de ti, Checo. No quería que… pensaran cosas que no eran ciertas. No quiero que nadie te lastime por mi culpa —las palabras fluían de mi boca, cargadas de sinceridad y ansiedad—. Tú eres… eres una persona increíble, y lo último que quiero es que alguien te juzgue solo por estar cerca de mí.
Mi voz se quebró un poco, y miré hacia abajo, sin atreverme a ver su reacción. Había dejado salir mis pensamientos con torpeza, sin filtros, pero no podía hacer nada más que ser completamente honesto.
Un silencio se hizo entre nosotros, y cuando levanté la mirada, vi que Checo me observaba con un brillo en los ojos, como si estuviera comprendiendo la situación por primera vez. Su expresión se suavizó, y lentamente se acercó a mí. Antes de que pudiera reaccionar, me envolvió en un abrazo cálido y firme, uno que me hizo sentir que, a pesar de mis errores, él me perdonaba.
Al principio, me quedé inmóvil, sin saber cómo reaccionar, pero pronto el calor de su abrazo empezó a disipar toda la tensión y el malestar que había acumulado. Cerré los ojos y le devolví el abrazo, aferrándome a él como si fuera la única cosa que importaba en el mundo. Sentía su respiración cerca de mi cuello, y con cada segundo que pasaba, el nudo en mi pecho parecía deshacerse, reemplazado por una paz inesperada.
—Max… gracias por preocuparte —murmuró contra mi hombro, y sentí cómo una calidez suave me envolvía al escuchar su voz.
Nos quedamos así unos momentos, sin palabras, dejando que el abrazo hablara por nosotros. En ese instante, comprendí que Checo no necesitaba que lo protegiera del mundo; solo necesitaba que lo aceptara y confiara en él.
El lunes, llegué a la escuela sintiéndome renovado. Había pasado el fin de semana pensando en todo lo que había ocurrido con Checo y, aunque aún me costaba asimilar algunas cosas, había llegado a la conclusión de que solo quería ser un buen amigo para él. El abrazo que compartimos me había dado una fuerza inesperada, una que necesitaba para enfrentar cada mirada y cada comentario que, en días anteriores, habían logrado intimidarme.
Avancé por los pasillos con paso decidido y una sonrisa tranquila en el rostro. Sin embargo, cuando estaba a punto de entrar al salón, recordé la etiqueta molesta de mi camisa nueva. Me dirigí al baño, esperando encontrar algún momento de privacidad para deshacerme de ella.
Entré en uno de los cubículos, dispuesto a cortar la etiqueta con los dedos, y en cuanto cerré la puerta, un grupo de chicos entró en el baño. Al principio no les presté atención, concentrado en mi tarea, pero entonces escuché mi apellido mencionado con un tono de burla que me hizo tensarme al instante.
—¿Ya vieron que el feo Verstappen anda muy sonriente últimamente? —se burló uno de ellos entre risas ahogadas—. Seguro sigue pensando que es amigo de Checo o algo así.
Tragué saliva, el corazón latiéndome con fuerza. Apreté los labios, sintiendo cómo mi seguridad comenzaba a desmoronarse con cada palabra que escuchaba. Quería ignorarlos, pero sus voces parecían filtrarse por cada rincón de mi mente.
—Es que no entiendo —añadió otro con tono despreciativo—, ¿cómo alguien como Checo, que es tan popular y guapo, podría ser amigo de alguien como él?
Una risa burlona resonó en el baño, una que parecía hacer eco en mis propios pensamientos. Me quedé quieto, inmóvil, sintiendo cómo la confianza que había intentado reconstruir se desvanecía como un castillo de arena arrastrado por las olas. Cada palabra parecía un golpe directo a mi autoestima, como si abrieran una herida que apenas había empezado a cicatrizar.
—Checo solo lo hace por lástima —dijo otro—. Es el típico caso de "soy amigo del raro para ser buena persona". Pero no es como que Checo se interese de verdad en alguien como él.
Los dedos se me enfriaron, y sentí un nudo en la garganta. Las inseguridades que había intentado reprimir, aquellas que creía tener bajo control, volvieron con más fuerza que nunca. Me miré a mí mismo, recordando el reflejo en el espejo aquella mañana. Pensé en cómo, después del abrazo de Checo, había salido de casa con una sonrisa. Pero ahora, cada una de sus palabras llenaba mi mente de dudas, como si todo lo que había creído este fin de semana no fuera más que una ilusión.
Intenté decirme a mí mismo que esas personas no conocían a Checo como yo, que no tenían idea de lo que significaba su amistad para mí. Pero las voces continuaban, y era imposible no dejar que sus palabras me afectaran. Sentía que cada frase era una confirmación de algo que siempre había temido: que quizás, en realidad, yo no era suficiente. Que, tal vez, todo el cariño que creía recibir no era más que una lástima disfrazada.
Finalmente, los chicos salieron, y el silencio llenó el baño. Me quedé ahí, en el cubículo, con las manos temblorosas y la etiqueta aún sin cortar. El eco de sus risas y comentarios todavía resonaba en mis oídos, como un recordatorio de todo aquello que, en el fondo, siempre había temido escuchar.
Salí del cubículo y me miré en el espejo. Observé mis ojos, ahora más apagados, y suspiré. La inseguridad era un peso que parecía no querer abandonarme, un lastre que había vuelto a instalarse en mi pecho. Intenté respirar profundo y recordar el abrazo de Checo, pero, por más que me esforzara, sus palabras no lograban apagar el ruido de aquellas voces crueles que seguían persiguiéndome.
Con un último suspiro, salí del baño y me dirigí al salón, sintiendo cómo, con cada paso, la sonrisa que había traído esa mañana se desmoronaba.
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Conquistando a mi crush || Chestappen
Fanfic"Es triste amar a alguien tan querido, tan admirado, y saber que mi lugar es en las sombras, donde ni siquiera se dará cuenta de lo que siento."