Cap 5

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Richard Rios

Ese día después de la presentación, la semana de la independencia pasó como cualquier otra, pero había algo que no se me iba de la cabeza. Desde el día de la presentación, Tatiana se me había metido ahí sin permiso, como un pensamiento insistente. No sé, tal vez porque verla tan metida en ese proyecto y cómo se entregó a todo… No sé, era raro, nunca me había pasado algo así.

Todo el mundo hablaba de lo bien que nos fue con la presentación, hasta el profe me felicitó, y aunque yo le resté importancia, sabía que fue porque Tati hizo que me enfocara. Era la típica “niñita” que siempre hacía las cosas perfectas, que cuidaba cada detalle. Y yo… yo era el que siempre hacía lo justo para pasar. Pero ahí estaba, pensando en cómo ella me había empujado a hacer algo diferente.

Esa mañana, mientras me alistaba, me vi en el espejo y traté de despejarme de esas ideas. Me puse el uniforme y agarré la mochila, listo para otro día más de colegio. En el desayuno, mi mamá me miraba raro, como si supiera que algo estaba pasando, pero no dijo nada.

Cuando llegué al colegio, traté de actuar como siempre, con la misma actitud de siempre. Me encontré con los parceros de siempre en la entrada y, entre risas y comentarios sobre cualquier cosa, nos fuimos caminando a clase. Sin embargo, por más que intentara concentrarme, me encontraba buscando a Tatiana en el salón o en los pasillos.

A la hora del descanso, la vi hablando con sus amigas, sonriendo y hablando de lo bien que había salido la presentación. Algo dentro de mí me hizo acercarme, aunque en realidad ni sé por qué.

—Ey, Mejía, ¿todavía pensando en la presentación o qué? —le solté, con una sonrisa media burlona, mientras cruzaba los brazos, esperando a ver cómo reaccionaba.

Ella me miró de reojo, como si no le sorprendiera que me estuviera acercando.

—No más que vos, Ríos —me respondió, levantando una ceja, como si no se creyera mi actitud de indiferente.

Ese comentario me dejó callado un momento, pero no iba a dejar que ella pensara que tenía razón.

—Yo solo le metí mano porque el profe estaba ahí mirándonos como si nos fuera a poner una nota de vida o muerte —le dije, encogiéndome de hombros—. Pero igual, admito que salió bien… aunque fue más mérito tuyo que mío.

—¿Ah, sí? —respondió ella, mirándome con sorpresa y una sonrisa traviesa—. Pensé que vos no creías en darme crédito por nada.

—Ey, no soy tan mal tipo —le dije, medio riéndome, tratando de bromear para quitarle peso a lo que acababa de decir.

Ella se quedó en silencio un momento, mirándome como si intentara descifrar qué estaba pasando por mi cabeza. Y ahí, por un segundo, sentí una conexión rara, como si realmente entendiera que, detrás de todas mis bromas y actitudes de “chico malo”, había algo más.

Al salir del colegio, me fui directo a la cancha de fútbol. Los parceros ya estaban ahí esperándome, listos para el partido de cada tarde. Pero mientras corría de un lado al otro, con el balón en los pies, Tatiana seguía dando vueltas en mi cabeza. Me acordaba de su sonrisa, de su manera de mirarme cuando discutíamos ideas para el proyecto, de cómo se esforzó por hacerme sentir parte de algo más grande.

Por primera vez, me preguntaba si quizás había sido muy rápido en juzgarla. Siempre la vi como una gomelita más, una niña de esas que se esfuerza demasiado y quiere caerle bien a todo el mundo. Pero después de todo lo que habíamos compartido, me daba cuenta de que ella era mucho más que eso. Había algo en ella, una seguridad y una pasión que me habían sorprendido.

Esa noche, mientras estaba en mi cuarto, me encontré pensando en ella de nuevo. No podía negar que sentía una atracción, aunque no me atrevía a decírselo ni a admitirlo del todo. Sabía que si me dejaba llevar, podría acabar en algo complicado, y eso era lo último que quería. Pero, al mismo tiempo, no podía dejar de preguntarme cómo sería conocerla mejor, entenderla de verdad.

Llegué al colegio decidido a actuar como si nada. Me dije a mí mismo que lo que sentía era pasajero, que solo era la emoción del momento y que todo volvería a la normalidad. Pero en cuanto la vi entrar al salón, mi plan se fue al carajo.

Tatiana se sentó en su puesto, y apenas cruzamos miradas, me di cuenta de que no iba a ser tan fácil sacarla de mi mente. Traté de concentrarme en las clases, en mis amigos, en cualquier cosa, pero cada vez que la miraba, sentía que algo dentro de mí cambiaba. Y aunque no quería admitirlo, sabía que esa gomelita había empezado a meterse bajo mi piel, y eso era algo que ni yo mismo podía controlar.

THE BAD BOY - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora