San Bernardo, Hotel Yasmin del Mar

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   Desde afuera, el Hotel Yasmin del Mar era apenas un esqueleto de concreto, viejo y desgastado, aferrado al borde de la costa. Bajo el cielo gris y encapotado, las luces parpadeantes del hotel proyectaban un brillo anaranjado que apenas lograba abrirse paso entre la densa y húmeda niebla. Las olas golpeaban con insistencia la fachada de madera desgastada, dejando huellas saladas en las ventanas del primer piso, como señales de advertencia. A pesar del sombrío día que se avecinaba, el lugar conservaba un encanto único. Ese fin de semana llegaron nuevos huéspedes para pasar las festividades. El pronóstico prometía que el clima mejoraría, por lo que los ánimos eran optimistas.

Cada uno de los recién llegados parecía cargar sus propios secretos. No se conocían, pero compartían un sentimiento incómodo, una inquietud que crecía con cada minuto pasado en el hotel. En el salón de recepción, la tensión era palpable; los huéspedes se veían obligados a compartir el espacio mientras la lluvia arreciaba afuera. Las paredes, cubiertas de paneles de madera oscura, absorbían la escasa luz de las lámparas, creando sombras que serpenteaban sobre el papel tapiz descolorido.

Doña Carmen y Don Eliseo, una pareja de ancianos de miradas frías, se mostraban impacientes. Se habían presentado con la dignidad de quienes creen merecer algo especial, y de inmediato exigieron la única habitación con jacuzzi, ocupada ya por un hombre solitario de aspecto huraño y mirada profunda. Don Carlos, como lo llamaron, parecía decidido a no ceder su espacio. Las palabras comenzaron a elevarse en tono y volumen, y las miradas se tornaron hostiles, mientras María, una joven madre visiblemente agotada, intentaba calmar a su hija pequeña, que lloriqueaba, asustada. Los chicos de veinte años observaban la escena con diversión cínica; incluso pensaban en salir, sin darse cuenta de que el hotel pronto les daría motivos para dejar de reír. Fue entonces cuando un relámpago iluminó el vestíbulo, proyectando sombras grotescas que parecían danzar en las paredes. El retumbar del trueno hizo vibrar el edificio, y todos giraron hacia las ventanas, donde el horizonte estaba ahora cubierto de olas oscuras y furiosas que parecían arrastrarse, amenazantes, hacia la orilla.

Justo cuando la discusión alcanzaba su punto álgido, un trueno ensordecedor sacudió el edificio. Las luces parpadearon antes de apagarse por completo, sumiendo el hotel en una oscuridad total. Un destello de relámpago iluminó brevemente los rostros tensos de los huéspedes, reflejados en las ventanas. Todos miraron hacia el exterior, donde el mar, encrespado y salvaje, parecía acechar al edificio. En la penumbra, el reducido personal del hotel, claramente sobrepasado, pidió ayuda a los huéspedes para asegurar las puertas y ventanas. Mientras cada uno cumplía su tarea entre sombras y figuras que parecían deformarse con cada rayo, las miradas se volvieron cada vez más recelosas, cargadas de una tensión creciente. La rabia de la discusión inicial cedía, dando paso a una alerta silenciosa, un miedo creciente, como si la tormenta fuera solo el preludio de algo aún peor.

Apenas terminaron de asegurar el vestíbulo, el silencio se rompió con un grito desgarrador. Era Elena, la joven madre, que miraba a su alrededor con desesperación. "¡Camila! ¿Dónde está Camila?", gritó, su voz quebrada por el pánico. Nadie había visto a la niña desde que comenzó el caos. La oscuridad y el eco de la tormenta transformaron cada rincón del hotel en un espacio de sospecha; algunos miraban al suelo, otros se observaban con desconfianza, pero todos sabían que la pequeña debía estar en algún lugar.

Mientras los huéspedes discutían, lanzándose acusaciones y teorías cada vez más hostiles sobre el paradero de Camila, una ráfaga de viento furiosa golpeó el vestíbulo, haciendo crujir las ventanas. Los gritos y el alboroto escalaban junto con el ruido del oleaje, cada vez más fuerte, hasta que, de pronto, un golpe sordo sacudió el ventanal del lobby, sumiendo a todos en un silencio aterrador. La enorme ola se había estrellado contra el vidrio, cubriéndolo de agua y espuma salada, mientras la estructura vibraba bajo la fuerza brutal del océano.

Fue entonces cuando un grito heló la sangre de todos. Alguien, con voz temblorosa y aterrada, señaló hacia el exterior: "¡Allí! ¡Miren afuera! ¡Es ella!".

Todos se precipitaron hacia las ventanas, empujándose para ver. Allí, en la playa oscura y desolada, estaba Camila, apenas una figura diminuta envuelta en sombras, con el vestido ondeando en la tempestad. La niña miraba al horizonte, ajena al peligro, con sus pequeños brazos colgando a los costados, mientras el viento aullaba alrededor. Con cada avance de la marea, el agua se acercaba, arrastrando la arena hacia el mar y dejando una espuma espesa a los pies de Camila, como si la llamara.

De repente, una ola colosal se alzó en el horizonte, oscureciendo el cielo, una pared de agua que avanzaba hacia la orilla, amenazando con devorar todo a su paso. Los huéspedes miraban, paralizados, sus rostros reflejados en el vidrio empañado. En sus ojos se veía la figura de la niña y su destino inevitable. La madre de Camila, sin contenerse, golpeó el ventanal desesperada, gritando el nombre de su hija en un alarido desgarrador, que se perdió en el rugido de la tormenta. Justo en ese instante, la luz del vestíbulo se apagó de nuevo, dejándolos atrapados en una oscuridad impenetrable, mientras el estruendo de la ola crecía, hambrienta y lista para consumirlo todo.

Un silencio sepulcral cubrió el vestíbulo. La tristeza y la culpa se mezclaban en el aire, y cada uno de los huéspedes evitaba la mirada del otro, sabiendo que nadie se había atrevido a abrir la puerta para ir por la niña. Con el corazón roto, se sentaron en los sillones en la penumbra. Después de un rato, la luz volvió, pero Elena ya no estaba en ninguna parte. Las puertas seguían cerradas. En ese momento, el televisor parpadeó y se encendió. Don Carlos apuntó su dedo esquelético hacia la pantalla, donde el presentador del pronóstico decía: "La anunciada tormenta Camila arrasa con todo en la costa atlántica". Los huéspedes del hotel se miraron, perplejos. ¿Dónde estaba Elena? Todos recordaban sus gritos por su hija. Todos habían visto a la niña. Pero nadie tenía una explicación para lo que acababa de suceder.

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⏰ Última actualización: Oct 31 ⏰

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