El incidente

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"Engorrosa". Esa era una buena palabra de entre su extenso léxico que describiría la situación, pues estaba tapizando su mente por razones más allá de la comprensión humana...

— Uf, estoy derritiéndome. No sé por dónde sacas tanta energía.

...Eso pensaría Owain si las quejas repetidas de Severa fuesen mentales y él finalmente fuese capaz de atribuirse el talento oculto de la clarividencia. No lo eran.

El sol los rociaba como dos brotes que descaradamente robaban todo el suministro. Las nubes estaban jugando un tira y afloja maquiavélico donde ensombrecían a unos pasos de ambos mientras daban la programada vuelta. Justo cuando la pelirroja estaba cubierta por menos dorado y el iris de Owain dejaba de aturdirse por el cegador brillo, la nube huía y un nefasto rayo de luz atacaba al descuidado espadachín.

—Deja de mover tu espada así.

—¡Espanto a los viles seres que atenten contra nuestro puesto! —explicó Owain.

—Me estás dejando ciega. Apunta esa cosa a otro lado al menos.

Ah. Sí, tiene sentido que no haya sido el único sufriendo el silencio. Relampagueó el brillo de su arma frente suya, Owain dispuesto a atender la petición, pero primero verificando su mirada. Su reflejo estaba más claro de lo que recordaba; un destello fugaz le hizo recordar que esa sería la mirada de un futuro héroe. No... De un futuro "espadachín actuante".

—Je...

Su carcajada fue para su propio goce. Las malas lenguas dirán que lo hace por atención, un aura inquisitiva forjada en cada acción que el rubio toma para atraer las miradas que contarán su historia. "¡Mentiras!", él respondería.

—¿Por qué te ríes solo? —Severa preguntó de mala gana.

"¡Mentiras!" diría Owain, mintiendo. Porque vaya que sintió un cosquilleo placentero al elevar el rostro una vez que encajó su fiable espada en su funda para chocar miradas con su compañera de guardia. Sellar en su interior el contenido de la carta que todavía guarda es una tortura para alguien como El Elegido.

Repasó la expresión de Severa en búsquedas de indicios de esperanza; el pensar que podría desfogar un segundo y volver a la aburrida labor de quedarse parado y caminar alrededor como si nada.

—Nada, la situación me resulta exuberante por sí misma —Owain inició, forzando una voz ronca—. El asolador cielo no tiene piedad en dos almas fugitivas del caos. Somos más que esto, Severa. De hecho, da la casualidad que he sido digno de...

—¿Lo dices porque me quejé? —lo interrumpió ella de entre su monólogo, pateando un pedazo calcáreo de peldaño en el camino—. ¡Ya me dirás tú qué chica resulta atractiva mientras está toda sudada!

Owain tragó saliva. Vaya.

—El estrago del sudor vale cada gruñido mío —Severa concluyó su punto. Tajante, sí, pero elevó poco su tono de la sorna usual.

—Eh. No lo decía por tus quejas... Bueno, ¡sí! Pero con esas. Entiendo que hasta nosotros nos hemos averiado de estas interminables guardias.

Suavizando su voz, el príncipe calculó los pasos a medida que veía las coletas pelirrojas surcar al aire en el trayecto de su caminata cíclica. La atajó antes de que se fueran de su alcance, poniendo sus manos por encima de esos hombros al descubierto. Severa había exagerado, pues las puntas de los dedos de Owain percibían solo un fresco efluvio que ignoró más pronto que tarde. Apretujándola de forma delicada, en el rubio creció una sonrisa que se hincó a lo socarrón.

—¿Qué...? —Severa titubeó, cortada por un animado Owain.

—¿Te aliviaría un masaje?

—¿¡Cómo!? ¡Te acabo de decir que estoy...!

Felicidades, Owain.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora