54. Redención en el Ministerio

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Todos se agruparon detrás de él, varitas alzadas, preparándose para defenderse. Fue en ese instante cuando los Mortífagos hicieron su aparición, descendiendo del aire como sombras ominosas. En un abrir y cerrar de ojos, los Mortífagos capturaron a cada uno de ellos, incluyendo a Sarah, que yacía desmayada y, en su estado, poco podía ofrecer en términos de resistencia. Sin embargo, Harry logró mantener la profecía en su poder.

Lucius Malfoy apareció frente a Harry, su presencia tan imponente como la de una serpiente acechando a su presa.

—¿En realidad creíste...? ¿De verdad eres tan ingenuo para creer que unos niños lograrían detenernos? —dijo Lucius con una sonrisa fría, acercándose a Harry con calma inquietante—. Es sencillo, Potter —extendió la mano hacia Harry—. Dame la profecía ahora o tus amigos pagarán el precio.

Harry observó a su alrededor, su respiración agitada mientras evaluaba la situación desesperada. Sabía que debía actuar con cautela, pero también que no podía ceder.

—¡No se la entregues, Harry! —gritó Neville desde el suelo, pero Bellatrix Lestrange le hizo callar, presionando su varita contra el cuello del chico con una brutalidad sin piedad.

Harry entregó la profecía a Lucius Malfoy, consciente de que no tenía otra opción si quería proteger a sus amigos. Sin embargo, justo en el momento en que Lucius la recibió, un grupo de aurores apareció en escena. Estos no eran Mortífagos; su llegada fue una bocanada de aire fresco. Los aurores liberaron a los niños y comenzaron a enfrentarse a los Mortífagos, mientras uno de ellos liberaba a Sarah, que aún estaba inconsciente. Sirius Black también hizo su entrada dramática, su presencia iluminando la sala con un atisbo de esperanza. Con un contundente puñetazo, lanzó a Lucius Malfoy al suelo, haciendo que la profecía cayera al suelo. La batalla se desató en el centro del Departamento de Misterios, con Sirius y Harry enfrentándose a Lucius en un duelo feroz.

En otro plano, Sarah estaba en un estado de calma relativa. Aunque la situación a su alrededor era inquietante, la presencia del Wendigo, que se había convertido en un inesperado compañero, le proporcionaba una sensación de seguridad. El monstruo, que parecía estar más preocupado por ella que por sí mismo, estaba atento a los ruidos que se acercaban. Sarah se mantenía cerca, escuchando los gruñidos y gritos que se aproximaban.

—¿Qué está pasando? —preguntó Sarah, su voz temblando ligeramente.

—No te preocupes —respondió el Wendigo con una calma casi inquietante—. Estas criaturas vienen de vez en cuando, pero no me hacen mucho daño. El problema es si te hacen algo a ti. Quédate detrás de mí.

Sarah obedeció rápidamente. En segundos, las criaturas emergieron de las sombras, rápidas y de tamaño medio. El Wendigo las enfrentó con una eficacia brutal; Sarah se aferró a él mientras observaba cómo la sangre caía como lluvia en el suelo. Finalmente, las criaturas fueron derrotadas. El Wendigo la dejó en el suelo, y Sarah notó que los cuerpos habían desaparecido, aunque la sangre permanecía.

—No son gran cosa, solo vienen a molestar —afirmó la criatura—. Lo que viste es solo una muestra de lo que puedes llegar a hacer en tu propio mundo, aunque no sea voluntario.

—Entiendo... —respondió Sarah, aún procesando la visión impactante.

Finalmente, Sarah despertó en el otro mundo. Se acercó sigilosamente al centro del caos, escuchando un distante "¡Buena esa, James!" Sin pensarlo, corrió hacia donde intuía que Bellatrix Lestrange aparecería, pero llegó demasiado tarde para evitar el desastre.

—¡Avada Kedavra! —exclamó Bellatrix, apuntando hacia Sirius.

En un acto desesperado, Sarah empujó a Bellatrix, desviando el hechizo mortal que se desvió, fallando por poco en su objetivo. Bellatrix, sorprendida, permitió que Sarah escapara, temerosa de la proximidad. Mientras tanto, Harry, enfurecido, se lanzó contra Bellatrix.

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