Olvídalo (¿qué fue de todos modos?)

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Ehyenmal se alzaba como una cicatriz en el horizonte. Tenía una torre que parecía burlarse de todo lo conocido, estirándose hacia el cielo con una arrogancia provocadora. En su cima, una habitación irradiaba la luz agonizante de un atardecer moribundo, extendiéndose como un suspiro en las paredes de cristal que rodeaban el espacio. El panorama era una masa de arquitectura disonante: edificios que parecían sacados de una alucinación febril, espirales sin propósito, agujas que desgarraban el cielo, curvas que parecían retorcerse en un placer imposible de comprender. Decenas de miles de cables y tubos surgían de cada estructura, serpenteando como venas expuestas, envolviéndose en un abrazo perverso, sin lógica ni destino aparente

En el centro de este salón celestial y enfermizo, un sofá desnudo, tan crudo y firme que invitaba a ser tocado, desafiaba a cualquiera que lo observara

A la izquierda, Feind Blutmond. Delicado como el filo de un cuchillo, con un cabello rubio que caía en un descuido estudiado sobre su rostro afilado. Tenía la fragilidad engañosa de un ídolo joven, de apenas dieciséis años, y la calma de un depredador antes del ataque. Vestía de blanco, como un susurro de inocencia en medio de aquel infierno estético, su postura relajada pero cargada de una amenaza invisible. Sus ojos eran como espejos, desinteresados pero implacables, dirigidos al vacío, como si observaran algo mucho más allá del espacio que ocupaba su cuerpo

Junto a él, Sonne, una figura de autoridad voluptuosa y enigmática, la gran pontífice de la ciudad. Su cabello rojo brillaba como un grito contenido, trenzado con precisión, dejando mechones sueltos que caían sobre su rostro con la sensualidad de una caricia prohibida. Su atuendo, de un negro brillante y ajustado, parecía más una segunda piel que la cubría de manera provocativa; una camisa translúcida se adhería a su torso, revelando el contorno de sus formas, una visión que era a la vez prohibida y abrumadora. El traje tenía costuras que parecían morder su carne y un collar enorme descansaba en su cuello, una obra brutal y llena de simbolismo, cuya pieza central era un corazón negro marchito, el último suspiro de una vida que Feind le había arrebatado sin remordimientos

Sus dedos rozaban el collar, acariciándolo con una mezcla de devoción y resentimiento, como si en su tacto yaceran recuerdos de una sumisión forzada, de una historia enredada de poder y dominio. El silencio entre ambos era denso, eléctrico, un espacio donde la dominación se mezclaba con una calma expectante, a la espera de algún susurro o grito que nunca llegaría

El silencio entre ellos se alargó, pesado como un veneno lento, una tensión cargada que serpenteaba entre sus cuerpos en esa sala sagrada de ventanas imposibles y cielos ajenos

Finalmente, Sonne se movió, sus labios apenas separándose, dejando escapar un susurro envenenado

—¿Hasta cuándo piensas permitir que el silencio continúe?

Su voz, suave como una amenaza velada, parecía una caricia que ocultaba cuchillas. Sus ojos ámbar lo perforaban con una intensidad que traicionaba su tono suave, sus pupilas fijas en él como si quisiera arrancarle la máscara que llevaba

Feind dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa minúscula, casi cruel

—Ya que decidiste colarte aquí sin permiso, pensé que habrías tenido algo que decir. Pero parece que tu obediencia aún tiene la última palabra sobre tu voluntad. ¿Por qué te empeñas en menospreciarte de esa forma?

La molestia se apoderó del rostro de Sonne en una mueca imperceptible, sus dedos tensándose alrededor del pesado collar que le ceñía el cuello. La piedra central, un corazón negro y seco, parecía latir en respuesta, un eco del poder que le había sido arrebatado

—¿Qué estás tramando esta vez?

Murmuró ella, su voz un filo envuelto en seda

Feind giró una página del libro con despreocupación exagerada, sus ojos apenas abandonando el texto

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Aglaia's World-KillerWhere stories live. Discover now