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95 d. C.
Tres años después Rhaemara se había quedado sola; o así lo sentía ella.
Su madre había muerto poco tiempo después del nacimiento de Laena; quedándose ella sin ambos progenitores.
Rhaenys hacia su vida, como toda persona. Laena y Laenor eran sus hijos, unos hermosos niños de cabello platinado como los Targaryen.
Ella se había quedado con su abuelo Jaehaerys, él le había pedido que se quedara hasta que tuviera la edad para casarse.
Llevaba demasiado tiempo sin ver a Daemon; dos años. Daemon la última vez había venido con Caraxes a felicitarla. Trayendo con él múltiples joyas y libros para su prima.
—…Stark y Lannister. —le dijo su abuelo pero ella estaba perdida
—Lo siento, me distraje.
—Las propuestas, querida. —le sonrió a su nieta de catorce años— Abundan.
—Dije que me casaría a los quince. —le recordó— Queda un año.
—Piensa con quién quieres unir tu sangre, Mara. No cualquiera corre con la suerte de casarse con una princesa Targaryen.
Ella sonrió; al salir fue directo al campo de entreno. Se encontró con un caballero y este le ayudó a entrenar un poco.
—No es muy usual que a una princesa le apasionen las espadas. —le dijo él
—Me alegra ser la primera que conozcas. —le sonrió
Rhaemara era hermosa; y no se había dado cuenta de ello. Aparte de tener un carácter fuerte y una inteligencia única era realmente hermosa. El que se casara con ella tendría el cielo asegurado; o eso pensó el soldado.
Lo que olvidaba la gente es que los Targaryen llevan fuego en la sangre. Jamás podrían llevar al cielo a alguien. El fuego estaba en todos los Targaryen, pero especialmente en la reencarnación de Visenya, como solían llamar a Rhaemara.
—…Caraxes. —dijeron y ella miró a las mucamas de inmediato
—¿Qué sucede con Caraxes?
—Se dice que se le vió en la fosa de dragones. —dijeron
Rhaemara al ser tan protegida jamás salía del castillo. Se había hecho amiga de toda la servidumbre ganándose la confianza de ellos.
Ante la mención del dragón ella corrió a sus aposentos y pidió a Clarisse que la vistiera.
Cambió el vestido color perla por un rojo con mangas caídas. Clarisse peinó el largo y abundante cabello plateado en una trenza de lado, la adornó con un broche que le regaló Daemon e hizo lo mismo con las joyas.
—¿A qué se debe este hermoso aspecto? —preguntó y la princesa sonrió
—Daemon-
—El príncipe Daemon ha llegado.
Ella corrió y cuando llegó a las escaleras frenó en seco, observó como su primo subía y se quedó sin aliento.
Estaba perfecto. Cargaba con una vestimenta negra y los ojos se veían diferente; menos inocentes diría una persona experta en ello.
Pero para Rhaemara su primo seguía siendo él. Ella no sabía sobre los rumores: rumores de que el príncipe asesinaba, que contrataba putas, que recorría a burdeles y otras cosas que Rhaemara desconocía.
—Princesa.
—Primo. —ella se mostró serena— No avisaste que vendrías.
—¿Debo hacerlo? —enarcó una ceja
—Debido a qué llegas a mi hogar, sí. Debes hacerlo. —ella le dio la espalda caminando y él la siguió
Todos sabían que ella tenía cierto poder sobre Daemon; el solo hecho de que la llenara de regalos y preguntara por ella era suficiente para saberlo.
—¿Cómo haz estado, Rhaemara?
—Abandonada. No me visitaste por mucho tiempo. —le dijo ella
—Mandé regalos.
—Mi regalo favorito es tu presencia. —dijo ella y se aclaró la garganta sonrojada— Soy la única niña en el castillo, me siento sola.
—Viserys-
—Él es un hombre.
—¿Y yo no?
—No. Tú eres Daemon. —dijo ella sonriendo y Daemon hizo lo mismo
Lo cierto era que se había quedado anonado al verla; no era una niña, ya no. Tenía catorce años y se notaba en todo. En su cuerpo, sus rasgos y su postura. Pero seguía teniendo aquella chispa de siempre.
—¿Dejaste que Caraxes viera a Sunshine? —le preguntó— Ha estado inquieta.
—Sí. Los dejé a ambos.
Llegaron al salón del trono e hicieron la reverencia a el rey Jaehaerys.
—Daemon. —saludó— Estás muy alto.
—Majestad, es un gusto estar aquí. Espero mi larga estadía sea complaciente.
Jaehaerys rio. Su sobrino era conocido por sus… acciones descabelladas.
—Seguro que lo será. Preparen todo para el regreso del príncipe, una fiesta dignada del apellido Targaryen es el mejor recibimiento.
Rhaemara miró a Daemon, no quitó la mirada en ningún momento. Por supuesto que notó como las mucamas suspiraban; su primo era muy pero muy apuesto.
—¿Haz considerado alguna propuesta? —preguntó Jaehaerys
—No deseo hablar de eso.
Rhaemara se retiró y fue al jardín; su jardín secreto. Ahí pasaba la mayor parte del tiempo, regando las flores y manteniéndolas hermosas.
—¿No me darás mi regalo? —le preguntó él y ella sonrió
—No sé de qué hablas.
—Hace dos años me diste un gran regalo de bienvenida.
—¿Ah, si? —ella lo miró— He olvidado que te di.
—Ven te lo recuerdo.
La tomó fuertemente de la cintura y la besó, Rhaemara casi se derrite en los brazos del dichoso príncipe Daemon. Había extrañado mucho esto.
Sus besos. Su tacto. Sus caricias. Su voz. Todo de él. El beso duró más de lo que ella creyó; pues su dama de compañía los vio.
Pero simplemente dio la espalda fingiendo no ver nada. Rhaemara tenía gente que la resguardaba, así que se confió. Gran error.
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Red Thread. (Daemon Targaryen)
Fiksi PenggemarTodas las personas tenemos un hilo rojo, o eso cree Rhaemara Targaryen, un hilo rojo es eso que te conecta con una persona, una conexión inquebrantable. Pero su hilo rojo no era tan resistente, o eso creía ella.