Tragedia en 2001

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La crisis de 2001 en Argentina había dejado a millones de personas en ruinas. Entre los afectados se encontraba una mujer cuya vida comenzó a desmoronarse con la misma rapidez con la que la economía colapsaba. En medio del caos y la desesperación por evitar la quiebra de su empresa, tomó una deuda con un prestamista informal, esperando que el dinero le permitiese salvar su pyme.

La deuda se convirtió en una sombra omnipresente, una constante fuente de ansiedad mientras los días se convertían en semanas y luego en meses. La situación empeoró cuando el prestamista, utilizando métodos intimidatorios y la violencia de sus matones, comenzó a hacer demandas cada vez más desesperadas. Los ataques ya no solo eran psicológicos; sino que también llegaron a ejercer violencia física contra la mujer.

Finalmente, el 20 de diciembre de 2001, el gobierno anunció una serie de medidas económicas drásticas, incluyendo la congelación de depósitos bancarios. Este evento agravó la crisis generalizada del país y llevó a muchas empresas a cerrar debido a la falta de liquidez. La noticia llegó con un golpe brutal: a los pocos días, su empresa cerró sus puertas, pues las pérdidas eran irrecuperables, cientos de trabajadores fueron despedidos, y la deuda impaga se transformó en una carga insostenible.

Sentada en su oficina vacía, rodeada de papeles y deudas sin pagar, la mujer tomó una decisión final. Escribió una carta, una última confesión de su miseria y desesperanza. La pluma temblaba bajo su mano mientras redactaba unas palabras que, poco a poco, se convirtieron en su testamento final. La carta, aunque difícil de escribir, era su último intento de comunicar lo que no había podido expresar de otra manera a su familia.

"He intentado de todas las maneras posibles resolver esta situación, pero la carga se volvió demasiado pesada, incluso los días y las noches se han convertido en una interminable cadena de desesperanza e insomnio interminable. La posibilidad de salvar mi negocio ya se ha desvanecido, y la vida que conocía se convirtió en un recuerdo doloroso. Yo no lo busqué, yo no lo quise; simplemente me vi arrastrada por una corriente implacable que no pude controlar."

Con el último resto de esperanza extinguiéndose, se levantó y se dirigió a la estufa de gas, que había estado encendida durante días. Sin más palabras, abrió el gas de la estufa a máxima potencia, cerró las ventanas de la oficina y puso un trapo húmedo bajo la puerta de entrada a su despacho. El monóxido de carbono comenzó a llenar la habitación lentamente, creando un ambiente sofocante. En su último momento de lucidez, se sentó en su silla ejecutiva frente a la carta, y recostó su cabeza sobre el escritorio, simplemente esperando el final.

Al cabo de una hora, el abogado a cargo del caso de quiebra de la Pyme llegó a la oficina, y al abrir la puerta, fue recibido por una alta concentración de monóxido de carbono, junto a un ambiente opresivo. Encontró a la mujer inconsciente y al borde de la muerte, con una gran dificultad para respirar. En un acto de desesperación, rompió todas las ventanas para que entrase oxígeno, y tomó a la mujer en sus brazos con urgencia, intentando socorrerla.

– ¡No te mueras, por favor!– suplicó mientras ella yacía en sus brazos, pero era demasiado tarde, y con un último suspiro dificultoso, la mujer murió en brazos del abogado.

Con tristeza, él la recostó suavemente sobre el suelo y, con el corazón pesado, recogió la carta que había caído cerca de ella en su arrebato por socorrerla. La leyó en voz alta, sus palabras resonando en el silencio de la oficina:

– "Yo no lo busqué, yo no lo quise" – leyó. – Eso debería decir yo ahora que sé que ella ha muerto, y que murió inoportunamente en mis brazos sin conocerme apenas. Si tan solo hubiese llegado unos minutos antes...

𝐇𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚𝐬 𝐲 𝐑𝐞𝐥𝐚𝐭𝐨𝐬Where stories live. Discover now