La semana pasó lenta, aunque estuve demasiado entretenida buscando un cierre a la investigación. Incluso había trabajado fuera de horario, en mi departamento. Tenía un punto que probar. Cuando llegó el viernes a la tarde, Thomas me llamó para pasarme a buscar y llevarme a su departamento. Sin embargo, sustituí su idea porque fuera él quien esa vez se quedara a dormir en el mío.
—¿Me pasas la pimienta? —Pedí, estirando mi mano hacia él. Me la alcanzó y me observó mientras preparaba la comida. Mi cocina era pequeña en comparación con la suya, lo que nos llevaba a tener que estar más apretados de lo normal. Mejor para mi.
—Así que... te autodenominas como la mejor cocinera de estofado.
Le conté eso. Era cierto. La salsa roja que hacía para los fideos siempre era halagada por todos los que la probaban. Quería sorprenderlo, así que esperaba que realmente le gustara una vez terminada.
—Exacto. —Guiñé mi ojo en su dirección—. Y no me autodenomino, me lo atribuyeron los propios comensales.
Sonrió, porque lo apunté con el cucharón de madera.
—Pues sale un olor exquisito de ahí.
—¿Sabes qué más es exquisito? —Alcé una ceja, pícara. Esperó a que respondiera mi propia pregunta—. Tu.
Se movió, poniéndose detrás de mí. Sus brazos me rodearon, anclando sus manos a cada lado de mi cuerpo, sobre la mesada. Miré esos dos troncos musculosos, gustosa de estar acorralada. Su barbilla se apoyó en mi hombro, su nariz hizo cosquillas en mi cuello y solté una risita.
—Amo cuando te me insinuas. —Susurró, con su voz enronquecida. Siguió con las cosquillas, haciéndome retorcer con una mezcla de placer y diversión.
—¿Y qué otras cosas amas? —Pregunté, viendo la salsa de tomate hervir. Estaba igual que yo— A cosas inusuales me refiero.
—¿Inusuales?
—Un hombre millonario debe tener sus excentricidades. —Lo miré por sobre mi hombro. Él hizo una mueca, confundido— ¿En la comida, por ejemplo?
—Como cualquier cosa que no tenga dudosa procedencia.
—¿En la música?
—Clásicos de décadas anteriores.
—¿En la cama?
—A ti. —Besó debajo de mi oreja, justo donde mi pulso latía desbocado. Reí, contenta con su respuesta.
—Yo no soy algo inusual... —Murmuré.
—Claro que lo eres, no existe otra como tú. Eres única. La única mujer que quiero en mi vida.
Me quedé sin aliento. Sus ojos conectaron con los míos cuando giré un poco mi rostro. Ese mar profundo me recibió, me atrapó y me llevó hasta el fondo.
—Resultaste ser todo un romántico. —Jugueteé. Él sonrió.
—Solo con la persona de la que estoy enamorado.
Besó mi cuello cortamente, enviando señales eléctricas a toda mi anatomía. La salsa se quejó en la cacerola, anunciando que estaba en el punto justo. Eso me hizo volver a la tierra y bajar de la nube del enamoramiento en la que estaba volando.
—Ten, prueba. —Con el cucharón tomé un poco del estofado. Me giré en el lugar, logrando así tenerlo de frente, y abrió su boca para que pueda darle de probar. Sus labios acariciaron la madera. Una vez que la salsa estuvo en su boca, se tomó un segundo para analizar el sabor. Alzó sus cejas, con sorpresa.
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El diablo viste de traje
RomansaAl jefe de Sofía lo despidieron. Ser secretaria de un anciano machista nunca había sido de su agrado así que, al volver a la oficina, lo hizo con la expectativa de que se encontraría con una persona más capacitada y menos odiosa. Solo para encontrar...