Capítulo 4

200 9 0
                                    

—Deja de buscar a Gala —escuché la voz de Sian mientras yo me quedaba pegada a la puerta del baño, con Karime a mi lado. Su tono era firme, lleno de una protección que apreciaba.

—Soy su novio —respondió Agustín, arrogante, como si eso le diera derecho a interrumpir nuestra tranquilidad.

—No eres su novio, Agustín —intervino Beba, y no pude evitar sentir un alivio. No quería que Sian pensara mal de mí.

—¿Ves? Si no eres su novio, lárgate —dijo Sian, desafiándolo.

—Si no te callas, te aseguro que te voy a golpear —amenazó Agustín, y de repente el ambiente se encendió, la tensión palpable en el aire.

—Oye —dijo Karime, mirándome con preocupación—. Esto se está saliendo de control. Recuerda que pelearse en la escuela está prohibido; podría significar la expulsión.

Tenía razón. No quería que Sian se metiera en problemas por mi culpa. Respiré hondo, armándome de valor, y salí del baño junto a Karime.

Al salir, todos los ojos se posaron en Karime, que fue rápidamente rodeada de preguntas sobre profesores y otros rumores que no logré captar. Yo, por mi parte, busqué a Agustín, Sian y Beba. Agustín me vio. El ruido se disipó y era porque Karime y todos los demás se habían ido.

—Mira, Agustín —dije, sintiendo la rabia burbujear dentro de mí—. No quiero hablar contigo ahora. Por favor, vete.

—Pero, Gala... —titubeó, pero ya no quería escuchar más.

—Nada de "pero". No debiste venir después de que te dije que necesitaba espacio. Te pido que te vayas y te hablaré cuando esté lista. ¿Entendiste? —mi voz tembló de enojo.

—Está bien, entiendo. Pero solo te pido que desbloquees mi número —insistió—. Quiero estar seguro de que me buscarás.

Rodé los ojos, incapaz de creer su atrevimiento. Saqué mi teléfono y desbloqueé su número.

—Listo —dije, y Agustín asintió, su expresión un poco herida—. Ahora, por favor, vete.

Se marchó y Sian se acercó a mí, con una expresión preocupada.

—¿Estás bien? —me preguntó, acariciando mi hombro. Yo negué con la cabeza y lo abracé, buscando consuelo.

—Bueno, yo me voy —dijo Beba mientras yo me sostenía de Sian—. Le diré a Orlando que nos veamos en otra ocasión. Adiós.

Después de un rato, empecé a sentirme un poco mejor y me alejé de Sian.

—¿Ya te sientes mejor? —me preguntó, y asentí.

—Te acompaño a casa —dijo, y la mayor parte del camino lo hicimos en silencio. La verdad es que no tenía ganas de hablar y aún me sentía enojada por lo ocurrido con Agustín.

—Así que él era tu exnovio —rompió el silencio Sian—. ¿Quieres hablar de eso?

—No, gracias. Prefiero dejarlo para otro momento —respondí, agradecida pero cansada. La verdad es que estaba demasiado herida para abrirme.

Desde pequeña, siempre había sido así: solo hablaba de lo que me incomodaba cuando me sentía lista. Al parecer, Sian comprendió y no insistió en el tema.

Cambiamos de conversación y hablamos de cosas triviales hasta que llegamos a mi casa.

—Gracias por traerme —le dije sinceramente—. Significa mucho lo que hiciste por mí.

Lo abracé de nuevo, y él respondió con una sonrisa cálida.

—Sé que casi no nos conocemos, pero aquí estoy para lo que necesites —dijo Sian, mientras lo seguía abrazando.

Me separé de él y entré a casa.

Me preparé algo de comer y subí a mi habitación a ver un poco de televisión. Pronto escuché ruidos en la planta baja; mis padres ya estaban en casa, pero no venían solos. La curiosidad me llevó a investigar porque era algo raro para un día de semana que mis padres trajeran a alguien a la casa.

Cuando vi a la persona con la que estaban hablando, el mundo se me cayó a pedazos. No puede ser... De repente, mi cuerpo se sintió como gelatina y comencé a temblar. La ansiedad se apoderó de mí.

Bajé las escaleras, y mis papás notaron mi presencia. Se dieron la vuelta, y el hombre también lo hizo.

—Hola, hermana —dijo Luis, mi hermano, a quien no había visto en años.

La rabia me invadió de nuevo. ¿Después de cinco años de ausencia, eso era todo lo que podía decirme?

—¿Qué hace él aquí? —pregunté, acercándome a mis papás—. ¿Por qué dejaron que volviera? —señalé a Luis—. Después de cómo nos trató la última vez que nos vimos... —lo miré con el mismo rencor que me había perseguido durante años.

—Gala, siéntate. Necesitamos hablar —dijo mi mamá, pero yo seguía mirando a Luis, incapaz de moverme.

—¿En serio vamos a hablar? ¿O me dirán lo mismo que me dijeron cuando se fue? "Son cosas de adultos, Gala, algún día lo entenderás". — Los mire y ellos guardaron silencio—. No, ¿saben qué? No quiero hablar. No voy a tragar saliva con alguien que ni merece que lo mire a la cara.

—Hermana, por favor —Luis se levantó, tratando de acercarse.

Me aparté, como si su toque me quemara.

—Dije que no quiero hablar. Y tú —lo miré fijamente—, espero que te vayas de mi casa y no me llames hermana otra vez. Deberías saber que dejamos de ser hermanos el día en que te fuiste.

Me alejé, dirigiéndome a mi habitación.

—Gala, espera —gritó mi mamá, mientras yo subía las escaleras.

—Déjala, Susy Lu. No es el momento —dijo mi papá.

—Gracias —grité para que supieran que los escuchaba, di un portazo y me caí en la cama.

Lloré. Lloré porque no merecía que mi hermano regresara después de lo que había pasado. Lloré recordando las pesadillas, las pastillas para dormir, las citas con el psiquiatra. Lloré como una niña que ha perdido su juguete favorito.

De repente, un suave ronroneo me sacó de mis pensamientos. Era Tato, mi gato. Lo abracé.

—¿Tú no me vas a abandonar, ¿verdad? —le dije, besándolo con ternura.

No sé cuándo me quedé dormida, pero desperté con los ojos hinchados. Miré el reloj; ya era otro día y tenía que prepararme para ir a la escuela.

Bajé a la cocina, pero la casa estaba vacía. La soledad me dio paz, pero también me hizo sentir más sola de lo que quería.

—Vamos, Gala, tienes que ser fuerte —me dije en voz alta, acariciándome el brazo.

Desayuné un sándwich, un jugo y un yogur, inmersa en mis pensamientos. Desearía que lo de ayer hubiera sido solo un mal sueño. Había anhelado ese momento de encuentro el primer año, pero poco a poco empecé a creer que no iba a suceder, pero sucedió, después de cinco años.

Justo cuando estaba a punto de salir, me miré en el espejo y vi que mis ojos estaban muy hinchados. Parecía un mapache. Regresé a la cocina, tomé una compresa y cuando mis ojos ya no parecían tan inflamados, finalmente salí de casa.

Respiré profundo al cruzar la puerta. Aunque deseaba quedarme y dormir todo el día, sabía que tenía responsabilidades y no quería llorar por mi hermano.

Puse a Rosalía en mi celular, me pongo los audífonos y me dirigí a la escuela, lista para enfrentar lo que viniera.

________________________________

Gracias por leer!! Nos leemos en el próximo episodio. No olviden votar.

Adiós. :D

Never Let Me GoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora