La habitación de Mateo era pequeña, pero acogedora. Estaba situada en el segundo piso del edificio, y la pequeña ventana que daba al exterior permitía entrar una suave brisa nocturna que olía a jazmín y bergamota.
La cama era estrecha y simple, con un colchón de espuma firme y una manta de algodón blanco que María, la dueña del apartamento, había dejado allí para él. La cama estaba colocada contra una pared pintada de un suave color crema, y tenía un cabecero de madera oscura con un pequeño cajón incorporado.
Al lado de la cama, había una pequeña mesa de noche de madera clara con una lámpara de cerámica blanca que proyectaba una suave luz cálida. Sobre la mesa, Mateo había colocado un reloj de pulsera que le había regalado su abuela antes de partir.
La cocina era diminuta, pero funcional. Tenía un fregadero de porcelana blanco, un hornillo de gas de dos quemadores y un pequeño refrigerador que Mateo había llenado con algunos alimentos básicos: arroz, frijoles, pan y frutas.
El mueble que estaba al lado de la ventana era un armario de madera oscura con puertas correderas que Mateo utilizaba para guardar su ropa y algunos objetos personales. En la parte superior del armario, había una pequeña estantería donde Mateo había colocado algunas fotos de su familia y amigos.
La ventana era pequeña, pero permitía ver un trozo del cielo nocturno. Mateo podía ver las estrellas brillando en la oscuridad y escuchar el canto de los grillos en el jardín del edificio.
En una esquina de la habitación, había un pequeño baño con un inodoro, un lavabo y una ducha. El baño era simple, pero limpio y funcional.
La habitación estaba decorada con algunos objetos personales de Mateo, como una pequeña estatua de la Virgen María que su abuela le había dado, y un cuadro de un paisaje rural que había comprado en un mercado de arte local.
A pesar de su simplicidad, la habitación era acogedora y tranquila, y Mateo se sentía a gusto allí. Era un lugar donde podía refugiarse después de un largo día de entrenamiento y reflexionar sobre su situación.
La noche había caído sobre la ciudad, y la habitación estaba iluminada solo por la luz de la lámpara de la mesa de noche.
Mateo se sentó en la cama, mirando hacia la ventana, y su mente comenzó a divagar. Pensaba en la chica que aparecía en sus sueños, la chica que le daba un cardo y sonreía. Siempre era lo mismo: él la veía, sentía una profunda conexión con ella, y luego despertaba sin recordar su rostro.
Era como si su cerebro se negara a retener la imagen de ella, como si fuera un secreto que solo su subconsciente conocía. Pero el sentimiento permanecía, la sensación de haber encontrado a alguien especial.
En el sueño, ellos eran novios. Caminaban juntos por un campo lleno de flores silvestres, y ella se detenía para recoger un cardo y se lo daba a él. Era un gesto simple, pero lleno de significado. Era como si ella le estuviera diciendo: "Eres mío, y yo soy tuya".
Mateo se preguntaba si soñaría con ella nuevamente esa noche. ¿La vería sonreír? ¿La escucharía hablar? ¿Podría recordar su rostro cuando despertara?
Se acostó en la cama, cerró los ojos y dejó que su mente se sumergiera en el sueño. La oscuridad lo envolvió, y él se sintió flotando hacia un lugar desconocido.
---¿La veré?--- se preguntó, antes de dejar que el sueño lo llevara.
Y entonces, comenzó a soñar...
Mateo se encontraba en una granja rodeada de colinas verdes y valles fértiles. El sol brillaba intensamente en el cielo azul, proyectando una luz cálida y dorada sobre la escena. El aire estaba lleno del canto de los pájaros y el olor a hierba fresca.
ESTÁS LEYENDO
SUEÑOS DESEOSOS
Fantasymateo Aguirre un chico de 17 años al cual le va pésimo en la escuela, sueña con una persona en diferentes lugares pero cada vez que despierta del sueño se olvida del rostro de esa persona. Su padre lo dejo en una deuda, ahora trabajando para Daniel...