Errolan se despertó en mitad de la noche. Hacía calor en la habitación, mucho calor. Su cuerpo estaba acostumbrado al frío, había nacido en un pueblo helado. Permaneció un rato acostado, mirando hacia el techo con su único ojo, el izquierdo.
—Volvete a dormir. —Se dijo en voz baja.
Se giró para estar más cómodo. La espalda contra la pared, no le gustaba estar expuesto; el tiempo que estaba consciente prefería tener las cosas bajo control. Cuando dormía, la situación era otra.
Un sonido, como a madera chirriando, lo sobresaltó. Estúpido, ya no tenés nada de lo que preocuparte. Pensó; pero seguía sin estar tranquilo. Y jamás podré estarlo. Volvió a dormir.Errolan no era como las demás personas, él estaba muerto; o lo había estado. La mayoría de las personas se cuestionaban si había una vida después de la muerte, Errolan no, él ya sabía la respuesta. Él, en cambio, se preguntaba si aquél que había sido antes de morir y él eran la misma persona. Nunca supo mucho de quién era ese otro sujeto, Leik, así se llamaba; cuando Errolan nació no conservaba ningún recuerdo de ese hombre, solo su cuerpo. O lo que había quedado de él. En aquella época Errolan era mucho más decidido, menos reflexivo, actuaba por instinto, motivado a salvar gente que no conocía. De alguna manera, en su fuero interno, sabía que él no era Leik; nunca se sintió cómodo llevando su ropa, ni siquiera sus cosas. Por eso, al poco de nacer, guardó todas las pertenencias de Leik en una bolsa y las escondió en un cajón. Al poco rato se dio cuenta de que algunas cosas no iban a permanecer encerradas.
Volvió a despertar. ¿Cuánto habría pasado? ¿Una hora? Quizás dos.
Se levantó, su espada a su lado. Como siempre. Tardó poco en ponerse su armadura y dejar la espada en su costado, colgando en la vaina atada a su cinturón. Desarmó con rapidez su tienda de campaña, y con su equipaje al hombro se internó en el bosque.
Caminar lo ayudaba, le hacía no tener que pensar, su mente estaba atenta a los potenciales peligros que acechaban entre los árboles. Confiaba mucho en su oído y su olfato, naturalmente, pues era tuerto. Una parte de él, la más traicionera, le decía que abandonara todo aquello, que llevara una vida tranquila. Había varias razones por las que eso no era una opción, y Errolan las conocía todas, pero había una que le hacía particular gracia de solo pensarla: para llevar una vida tranquila primero tenía que estar vivo.Sintió algo, una punzada de dolor en la nuca. Se tocó con la mano y al observarla notó que estaba sangrando, su visión nocturna no le dejaba distinguir colores, pero ese olor a metal (tan familiar para él) solo podía significar una cosa. Estaba en peligro, dejó caer su equipaje al piso y se escondió detrás un árbol. Miró hacia atrás, de donde había venido el ataque, y no pudo distinguir nada raro; sus oídos tampoco escuchaban nada, pues su corazón latía tan fuerte que lo aturdía. Tengo que usar eso. Pensó, y activó su sentido divino; con él podía detectar algunas fuerzas malignas a su alrededor. Olfateó, cuando su sentido divino detectaba algo, por lo general lo hacía en forma de un insoportable hedor. No sintió nada.
Nada de demonios ni de no muertos esta vez entonces. Eso complicaba un poco las cosas, bastante de hecho. Errolan sabía luchar, era uno de los dones con los que había nacido (o renacido), pero rastrear se le daba mal. Si pudiera verlo, aunque sea por unos segundos, todo sería más fácil.
Cambió de árbol, no quería darle tiempo a su enemigo de determinar su posición. En un caso extremo podría abandonar su equipaje y seguir su marcha sin él, no llevaba provisiones, solo ropa y la tienda de campaña. Después de todo, los muertos no comen. Y tampoco duermen.
Una rama cayó a su lado, levantando nieve del suelo al caer; y antes de que pudiera reposicionarse cayó otra más, también junto a él. Sea quien sea que estuviera siguiéndolo lo había encontrado, y no solo eso, estaba jugando con él.—¡Pelea como hombre! —Gritó Errolan. —¡Muestrate!
No hubo respuesta.
Sacó su espada de la vaina y apuntó con ella hacia adelante, en dirección a donde antes le habían golpeado. La espada, Nivir, estaba rota: partida a la mitad. Siempre se había preguntado como fue que Leik había roto esa espada, su espada maldita. Errolan flexionó un poco los músculos de su brazo derecho, el que tenía la espada, y Nivir tomó su verdadera forma, restaurándose por completo. Con Nivir completa, las capacidades mágica de Errolan se expandían, pues era su foco arcano, aquello con lo que canalizaba su magia. Pronunció entonces unas palabras:
—Dibel urd lot.
Y una fina capa de oscura luz empezó a cubrir su cuerpo, era un encantamiento protector, capaz de absorber algunos golpes en lugar de él. A veces, Errolan tendía a confiar mucho en su magia, podía curar heridas graves, paralizar gente, incluso moverse a velocidades sobrehumanas, eso hacía que por lo general no pensara mucho en una estrategia; él en la mayoría de los casos iba hacia el enemigo de frente, esperando que ataquen para devolver un golpe aún más fuerte. Antes lo hacía para que lo golpeen a él en vez de a sus amigos, en otros tiempos, tiempos felices.
El plan, si es que podía llamarse plan, funcionó. Su enemigo lo atacó, un par de rayos pasaron ante sus ojos, uno lo esquivo a pocos centímetros, el otro terminó siendo absorbido por su escudo de magia. Ya sabía en que dirección avanzar, entonces dijo otras palabras, seguidas de un ademán:
—Viz'ildimar
Y el tiempo si hizo lento para él, avanzó al doble de velocidad y por fin pudo ver la silueta de su enemigo. No, el tiempo no era más lento, él era más rápido, y sus pensamientos también. Se sentía invencible, y su enemigo pronto sufriría las consecuencias de haberlo enfrentado. Cargó hacia él con su escudo, y lo atravesó, como si de un espejismo se tratase. Una imagen silenciosa, hacia tiempo que no veía una de esas. Y otro par de rayos arcanos salieron de entre los árboles, golpeándolo en la cara desprotegida. Se sentían como si un tronco le hubiera caido encima, hasta lo hicieron retroceder. Tiene fuerza, pero ya sé donde está. Y con su velocidad sobrehumana salió disparado hacia el enemigo, iba tan rápido que la piel de su cara se tensaba con el choque del aire al avanzar. Esquivo otro rayo, pero no vio venir el segundo, iba por su lado derecho. El golpe lo tomó desprevenido, y perdió la concentración de su hechizo; el tiempo volvió a la normalidad, él volvió a la normalidad. Su cuerpo había vuelto a retroceder, producto del impacto, si esto seguía así nunca podría alcanzarlo. Tenía que pensar en un plan.—Me rindo. —Exclamó Errolan.
Lanzó a Nivir unos cuantos metros hacia adelante, en señal de sumisión. De entre los árboles apareció la silueta de su enemigo, a pesar de su visión nocturna no podía distinguir su rostro. Errolan se arrodilló, y la silueta se fue acercando poco a poco. Su enemigo tomó a Nivir del suelo, y sin acercarse más a Errolan le apuntó con su varita, dispuesto a disparar más proyectiles.
—¡Piedad por favor! —Dijo Errolan apoyando su frente contra la nieve del suelo. —Perdóname la vida.
—Ya estás muerto. —Le escuchó decir, era una voz neutra.
Errolan seguía con la cabeza contra el suelo, y no pudo evitar sonreir al escuchar la frase de su enemigo. Entonces se apareció atrás de él, un pequeño don que obtuvo al nacer, y chasqueando los dedos Nivir volvió a su mano.
—La muerte no pudo conmigo. —Dijo Errolan.
Tomó a su enemigo por la nunca, y atravezó su espalda con su espada. Entonces, el bosque empezó a distorsionarse: los árboles empezaron a tambalear, movidos por una grotesca sinfonía que aturdía los oídos de Errolan; ramas como troncos caían de ellos por todas partes, levantando la nieve del suelo. El cielo se tornó rojo, y las estrellas desaparecieron, muertas hace mucho tiempo como él. Su enemigo, al que seguía teniendo agarrado por la nuca, no, el cuello, lo miró a los ojos. Errolan reconoció esos ojos.
—¡Joven maestro!
—Me mataste, Errolan. —Dijo Akira, su voz no tenía tonalidad, estaba muerta.
Errolan le soltó el cuello, pero su mano derecha no quiso soltar la espada, su extremo clavado en el corazón de Akira, su mejor amigo.
—¡No! —Dijo él, lágrimas cayendo de su único ojo.
Sangre manó de la boca de Akira, que se dejó caer hacia atras, al suelo lleno de cadáveres. Lo que antes eran ramas ahora en la nieve ahora eran cuerpos, cuerpos sangrantes que teñían de rojo la nieve. Más pronto que tarde, Errolan notó que reconocía aquellos cuerpos: Valika, Ruby, Otto, y otros muchos amigos. Ninguno tenía ojos, sus cuencas vacías y repugnantes lo observaban.
—Nos mataste, Errolan. —Dijeron los cuerpos en el suelo con el mismo tono muerto que había usado Akira.
—¡Yo no sabía que iba a pasar eso! —Dijo él.Una voz, femenina y malévola, sonó detrás de Errolan, al mismo tiempo que oyó unos pasos que se acercaban. Él no podía moverse, el mundo seguía descontrolado, con el cielo color sangre, y los arboles danzando al compás de esa macabra melodía: los gritos y reproches de aquellos que él amaba.
—Me mataste, Errolan. —Dijo ella, su voz sonando muy cerca; como si su cara estuviera pegada a su oído derecho. Lo estaba.
—Sí, Shar, te maté.
Pero no fue la voz de Leik la que habló.Errolan despertó en su habitación, agitado por la pesadilla. Miró a todas partes, no había rastro de Shar por ningún lado, tampoco de Nivir; de hecho, hacía mucho tiempo que no despertaba con su espada junto a él. Era una noche calurosa, y sus alas le daban aún más calor. Se sentó en el borde de la cama, y pudo verla a ella durmiendo al otro lado de la habitación, era su hermana.
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Errolan: Muerte en la nieve
FantasyRelato corto, de una única parte, en el que Errolan debe enfrentar a un enemigo en el bosque.