Miró con ternura el menudo cuerpo -comparado con el suyo- que yacía cómodamente a su lado. Tomó las gafas de la mesita de noche de su lado de la cama y se las puso para contemplar mejor a su pareja sin que la miopía le molestase.
Hace unos años se habría acomodado, incómodo, esas mismas gafas que llevaba ahora y se habría molestado con cualquiera que le dijese que se terminaría enamorando de la persona que él consideraba más molesta de todo Japón: Takao Kazunari.
Sin embargo, ahora se sentía estúpido al pensar que hubo una época en la que negaba como un terco lo que sentía por aquel muchacho. Cuán fue su sorpresa al saberse tan vulnerable y atontado cuando el azabache lo acomodó entre sus brazos tras un partido del que salió dolorosamente derrotado. Aunque Takao también lloró, dejó de lado su tristeza tras la amarga derrota sólo para que él, el tsundere, no estuviera triste.
Aún recuerda cómo estuvo los días siguientes a ese suceso, todo un amasijo de dudas y líos sentimentales, analizando detenidamente sus sentimientos por aquel muchacho de ojos claros.
Aún tiene en mente el magnífico sonrojo que tenía Takao cuando le preguntó el por qué de ese arrullo tan cálido y maternal, y nadie le quitaría el recuerdo de cómo ese sonrojo se intensificó al decirle, o insinuarle, que no le importaría que le diera más abrazos de ese tipo. Aquello no fue más que una excusa muy pobre para que Takao, enternecido por el intento de Shin-chan de dejar al lado su faceta tsundere, le abrazara como lo hizo en los vestuarios y así, acurrucado de nuevo en el hombro del menor, susurrarle un tímido pero no menos sincero: Te quiero.
Lo mejor de aquel recuerdo es el acelerado latido del corazón del azabache cuando pronunció esas palabras.
De alguna forma que a día de hoy sigue sin comprender, el pequeño halcón aceptó, emocionado, los sentimientos de Midorima. Desde entonces salen juntos.
Han vivido muchas cosas juntos. Quizás más de las que Midorima haya podido planear.
El caso es que tenía muchos buenos recuerdos con Takao. Otros simplemente se le hacían bonitos porque Takao estaba con él en esos momentos, pero ya está.
Posiblemente de lo que más le ha gustado del tiempo que lleva con él es, aunque no lo admitiría ni borracho delante de nadie -cosa que veía bastante improbable, puesto que él no bebía-, es descubrir poco a poco el cuerpo de su Takao. No era porque su relación se basara en lo sexual, nada de eso -aunque innegable era que funcionaban muy bien en la cama-. Era simple, lisa y llanamente que él, como estudiante de medicina que era, apreciaba una buena anatomía; y el cuerpo de Takao era bonito de cualquier forma.
Como es de esperar, el azabache siempre le replicaba que aquello era un pretexto pésimo para mirarle y, siendo sincero consigo mismo, lo era. Cuando se le presentaba la oportunidad, se dedicaba a observar cual niño pequeño los lunares de su amante.
Sí. La actitud de Takao le enamoraba. Las reacciones de su cuerpo en determinados momentos le enloquecían. Pero sus lunares le traían de cabeza a la obsesión. Porque algunos lo hacían ver sexy, otros adorable, y dos en concreto, diez veces más infantil de lo que el azabache ya era.
El primero que había descubierto fue uno pequeñito, casi tímido, en su clavícula derecha. Fue pura casualidad, aquel día Oha-asa había predicho que Cáncer estaba en el último puesto del ranking de la suerte, pero que se llevaría una grata sorpresa y que su lucky item del día sería un lunar. La suerte de aquel día se vio reflejada en la derrota contra Rakuzan. Más tarde fue la sorpresa de verse arrullado entre los brazos de Takao. Y finalmente resultó que su lucky item era el propio Takao.
Mirando con un ligero sonrojo y una cálida sonrisa al azabache dormido, y con mucha cautela, procurando que no despierte, se acercó lo suficiente al torso desnudo de su Takao para besar aquella clavícula.
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Lunares
RomancePorque gracias a esos pequeñas manchitas, ahora lo amaba más que a nada.