CAPITULO 3

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Hoseok.

La villa era bonita, no podía negarlo. A veces, mientras caminaba por el jardín, me perdía en sus encantos. Los senderos perfectamente trazados serpenteaban entre los arbustos bien cuidados y las flores en plena floración, estallando en colores vibrantes que parecían bailar al ritmo de la brisa. Una fuente de mármol, con agua cristalina que caía en suaves cascadas, llenaba el aire con el suave murmullo de su fluir, creando una sinfonía de tranquilidad que era difícil de ignorar.

Me detuve un momento frente a la fuente, observando cómo los destellos del sol hacían brillar las gotas de agua, como pequeños diamantes en el aire. Era un espectáculo hipnotizante, y por un breve instante, me sentí libre de las sombras que siempre acechaban en mi mente. Cerré los ojos, dejándome llevar por el suave soplo del viento que me acariciaba el rostro, como si la naturaleza me estuviera invitando a escapar de la realidad.

Sonreí cuando el viento sopló directo en mi rostro, sintiéndome por un breve instante en paz. Había algo en la forma en que las hojas se movían suavemente con la brisa, creando un suave susurro que rompía el silencio del jardín. Por un segundo, me permití imaginar que mi vida también podría ser así, tranquila, sin complicaciones, como el aire que me acariciaba la piel.

Pero la realidad nunca tardaba en alcanzarme. Abrí los ojos y volví a mirar a mi alrededor, recordando por qué estaba allí. El jardín, tan perfecto y hermoso, era también una jaula dorada. Y aunque podía disfrutar de sus pequeños placeres, sabía que no me pertenecían realmente. No era libre.

— ¿Por qué un doncel tan hermoso, parece vivir siempre, con esa expresión tan triste en su rostro? —La voz a mis espaldas me hizo sobresaltar dando un respingo. Me volví rápidamente, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho. Allí, de pie, con una expresión imperturbable, estaba un hombre que parecía tan fuera de lugar como un pez en un desierto. Su cabello rubio caía en ondas suaves, y sus ojos brillaban con una curiosidad casi infantil. —No debería ser algo permitido.

Lo observé, sintiendo una mezcla de curiosidad y desconfianza. Su presencia era desconcertante, y el contraste entre su expresión despreocupada y el ambiente sombrío que me rodeaba me hizo dudar de sus intenciones.

— ¿Y quién eres tú para decidir lo que está permitido o no? —respondí, tratando de sonar más seguro de lo que me sentía en realidad.

Él sonrió, una sonrisa amplia y sincera que parecía iluminar el espacio entre nosotros.

— Al parecer soy solo tu guardaespaldas—dijo, haciendo una pausa—Pero no estoy aquí para hacerte sentir incómodo. Solo me intrigaba el doncel que se oculta en el jardín, tratando de evadir su realidad.

— No estoy evadiendo nada —repliqué, aunque mis palabras sonaron más defensivas de lo que pretendía.

El rubio se acercó un poco más, sus ojos fijos en mí con una intensidad que me hizo sentir expuesto.

— Lo vi. Tus marcas. Los moretones. ¿Por qué permites que haga eso contigo?

Me quede estupefacto ante su revelación. Por supuesto que, lo había notado. Pero...quien se creía que era este tipo para hablarme así. Acaso no le importaba que Jackson lo asesinara.

— ¿Quién te crees para hablarme de eso? —musité, mi voz temblando con indignación. La rabia burbujeaba en mi interior, y la mezcla de sorpresa y vulnerabilidad me dejaba desarmado.

El rubio mantuvo su mirada, firme y desafiante, como si mis palabras no pudieran afectar su resolución.

— Soy alguien que ha visto cosas, Hoseok. Y no me gusta lo que veo. No deberías estar en esa situación —dijo, su tono bajando a un susurro, casi como si temiera que alguien más pudiera oírlo.

EL DONCEL Y LA BESTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora