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Oliver apenas había sentido el día pasar; entre entrevistas, sesiones de fotos, y la práctica, estaba exhausto. Estaba tan cansado que decidió hacer algo que hacía muy pocas veces: salir solo a despejarse un rato. ¿Qué mejor manera de despejarse que tomar su Ferrari y conducir sin rumbo por Londres? Con las luces de la ciudad iluminando la noche y una brisa fresca que parecía aliviar un poco el estrés, Oliver dejó que la carretera fuera su guía.

Llevaba unos minutos conduciendo cuando, de repente, una sombra se le cruzó. Apenas tuvo tiempo de frenar y girar el volante, pero fue inútil. ¡Crash! El sonido del impacto fue fuerte, un golpe metálico y seco. Su primer pensamiento fue asegurarse de que nadie estuviera herido. Alzó la vista para ver la causa del accidente: una mujer, más o menos de su edad, estaba junto a su coche, mirando la parte trasera del Ferrari con una mezcla de sorpresa y... ¿vergüenza?

Oliver bajó del coche sin decir una palabra, observándola. No sabía bien qué hacer; estaba en shock, aunque no había sido nada grave. La mujer estaba parada, con un teléfono en la mano y una expresión de disculpa en el rostro, como si no terminara de creerse lo que había hecho.

Oh, Dios... —murmuró ella, tapándose la boca con la mano libre—. Lo siento tanto... No estaba... Ay, estaba en una llamada... Yo...

Oliver la miró, más intrigado que enojado. Ella era realmente bonita: tenía el cabello suelto y ligeramente desordenado, como si hubiera tenido un día agitado, y sus ojos tenían una mezcla de nerviosismo y arrepentimiento. Oliver no pudo evitar notar lo guapa que era, y, en lugar de sentirse molesto, algo en él le dijo que no pasaba nada.

No te preocupes —respondió él, tratando de calmarla—. ¿Estás bien?

La chica lo miró, todavía en shock.

¿No te importa? Pero tu coche... Es un Ferrari, por Dios...

Oliver miró el daño. Claro que le importaba, pero, viendo la situación y a la chica completamente nerviosa, no quiso hacerla sentir peor. Sonrió, restándole importancia.

No pasa nada —dijo con un encogimiento de hombros—. Además, solo es un coche.

Ella parecía querer decir algo, pero en cambio, solo se limitó a morderse el labio, claramente preocupada.

Yo... de verdad quiero pagar por el daño. Fue mi culpa. Yo estaba... distraída.

Oliver la miró a los ojos, y sin poder evitarlo, notó algo en ella que lo hizo sentir curioso. Había un aire de misterio, como si detrás de su actitud de disculpa hubiera algo que la hacía más interesante. No era como las personas con las que solía cruzarse todos los días en el mundo de las carreras. Ella parecía... real.

Bueno, si insistes —bromeó él, tratando de aliviar la tensión—, pero la reparación no será nada barata.

La chica sonrió, aliviada de que él no se hubiera enojado. Pero cuando empezó a hablar sobre los gastos de la reparación, la expresión en su rostro cambió. Poco a poco, comenzó a darse cuenta de que no tenía idea de lo costoso que sería reparar un Ferrari. Oliver lo notó y, al ver su expresión de preocupación, no pudo evitar sentir un impulso de ayudarla. Además, este accidente le estaba abriendo la puerta a conocerla, y eso era algo que no quería desaprovechar.

Si es muy caro, ¿sabes qué? Podemos hablar de otra forma de resolverlo —propuso él.

Ella lo miró, confundida, y él solo sonrió de nuevo. De alguna manera, sentía que esta podría ser una buena excusa para verla de nuevo, aunque aún no sabía su nombre. No quería asustarla, claro, pero estaba seguro de que algo en esta chica le llamaba la atención, algo que no había sentido antes.

Getaway Car ─ Oliver BearmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora