Serafín se encontraba en una sala de reuniones discreta, con los nervios a flor de piel mientras esperaba a la abogada de su padre, Fernanda. Habían pasado semanas desde que la conoció, y aunque siempre se mostraba profesional, algo en su presencia lo inquietaba. Sabía que ella manejaba información delicada, y aunque era de absoluta confianza de su padre, él no podía dejar de preguntarse cuánto sabía realmente.
La puerta se abrió, y Fernanda entró con paso firme y la mirada fija. Vestía un traje oscuro que combinaba con su actitud seria y profesional, pero Serafín notaba el leve destello en sus ojos que indicaba que también estaba midiendo cada movimiento, cada palabra que compartían. Se sentó frente a él y extendió unos papeles sobre la mesa, sin decir una sola palabra.
—¿Todo en orden? —preguntó él, intentando romper el silencio y tratando de disimular la tensión en su voz.
—Todo bajo control, Serafín. —Fernanda lo miró de frente, y sus ojos parecían escanearlo, como si pudiera ver más allá de su apariencia calmada—. Su padre tiene sus cartas listas. Solo necesitamos estar atentos a los próximos movimientos.
El tono tranquilo y calculador de ella le generaba una mezcla de respeto e incomodidad. Serafín intentó mantener la compostura mientras hojeaba los documentos que ella le había entregado, pero sabía que la observaba de reojo. Su mente intentaba analizar cada gesto, cada palabra, tratando de entender si realmente estaba allí solo como abogada o si tenía algún propósito oculto.
—Fernanda, eres buena en lo que haces, ¿eh? Mi papá confía mucho en ti —dijo, tratando de medir su reacción.
Ella levantó una ceja y sonrió de manera casi imperceptible, sin bajar la mirada. —Confío en su familia tanto como ustedes en mí. Sabes que no se trata solo de lealtad, sino de compromiso.
Sus palabras, aunque calculadas y precisas, tenían un matiz de sinceridad que lo desarmaba. Sin embargo, esa honestidad le resultaba difícil de digerir; sentía que cada vez que la veía, se enfrentaba a un enigma. ¿Era leal solo por la familia o tenía una agenda más profunda?
—Claro... el compromiso —repitió él, aunque más para sí mismo que para ella.
Mientras revisaban los documentos, la tensión entre ellos crecía. La mirada de Serafín caía ocasionalmente en el rostro concentrado de Fernanda, y por un momento, sus miradas se cruzaron, provocando una chispa de tensión que ambos notaron, pero ninguno reconoció en voz alta.
Finalmente, Fernanda cerró el portafolio, preparándose para irse. —Si necesitas algo más, ya sabes dónde encontrarme —dijo, su voz un poco más baja, casi un susurro.
Serafín asintió, intentando mantener la compostura. —Claro. Gracias, Fernanda. Nos vemos pronto.
Mientras la puerta se cerraba tras ella, Serafín no pudo evitar preguntarse si alguna vez podría descifrar realmente a Fernanda, y si era seguro que alguien así estuviera tan cerca de su familia... y de él.
