Capitulo 1.

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Presionó su mandíbula con fuerza, sintiendo cómo el ardor en su cuello se intensificaba, como si mil agujas ardientes le atravesaran la piel, privándola del sueño en plena madrugada. La oscuridad del cuarto era densa, y cada pequeño ruido se amplificaba, resonando en su mente como un eco inquietante. Evitó a toda costa emitir un quejido doloroso; no quería atraer la atención en esos momentos de agonía. Debía ser fuerte, aunque la debilidad la invadía como un frío helado que la paralizaba.

Sin embargo, uno nunca se acostumbra a la marca de maldición de Sepier.

Empapada en sudor y con una fiebre que le asaba la piel como si estuviera en llamas, se levantó con esfuerzo, sintiendo cómo sus músculos protestaban en cada movimiento. Se dirigió tambaleándose al baño, deseando encontrar respuestas sobre lo que estaba ocurriendo en su cuerpo. Al pasar junto a la pequeña cama donde dormía su hermana menor, la tranquilidad de la niña le rompió el corazón. Ella dormía plácidamente, ajena a la tortura que la morena estaba soportando. Pero era mejor así. Preferiría mil veces ser la portadora de aquella maldición en lugar de su hermana, porque su destino era un peso que no deseaba que nadie más llevara.

Al llegar al baño, se miró en el espejo y un grito ahogado escapó de sus labios al ver su reflejo. Su rostro estaba demacrado, las ojeras marcadas como sombras profundas bajo sus ojos, y su piel había adquirido un tono pálido que la hacía parecer un fantasma.

—¿Cuánta energía más necesitas, hijo de puta? —murmuró en voz baja, mientras sus dedos temblorosos tocaban su adolorido cuello, como si al hacerlo pudiera aliviar el sufrimiento.

La situación era alarmante; el dolor no disminuía en absoluto, a pesar de que ya habían pasado más de dos semanas. Una vez más, pensó en el condenado Dios que, en teoría, era su padre, robándole su energía vital como un ladrón en la noche. Como siempre. Sin embargo, algo había cambiado esta vez, y esa incertidumbre la llenaba de inquietud.

Había evitado mencionar su sufrimiento a sus amigas, quienes también eran parte de su vida. En pocas palabras, eran hijas del Dios Sepier. Dios del poder y la rebeldía, ese maldito que había sido desterrado del reino por su hermano mayor, Jeyden.

Él, como un poder de respaldo, había elegido convertir a varios humanos recién nacidos en semidioses de su propia sangre, robando su energía poco a poco, como un vampiro sediento, hasta conseguir derrotar a su hermano y recuperar su trono.

Por todo el mundo había muchos de ellos, los híbridos. Así se hacían llamar. Muchos morían al no soportar el constante saqueo de vitalidad que sufrían a intervalos, producto de una marca que los mantenía en línea, como ganado. Una forma de sometimiento.

Además, no es que pudieran disfrutar de los poderes que conllevaba tener sangre divina; ya quisieran. Esa maldición les impedía utilizar su fuerza para no llamar la atención, manteniendo todo el plan en absoluto secreto.

En síntesis, debían comportarse como simples mortales. Aunque lo eran en parte, aún así, debían aceptar su herencia divina.

Una vez que el dolor disminuyó levemente, soltó un suspiro cansado, como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros. Desde hacía horas no dejaba de temblar, y aunque la fiebre seguía ahí, por un momento se sintió un poco mejor.

—Debería llamarlas... debo saber si soy o no la única que está sintiendo esto... —pensó, con una mezcla de ansiedad y esperanza.

Con manos temblorosas, sacó su teléfono y, con un esfuerzo considerable, marcó a ambas amigas, quienes estaban en un grupo que compartían las tres.

—Quizás estén dormidas... —susurró, sintiendo el primer tono de llamada resonar en la silenciosa habitación—. Es muy tarde ahora.

Grande fue su sorpresa cuando ambas chicas contestaron al mismo tiempo, como si hubieran estado esperando su llamada.

For Them- La maldición de Sepier.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora