Capítulo 35: NADA ES TAN FÁCIL

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KARA

Nada es tan fácil cómo crees, Kara.

Me lo había dicho Tomás una vez. Llevaba un puñal en su mano, rasgando la marca de la serpiente en el cuero de su bota. Se había volteado para mirarme, reflejando una vacilación que no lograba ocultar en sus ojos.

Es curioso... cuánto más deseas algo, más parece desvanecerse —su mirada se perdió un segundo en la mía. Entreabrió los labios, como si deseara decir algo más, pero entonces continuó rasgando el símbolo con su puñal. Frunció el ceño mientras se esmeraba en dejar la marca perfecta.

No entendí sus palabras hasta que había llegado el momento adecuado. Casi todo lo que me decía parecía transparentarme en la vida, como si no tuviera un significado profundo del que sentirme identificada. Deseé poder preguntarle que seguía después de sus palabras.

Porque en el momento en que había levantado el arma, y había apuntado a Pam Bennet, la voz de Tomás se había instalado en mí cabeza, recordándome que no todo podía ser tan fácil, pero lo aparté en cuanto los ojos asustados de él me devolvieron la mirada.

Un revoltijo de satisfacción se apoderó de mí.

—Esto es por mi familia —solté, mi voz rompiéndose antes de apretar el gatillo.

El tiempo pareció detenerse. El destello cegador estalló en la boca del cañón y la bala salió disparada cómo un rayo, cortando el silencio con precisión. El trayecto hacia su pecho era una línea trazada en el aire. Una puntería que había sido calculada para no cometer ningún error.

Esperé el momento en que todo podía acabarse. Lo deseaba en cada parte de mi cuerpo, en la ira que burbujeaba en mi sangre y en cada vibración intensa que sacudía mi pecho.

Al final del camino, la bala jamás le alcanzó. En el último instante, se había estrellado contra algo más. Un muro de cristal que se rompió en ondas, una tela de araña que se extendió, dejando fragmentos filados y relucientes. La mirada asustada de Pam Bennett fue remplazada por una sonrisa de complacencia que se desfiguró al otro lado del muro.

Retrocedí, dejando caer el arma a un costado, pero mi espalda se estrelló contra algo más. Una mano se interpuso en mi brazo antes de que pudiera disparar.

Una voz retumbó en alguna parte de la habitación.

—¿De verdad creías que estaría sentado en mi despacho mientras mi Fortaleza se encuentra atacada, Ladrona?

Me giré para encontrarme con la figura de Pam, avanzando hacia a mí. Mis ojos regresaron hacia el muro de cristal, su presencia también seguía ahí, con una sonrisa marcada en el rostro, cómo si flotara en el aire, pero detenido en el tiempo cómo si estuviera congelado delante de mí.

La mano que me sujetaba el brazo ejercía una presión imparable, y cuándo intenté retorcerme de su fuerza, me dobló aún más el antebrazo hasta que un gemido de dolor se escapó de mí garganta. Miré a los ojos del soldado, era joven cómo mi edad, cabello rubio y ojos azules tan fríos cómo su mirada.

Antes de que pudiera tomar control de mi arma, me pateó detrás de las piernas, obligándome a caer en el suelo de rodillas. Apreté los dientes cuándo el joven me sostuvo la melena por detrás, y mí barbilla se elevó en el aire.

El verdadero Pam continuó avanzando hacia a mí, sus pasos resonando sobre el suelo de mármol con un eco profundo que me heló por dentro. Cuándo estuvo delante de mí, mostrándome su rostro, noté algo más real en él. Unas bolsas debajo de sus cansados ojos que estaba lejos de concertarse con el traje firme y estilizado que llevaba puesto. Una arruga se formó en la coronilla de su boca cuándo se inclinó hacia a mí.

Ladrón de Humo| 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora