Javier

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Javier

Mi nombre es Javier, y, en Bahía Escondida, soy conocido principalmente por una cosa: mi habilidad con el fútbol. No es que sea el mejor en el país ni nada por el estilo, pero aquí, en este pequeño rincón del mundo, soy el tipo que ha llevado al equipo local a ganar el campeonato de la liga escolar tres años seguidos. El fútbol es mi vida, y si no estoy en el campo entrenando o jugando, probablemente estoy en la playa, esperando la próxima ola.

Hoy ha sido un día como cualquier otro. Me he levantado temprano para correr por la playa antes de que el sol empiece a calentar demasiado. La arena está fría en la mañana, y la brisa del mar es el mejor despertador. Al regresar a casa, mi madre me ha estado recordando que tengo que ayudarla con algunas cosas en la tienda, así que he pasado la mañana en la tienda de comestibles local. La gente viene y va, y siempre hay alguien dispuesto a hablar sobre el último partido o a preguntar cómo van los entrenamientos.

Cuando finalmente tengo un respiro, decido pasar por el campo de fútbol del pueblo. Es un lugar pequeño, con gradas que apenas pueden albergar a unas pocas docenas de personas, pero para nosotros, es el escenario de nuestros sueños y nuestras victorias. Me encuentro con algunos amigos que se están preparando para la práctica. La mayoría de ellos son bastante buenos, pero ninguno tiene la misma pasión que yo. Se nota en la forma en que juegan y en la dedicación que ponen en cada entrenamiento.

El sol está alto en el cielo y hace calor, pero eso no me molesta. El fútbol es mi escape, mi forma de canalizar todo lo que siento, y cuando estoy en el campo, siento que puedo dejar atrás cualquier preocupación. Sin embargo, hoy hay algo en mi mente que no me deja concentrarme. Es algo sutil, pero constante: una inquietud que no puedo explicar.

Mientras el equipo entrena, mis pensamientos vagan hacia el faro abandonado. He ido allí muchas veces, buscando un lugar donde puedo estar solo y pensar en las cosas que no quiero decir en voz alta. La historia del faro, la leyenda de que está embrujado, siempre me ha fascinado. Aunque nunca he creído realmente en fantasmas, hay algo en la idea de un lugar lleno de misterio que me atrae. Quizás, en ese lugar, pueda encontrar respuestas a preguntas que no sé cómo formular.

Después del entrenamiento, me dirijo a casa y me encuentro con mi hermana pequeña, Valeria, que está en el jardín jugando con su perro. Me saluda con una sonrisa radiante, y eso me hace sentir un poco mejor. Ella es una de las pocas personas que puede sacarme de mi cabeza cuando estoy demasiado inmerso en mis propios pensamientos.

—¡Hola, Javi! —dice, corriendo hacia mí—. ¿Cómo te fue hoy?

—Bien, como siempre —le respondo, sonriendo—. Pero estoy pensando en ir al faro esta tarde. ¿Quieres venir?

Ella frunce el ceño. —¿El faro? ¿No es un lugar embrujado o algo así?

—Solo es una historia —digo—. Solo quiero despejar la mente un poco. Además, tú nunca has ido, ¿verdad?

Valeria sacude la cabeza, un poco asustada pero también emocionada. —¡Vale! Vamos al faro. Quiero ver si realmente hay algo raro allí.

Nos dirigimos al faro después de dejar a nuestro perro con nuestra madre. El camino hasta allí es un sendero rocoso que se eleva por el acantilado. A medida que ascendemos, Valeria me cuenta sobre sus amigos y lo que ha estado haciendo en la escuela, pero yo apenas escucho. Mis pensamientos están en otro lugar, en lo que podría encontrar al llegar al faro y en cómo este verano parece tener algo más que solo rutina.

Cuando llegamos, el faro se alza imponente y solitario contra el horizonte. La estructura antigua parece aún más desmoronada bajo la luz dorada del atardecer. Me acerco a la entrada, y Valeria me sigue de cerca, con los ojos abiertos como platos.

Bajo la luz del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora