Bajo la luz del faro

David

David

El día siguiente llega con una brisa fresca que se cuela por la ventana de mi habitación, despertándome antes de lo previsto. La luz del sol se filtra a través de las cortinas, dibujando patrones en el suelo de madera envejecida. Miro el reloj en mi mesita de noche y me doy cuenta de que he dormido más de lo que pensaba. La emoción de la noche anterior con Javier y el faro todavía está fresca en mi mente.

Decido bajar a la cocina para desayunar. El aroma del café recién hecho y del pan tostado se mezcla con el olor a mar que llega a través de la ventana abierta. Mi abuela ya está en la cocina, moviéndose con la gracia y la calma de alguien que ha hecho estas mismas tareas durante décadas. Ella siempre ha tenido un don para hacer que cada comida se sienta como un acto de amor, y aunque el desayuno de hoy es simple, se siente reconfortante.

—Buenos días, David —dice mi abuela mientras me acerco—. ¿Dormiste bien?

—Buenos días, abuela —respondo, tomando una taza de café y sirviéndome un poco—. Sí, dormí bien. Solo que tengo un montón de cosas en la cabeza.

Ella me observa con un interés que va más allá de la simple cortesía. —¿Qué te pasa, cariño? Pareces preocupado.

Me siento a la mesa y doy un sorbo a mi café, buscando las palabras correctas. —Es solo que... todo está siendo más difícil de lo que pensé. La idea de estar aquí en Bahía Escondida, alejado de todo lo que conocía, es más abrumadora de lo que esperaba. Y anoche conocí a alguien, un chico llamado Javier. Me mostró el faro y hablamos un poco, pero... bueno, es complicado.

Mi abuela pone la jarra de café sobre la mesa y se sienta frente a mí, su mirada llena de comprensión. —¿Qué es lo que te preocupa, David? A veces hablar sobre lo que sientes puede ayudarte a ver las cosas de manera diferente.

—Es que... no sé si estoy haciendo lo correcto al estar aquí —admito—. Me siento como si estuviera en un limbo, entre el pasado que dejé atrás y este nuevo lugar que todavía no conozco. Ayer tenía la intención de quedar con Javier para jugar al fútbol en la playa, pero... simplemente se me olvidó. Y me siento mal por eso. Como si todo lo que estoy tratando de construir aquí fuera a desmoronarse.

Mi abuela me escucha atentamente, y sus ojos reflejan una mezcla de sabiduría y preocupación. —A veces, cuando estamos en medio de un cambio, es fácil sentir que todo está fuera de control. Pero el hecho de que hayas hecho un nuevo amigo ya es un buen comienzo. Puede que este lugar no sea como tu hogar anterior, pero con el tiempo, podrías encontrarle su propio valor.

—Lo sé —digo—. Solo es difícil dejar de pensar en cómo solían ser las cosas. Mi vida en la ciudad era... diferente. Tenía mi equipo, mis amigos, mi rutina. Aquí, todo es nuevo y extraño. Me siento como un pez fuera del agua.

Mi abuela sonríe suavemente. —El cambio puede ser aterrador, pero también es una oportunidad para crecer. A veces, necesitamos salir de nuestra zona de confort para descubrir cosas nuevas sobre nosotros mismos. La vida no siempre sigue un camino recto, y aunque puede parecer confuso ahora, cada paso que tomas es parte de tu viaje.

—Sí, lo entiendo —digo, aunque mis dudas persisten—. Pero ¿qué pasa si nunca encuentro mi lugar aquí? ¿Qué pasa si todo esto solo me hace sentir más perdido?

—A veces, David, el lugar donde encontramos nuestra paz interior no siempre es el que esperamos —responde ella—. Puede que encuentres algo en Bahía Escondida que te haga sentir completo, aunque sea algo pequeño y sutil. El simple hecho de estar dispuesto a explorar nuevas experiencias ya es un gran paso.

Las palabras de mi abuela tienen un efecto calmante. Aunque no tengo todas las respuestas, siento que hay algo de verdad en lo que dice. Quizás, en lugar de intentar forzarme a adaptarme, lo mejor sea dejarme llevar y ver adónde me lleva la vida en este pequeño pueblo.