David

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David

El sonido del despertador me arranca del sueño, y por un momento, me quedo mirando el techo, tratando de recordar dónde estoy. La casa de mi abuela es diferente a la mía en la ciudad; todo aquí es más tranquilo, más pausado. Pero, poco a poco, esa sensación de extrañeza se desvanece, y la rutina de Bahía Escondida empieza a convertirse en algo familiar.

Hoy es un día diferente. Después del partido de ayer con Javier y los otros chicos, me sentí más... aceptado. Fue como si, por primera vez desde que llegué, hubiera encontrado un punto de conexión con este lugar. Ayer, cuando Javier me invitó a seguir viniendo a los partidos, no pude evitar sentir una chispa de emoción. Tal vez este verano no sería tan solitario después de todo.

Me levanto con la energía renovada, me visto rápidamente y bajo a la cocina, donde mi abuela ya está preparando el desayuno. La saludo con un beso en la mejilla, y ella me mira con una sonrisa cálida.

—Pareces de buen humor hoy, David —dice mientras me sirve una taza de café.

—Sí, creo que sí —respondo, tomando un sorbo del café caliente—. Ayer jugué un partido con unos chicos del pueblo, y fue genial. Javier me invitó a seguir jugando con ellos. Creo que podría hacer algunos amigos aquí.

—Eso me alegra mucho, cariño —dice ella, sentándose conmigo—. Sabía que encontrarías tu lugar aquí tarde o temprano. Solo necesitabas un poco de tiempo.

Asiento, y mientras termino de desayunar, mi mente ya está en el encuentro de hoy. Quedé con Javier para pasar el rato en la playa antes de ir al campo de fútbol. Parece que la playa es el lugar donde todos se reúnen, y me emociona la idea de conocer a más personas.

Después de desayunar, me despido de mi abuela y me dirijo hacia la playa. El sol ya está alto en el cielo, y el aire tiene ese olor salado tan característico del mar. La brisa marina me despeina un poco, pero no me importa. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, siento que encajo.

Cuando llego a la playa, veo a Javier sentado en una de las rocas, mirando el horizonte. Está vestido con ropa casual, pero tiene esa postura relajada de alguien que pertenece a este lugar, alguien que está en su elemento. Me acerco y él me saluda con una sonrisa.

—Llegas justo a tiempo —dice, levantándose—. Unos amigos están por llegar. Pensé que podríamos pasar el rato aquí antes de ir al campo.

—Suena bien —respondo, tratando de no mostrar demasiada emoción, aunque por dentro estoy ansioso por conocer a más gente.

No pasa mucho tiempo antes de que aparezcan los amigos de Javier. Son tres chicos y una chica, todos más o menos de nuestra edad. Javier los presenta uno por uno: Diego, al que ya conocía del partido de ayer, Pedro, un chico alto y con cara de pocos amigos, pero que rápidamente demuestra ser bastante amigable, Alex, que parece ser el bromista del grupo, y Lucía, la chica, que tiene una sonrisa amable y unos ojos que parecen ver más de lo que muestran.

—Chicos, él es David, el nuevo en el pueblo —dice Javier, dándome una palmada en la espalda—. Jugó con nosotros ayer y tiene potencial.

Los demás me saludan con entusiasmo, y pronto nos encontramos hablando como si nos conociéramos desde hace tiempo. Me cuentan historias sobre el pueblo, sobre los veranos que han pasado juntos, y me doy cuenta de lo cercanos que son. Es obvio que han crecido juntos, compartiendo no solo el amor por el fútbol, sino también una amistad genuina.

Mientras hablamos, nos movemos hacia la arena, y Lucía saca un balón de voleibol de su bolsa. —¿Qué tal un juego rápido antes de ir al campo? —sugiere con una sonrisa pícara.

Bajo la luz del faroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora