Capítulo 3

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Darío me citó en su casa esa noche, y debo admitir que estaba nerviosa

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Darío me citó en su casa esa noche, y debo admitir que estaba nerviosa. Al llegar, el lugar era tal como imaginaba: elegante, ordenado y frío, como él. Lo último que esperaba era que me abriera la puerta en persona, sin rastros de su habitual formalidad; llevaba una camisa desabrochada en el cuello y las mangas arremangadas, como si acabara de terminar un día especialmente pesado.

—Gracias por venir, Aitana —me dijo, señalándome que pasara al salón. La calidez de su voz me tomó por sorpresa.

—¿Pasa algo con Luna? —pregunté, preocupada. Aunque no la conocía bien, la pequeña había dejado en mí una impresión profunda.

Darío sonrió ligeramente, sacudiendo la cabeza.

—No, está dormida. Solo quería que tuviéramos la oportunidad de hablar... con más tranquilidad.

Me senté en el sofá frente a él, observando cómo me miraba con una mezcla de reserva e intensidad. Esa mirada… me hacía sentir vulnerable y, a la vez, inexplicablemente atraída. Había algo en su presencia que me hacía olvidar que solo era un "contrato."

—Quiero que estés cómoda en esta situación, Aitana. Sé que lo que te estoy pidiendo es... inusual. No te pondré en peligro ni te pediré nada que vaya en contra de lo que eres —dijo, con esa calma que comenzaba a desconcertarme.

—Lo sé, Darío, pero… —me quedé en silencio, buscando las palabras adecuadas—, no puedo evitar pensar que hay algo más en esto. ¿Por qué yo? ¿Por qué elegirme a mí para algo tan personal?

Por un instante, la máscara impenetrable de Darío pareció romperse. Sus ojos bajaron y luego volvieron a los míos, más oscuros, más sinceros de lo que había visto hasta ahora.

—Porque confío en ti, Aitana. Y no soy alguien que confíe en las personas fácilmente.

Sentí que el corazón me latía con fuerza. Aquel hombre, tan hermético, acababa de hacer una confesión que ni siquiera podía comprender del todo. No pude evitar sentir una pequeña chispa de orgullo… y algo más, algo que estaba fuera de lugar.

—Entonces, confías en mí lo suficiente como para dejarme entrar en tu vida —dije en voz baja, sintiendo cómo el ambiente entre nosotros se volvía más denso, como si esa simple afirmación significara mucho más de lo que aparentaba.

Darío se inclinó un poco, acortando la distancia entre nosotros. Su mirada fija me atrapó, y sin siquiera darme cuenta, mis manos empezaron a temblar ligeramente.

—Lo suficiente como para que, si das un paso más, no pueda garantizar que me mantenga alejado —dijo en un susurro ronco, su voz rozando mi piel como un roce eléctrico.

No supe qué responder. Mi mente se quedó en blanco, y en ese instante supe que estaba cruzando un límite peligroso. Pero cuando él se acercó, lo último que pensé fue en retroceder.

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