Me costó más de lo que pensé convencerme de que esto era lo correcto. Pero en cuanto la vi sentada en el sofá, tan seria y vulnerable a la vez, supe que era el momento de proponerle el siguiente paso. Lo que estaba a punto de pedirle no era algo pequeño, y debía asegurarme de que comprendiera cada detalle antes de aceptar.
-Aitana -dije finalmente, rompiendo el silencio incómodo que se había asentado entre nosotros desde que llegó-, hay algo más que necesito discutir contigo.
Ella levantó la vista, y su expresión se volvió expectante, casi temerosa, como si ya intuyera hacia dónde iba esta conversación.
-Adelante -respondió, con voz serena, aunque noté la tensión en sus hombros.
-Para que este... acuerdo funcione, necesitamos ser creíbles, y eso significa que las personas deben vernos juntos, constantemente. Es importante que no dejemos espacio a ninguna sospecha. -Hice una pausa, intentando medir su reacción antes de continuar-. Por eso, Aitana, necesitaría que te mudaras aquí, a la casa.
Ella parpadeó, claramente sorprendida. El silencio que siguió fue abrumador.
-¿Mudarme... aquí? -preguntó, como si quisiera asegurarse de haber escuchado bien.
-Sí. No puedo arriesgarme a que alguien piense que esto es solo una fachada. Tendremos que comportarnos como una pareja real. Luna también necesita acostumbrarse a verte todos los días, a verte como una figura constante en su vida.
Aitana se mordió el labio, un gesto que, por algún motivo, me pareció increíblemente atrayente. Me hizo pensar en cosas que, hasta ahora, había intentado mantener a raya.
-¿Y tú estás seguro de esto, Darío? -murmuró, dudosa.
Me incliné hacia ella, acercándome lo suficiente para que no hubiera malentendidos en mis palabras.
-Te necesito aquí, Aitana. Necesito que seas más que una imagen, que realmente formes parte de esto.
Ella me sostuvo la mirada, y en sus ojos vi esa mezcla de confusión y deseo que empezaba a volverse familiar. Sin darme cuenta, mi mano fue hasta su rostro, acariciando su mejilla suavemente. Aitana cerró los ojos por un instante, y un suspiro escapó de sus labios. Mis dedos descendieron, trazando un camino hasta su cuello, mientras me acercaba lentamente.
-¿Esto es parte del acuerdo también? -preguntó en un susurro, su voz entrecortada.
-Esto... -dije, y mi voz sonó más baja, más intensa- no tiene nada que ver con el acuerdo.
Sin pensarlo más, acerqué mis labios a los suyos, apenas rozándolos, probando su reacción. Pero fue ella quien rompió la distancia, besándome de una manera que me dejó sin aliento. Su sabor, su suavidad, eran como un golpe directo que me hizo olvidar cualquier precaución.
La atraje hacia mí, profundizando el beso, mientras mis manos se deslizaron por su espalda, atrayéndola más cerca. Sentí cómo sus dedos se enredaban en mi cabello, como si quisiera asegurarse de que yo no retrocediera. Ninguno de los dos parecía capaz de detenerse, y por primera vez en mucho tiempo, no me importaba perder el control.
-¿Estás segura de lo que estás haciendo, Aitana? -le susurré, sin dejar de mirarla, con la respiración entrecortada.
Ella asintió, mordiéndose el labio y mirándome con un brillo en los ojos que me hizo desearla aún más.
-Más de lo que he estado en mucho tiempo -respondió, y no me hizo falta más.
La atraje hacia mí, entregándonos a una pasión que, sabía, sería imposible de detener.
El ambiente en el salón se volvió denso, cargado de una tensión que ya no podíamos ignorar. Aitana seguía en mis brazos, su respiración acelerada, sus manos recorriendo mi espalda como si buscara en mí algo que no había encontrado antes. No necesitábamos decir nada; ambos sabíamos a dónde nos estaba llevando esto.
La tomé de la mano y la guié hacia mi habitación. Ella no protestó, solo me siguió, con esos ojos que parecían leer cada pensamiento que cruzaba mi mente. Al cerrar la puerta detrás de nosotros, todo lo demás dejó de importar: el acuerdo, las formalidades, incluso los muros que había construido a mi alrededor.
-¿Estás segura? -le pregunté, sosteniéndola de la cintura mientras mis dedos acariciaban suavemente su espalda.
Aitana asintió lentamente, y su respuesta fue directa, apenas un susurro que estremeció cada fibra de mi ser.
-No quiero que te detengas, Darío.
No necesitaba más. La besé de nuevo, con una pasión que apenas reconocía en mí mismo. Sentí cómo sus manos se deslizaban por mi pecho, desabrochando los botones de mi camisa, una acción lenta, deliberada, que me dejaba sin aire. A cada movimiento, sus dedos parecían aprender mi piel, marcando un rastro de fuego que me hacía querer más.
Con delicadeza, la atraje hacia la cama, dejando que ella tomara el control mientras yo observaba cada expresión en su rostro. Sus labios dibujaban una sonrisa leve, provocadora, mientras se inclinaba hacia mí, atrapándome en un juego que sabía exactamente cómo jugar. Nos despojamos de cualquier barrera, de cualquier prenda que nos separara, y dejé que todo lo que había contenido saliera a la luz.
La noche fue una mezcla de suspiros y miradas, de pieles encontrándose, explorando, como si el tiempo se detuviera solo para nosotros. Me sorprendí al ver cómo Aitana me respondía, con una entrega que no había anticipado, con una intensidad que me hacía perder el control una y otra vez. Entre susurros, entre besos, olvidamos cualquier límite, cualquier razón para contenernos. Éramos solo ella y yo, sin reservas, sin restricciones, descubriéndonos de una forma que ninguno de los dos había previsto.
Cuando la madrugada comenzó a iluminar la habitación, ella se quedó en mis brazos, acurrucada contra mi pecho. El silencio se sentía cómodo, casi íntimo, como si no hubiera necesidad de palabras.
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Contrato de Amor
RomanceAitana jamás imaginó que fingir ser la esposa de su jefe, el misterioso y solitario Darío Valmont, la llevaría a un mundo lleno de secretos. Entre miradas prohibidas y una pequeña niña que despierta su instinto maternal, Aitana descubre que este con...