El Secreto Del Océano. [Nico Robin Y T/N]

Capitulo 4 - Llegó el día

Veía frente a mí cómo los piratas se acercaban cada vez más a Drew y Ferrar, sus miradas oscuras y decididas. La intención de atacarlos era evidente. Tenía que actuar rápido. ¿Pero cómo? No tenía armas ni nada con qué defenderme. Sabía que, si quería evitar una pelea prolongada, debía eliminar a los primeros piratas en silencio. Si lo lograba, unos pocos golpes bien dirigidos serían suficientes.

Observé rápidamente la escena: uno, dos, tres... ¡nueve! En total, había nueve piratas listos para la pelea. Venían de todas direcciones, manteniendo cierta distancia entre ellos. Todos portaban espadas, a excepción de dos que llevaban pistolas colgando del cinturón. Sabía que debía encargarme de ellos primero; podían herirnos desde lejos.

Agarré una roca del tamaño de mi puño y, sin pensarlo demasiado, la lancé con todas mis fuerzas hacia uno de los tiradores más cercanos. Mi puntería no era perfecta, pero la roca le dio en la sien, haciéndolo tambalearse. Aprovechando su desconcierto, salí de entre los arbustos en completo silencio y me acerqué rápidamente por detrás. Antes de que pudiera recuperarse, le propiné un fuerte puñetazo en la mandíbula, y sentí el crujido de sus dientes al impactar mi golpe. Cayó pesadamente al suelo, inconsciente.

Me agaché y tomé su arma, sintiendo el peso frío y metálico en mis manos. Giré rápidamente hacia el otro tirador, que apenas comenzaba a reaccionar. Sin mucho tiempo para pensar, disparé, y la bala alcanzó su pierna. El hombre gritó de dolor, cayendo de rodillas mientras trataba de detener la hemorragia con las manos temblorosas. Corrí hacia él antes de que pudiera hacer algún movimiento y, con un tirón rápido, le quité la pistola.

Sin perder un segundo, arrojé ambas pistolas hacia el mar. Sabía que no tendría la misma suerte dos veces; además, ni Drew, Ferrar ni yo teníamos idea de cómo usar un arma correctamente. La mejor opción era deshacernos de ellas antes de que alguien más intentara usarlas.

Los gritos del pirata herido rompieron la quietud de la noche, alertando a los otros piratas, quienes rápidamente dirigieron sus miradas hacia mí. Vi cómo sus expresiones cambiaban de sorpresa a furia. Uno de ellos, un hombre corpulento con una cicatriz en la mejilla, se adelantó, blandiendo su espada con una sonrisa cruel.

— Así que quieres pelear ¿eh? —dijo mientras avanzaba.

Se lanzó hacia mí con un golpe descendente, pero logré esquivarlo en el último segundo, sintiendo el filo de la espada pasar peligrosamente cerca de mi hombro. Aproveché su impulso y, con un giro rápido, le di un codazo en la espalda, haciéndolo perder el equilibrio. Antes de que pudiera girarse, le lancé una patada en la rodilla que lo hizo caer al suelo, maldiciendo entre dientes.

Otro pirata, más ágil, intentó atacarme desde la derecha, blandiendo su espada en un arco horizontal. Salté hacia atrás, apenas esquivando el filo, y en un movimiento rápido, golpeé su muñeca con el canto de mi mano. La espada cayó al suelo con un ruido metálico, y antes de que él pudiera reaccionar, le propiné un rodillazo en el estómago, dejándolo sin aliento. Cayó de rodillas, jadeando y sujetándose el abdomen.

Podía sentir mi corazón latiendo con fuerza mientras los otros piratas se detenían un instante, evaluando mis movimientos con cautela. La adrenalina corría por mis venas, pero sabía que aún quedaban varios oponentes, todos listos para abalanzarse sobre mí en cualquier momento.

—Vaya, ¿qué hace una belleza como tú peleando? ¿Por qué no vienes mejor con nosotros? —dijo uno de los piratas, con una mirada repugnante y una voz llena de doble intención.

—No, gracias. No eres mi tipo —respondí sin perder la compostura y con una sonrisa burlona. Rápidamente me agaché y le propiné una patada en el mentón que lo levantó del suelo. Fue un golpe tan fuerte que cayó inconsciente. Los demás se quedaron atónitos, incluso Drew y Ferrar, observando en silencio— No entrené durante años para que unos idiotas me ganen fácilmente —dije con determinación.