Me llamo Amy Adams, tengo casi 20 años y soy heredera de una de las fortunas más influyentes de Estados Unidos. Mi familia es líder en el sector de la salud y tiene raíces profundas en la política. Actualmente, estoy estudiando medicina en una de las universidades más prestigiosas del país, y gracias a mi apellido, ya tengo asegurado un puesto en un hospital de élite.
¿Cómo una heredera como yo terminó escondiéndose en un baño de una escuela abandonada, cubierta de sangre y junto a una extraña? La respuesta es un laberinto de terror y muerte. Acabo de presenciar cómo asesinaban a jóvenes inocentes, y ahora luchamos por sobrevivir.
Le pedí a la chica que se quedara completamente inmóvil y en silencio, pero su respiración agitada y sus temblores revelaban su pánico. Me di cuenta de que sufría de ansiedad, y en este entorno de terror, era como si estuviera atrapada en su peor pesadilla. Me pregunté qué la había llevado a este lugar, qué la había empujado a participar en este macabro juego. ¿Qué secreto escondía esta chica para terminar en una situación tan desesperada?
-¿Cómo llegaste aquí? -susurré, mi curiosidad era insoportable.
-Gabi me prometió que todo cambiaría -respondió con voz trémula-. Me aseguró que encontraría una salida, libertad... -Se detuvo, su respiración se volvió agitada-. Estaba desesperada, pero ahora me doy cuenta de que fue una estupidez.
Entonces, ella también había caído en la red de Gabi. Yo la conocí en la universidad, donde se presentó como una oyente atenta y una guía compasiva para mi depresión. Confiaba ciegamente en ella, y fue esa confianza la que me llevó a aceptar su invitación a su casa para 'hablar'. Ahora me doy cuenta de que Gabi pasó meses tejiendo una tela de engaños, ganándose la confianza de jóvenes vulnerables solo para llevarlos a este infierno.
Me preguntó dónde diablos está esa hija de perra mentirosa.
La chica, al igual que yo, había llegado al borde del abismo, contemplando el suicidio como una salida desesperada. Nuestras razones eran diferentes, pero el dolor y la desesperación nos unían. Buscábamos una salvación en Gabi y en esta noche, una promesa de liberación de nuestros tormentos. Es ridículo, lo sé, pero cuando el dolor es abrumador y la esperanza se desvanece, te aferras a cualquier cosa que te ofrezca un respiro. Y Gabi nos ofreció eso: una oreja que escuchaba, una voz que prometía soluciones.
La propuesta que inicialmente me pareció una salvación ahora resultó ser una trampa mortal en esta escuela abandonada. ¿Dónde está lo ordinario? Imaginé una cena en la elegante casa de Gabi, una terapia grupal con té y galletas, no un infierno de sangre y miedo. La ironía es cruel: buscábamos escapar de nuestro dolor y terminamos en un lugar peor que nuestros propios demonios.
-Tengo que salir de aquí -dijo la chica, forcejeando con la puerta-. No puedo soportar este miedo un minuto más. ¡Necesito irme, ahora!
-¿Estás loca? -le pregunté, sujetándola firme del brazo-. ¿No recuerdas lo que les pasó a los otros cuando intentaron escapar? Si nos encuentran intentando escapar, estamos muertas.
-No me importa -dijo, forcejeando para liberarse-. Cualquier cosa es mejor que esto. Déjame ir.
Me solté de ella de inmediato, su voz estaba llamando la atención. No podía permitir que me descubrieran. Si ella quería arriesgar su vida, que lo hiciera sola, no iba a arrastrarme con ella.
Me subí a la tapa del baño y observé a la chica, su figura temblorosa se dirigía hacia la puerta. La luz de la Luna, que se colaba por la pequeña ventana, era la única que iluminaba el espacio. La puerta, que no podía cerrarse del todo, requería mi constante presión para mantenerla cerrada. Sin embargo, la curiosidad me venció cuando escuché ruidos extraños y, con el corazón latiendo con fuerza, entreabrí la puerta.