2. Revelaciones

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Salí de los vestuarios con el pelo húmedo y el corazón aún acelerado. No podía creer que me hubiera librado del castigo del entrenador Johnson. Mis compañeros me miraban con una mezcla de asombro y respeto, como si de repente me hubiera vuelto visible.

Zoe y Lucy me esperaban en el pasillo, prácticamente saltando de emoción.

—¡Tía, has estado increíble! —exclamó Lucy, abrazándome con tanta fuerza que casi me tira al suelo.

—¿Cómo coño has conseguido salir de esa? —preguntó Zoe, con una sonrisa de oreja a oreja.

Les conté lo que había pasado, cómo había improvisado una excusa ridícula y cómo, milagrosamente, el entrenador me había creído. O al menos, había fingido creerme.

—Eres mi puto ídolo —dijo Zoe, chocando los cinco conmigo.

Mientras caminábamos hacia nuestra siguiente clase, no pude evitar sentir una punzada de culpa. Sí, me había librado del castigo, pero ¿a qué precio? Había mentido, había humillado a Jay delante de todos... Vale, se lo merecía, pero aun así...

—Eh, ¿estás bien? —preguntó Lucy, notando mi cambio de humor.

Asentí, forzando una sonrisa. —Sí, solo... ha sido una mañana intensa.

Zoe me miró con preocupación. —¿Seguro que no quieres hablar de...?

—No —la corté, quizás con demasiada brusquedad—. Estoy bien, de verdad.

Pero no lo estaba. Las imágenes de mi pesadilla volvieron a asaltarme: sangre, gritos, el rostro de mi hermana... Sacudí la cabeza, intentando alejarlas.

El resto del día pasó en una especie de nebulosa. Tomé apuntes mecánicamente, respondí cuando me preguntaron, pero mi mente estaba en otra parte. En el pasado, para ser exactos.

Cuando sonó el timbre de salida, sentí un alivio inmenso. Por fin podía irme a casa, esconderme bajo las sábanas y...

—¡Eh, Stewart!

Me quedé paralizada. Esa voz. Cerré los ojos, deseando que fuera una alucinación, que cuando me diera la vuelta no estuviera allí.

Pero allí estaba Jay Parker, apoyado contra las taquillas con esa pose de chico malo que hacía suspirar a todas las chicas. Todas menos a mí, claro.

—¿Qué coño quieres, Parker? —gruñí, preparándome para otra ronda de insultos y humillaciones.

Pero para mi sorpresa, Jay no sonreía con arrogancia. De hecho, parecía... ¿nervioso?

—Yo... quería hablar contigo —dijo, pasándose una mano por el pelo—. Sobre lo que pasó en gimnasia.

—No hay nada de qué hablar —respondí, intentando rodearle—. Ya me libré del castigo, así que...

—No es por eso —me cortó, bloqueándome el paso—. Es... joder, ¿por qué es tan difícil?

Le miré, confundida. ¿Qué mosca le había picado?

—Mira, sé que he sido un capullo contigo —continuó, evitando mi mirada—. Y lo siento, ¿vale? No debería haberte presionado tanto en el partido.

Me quedé boquiabierta. ¿Jay Parker estaba... disculpándose? ¿Conmigo?

—¿Quién eres tú y qué has hecho con el verdadero Jay? —pregunté, medio en broma, medio en serio.

Él soltó una risita nerviosa. —Ya, sé que suena raro. Pero... bueno, digamos que me has hecho darme cuenta de algunas cosas.

—¿Como qué? —pregunté, genuinamente curiosa.

Reflejos rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora