Jardín secreto

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Era la primera vez que oía sobre algo como eso, no porque los jardines no existieran en el sur de Chile, o en Latinoamérica en general, sino porque Futrono era un pueblo pequeño y la existencia de algo como un jardín secreto resultaba una narrativa salida de alguna película de fantasía.

—Puedes ir cualquier día que quieras —continuó hablando María mientras Magdalena seguía ensimismada viendo el sobre que le acababa de entregar.

Era simple, de esos que se compraban en cualquier librería, a diferencia de que este portaba un sello de una rosa.

—Y acuérdate, no le digas a nadie, ni a tu mamá —un destello de miedo apareció en sus ojos, hablaba en serio.

—Ya, pero ¿segura que puedo ir nomas?

—Si po', obvio, si me autorizaron para dártelo.

Ambas estaban solas sentadas en la plaza cerca de la municipalidad del pueblo, una bolsa de papas fritas abierta y un refresco a medio tomar estaban entre ambas, sobre la banca de madera repleta de rayones. Magdalena notó como desde que le entregó el sobre había bajado la voz, no entendía tanto secretismo en algo como un simple jardín de flores, por lo que le dijo, era un lindo lugar para ir a relajarse un rato, a caminar, nada extraño.

—Ah y acuérdate de no sacar fotos, ¿ya? La idea es que vayas a relajarte no más —tomó una papita y se la llevó a la boca.

—¿Y de dónde sacaste esta cosa? —Magdalena deslizó sus dedos sobre el sello hecho con cera roja.

—Me la dieron —respondió con obviedad, rodeando los ojos como solía hacer—. Cada uno de los que vamos podemos invitar a alguien pasado un tiempo.

—Pero es que, Mari, es re raro, ¿por qué tanto secretismo?

—Porque así es la cosa, no le des más vueltas, anda cuando puedas. Tienes que ir con el sobre en mano o no puedes entrar, ¿ya?

Magdalena desistió de preguntar más, asintiendo con la cabeza. Ambas estaban en su último año de liceo, era fin de semana largo por fiestas patrias así que María tuvo la iniciativa de que se juntaran un ratito a conversar.

Conversaron un rato más, evadiendo el tema del jardín porque cuando intentó volverlo a sacar, María le dijo molesta que debía verlo por sí misma, era algo que no se podía contar, que la magia estaba en ir sola.

Al llegar a casa, Magdalena escondió el sobre hasta llegar a su cuarto donde pudo abrirlo —cerró la puerta por si acaso—, quitó el sello de cera con torpeza, era la primera vez en su vida que trataba con algo del estilo. Dentro encontró tres hojas de papel, leyó la primera, era una clara invitación en un lenguaje formal desde el "Estimada Magdalena Silvia Fuentes Leal" hasta la escritura de cada palabra, ¡Estaba escrita a mano y todo! Una letra cursiva hermosa en tinta negra señalaba el "Rosal secreto" como un jardín perfecto para pasar la tarde en soledad observando las bellas plantas que "su alteza" dejaba a disposición de invitados selectos.

Magdalena no pudo evitar sonreír de emoción, era, por lo que decía la carta, una invitada predilecta que cumplía con los aspectos necesarios para formar parte de la orden de la Rosa, como se indicaba.

Espero que no sea una sexta, pensó para sus adentros, mirando la segunda hoja que contenía las indicaciones y dirección, era casi un acertijo de caminos con referencias. Al pie de la hoja aclaraba que debía llegar con la carta y con su cédula de identidad para verificar que la carta no hubiese sido robada. También se pedía total discreción o de lo contrario la membresía sería revocada.

Se sintió importante, como una duquesa invitada al baile real en los tiempos de reinos, si hasta hablaban de una alteza.

Siempre le gustaron los cuentos de princesas cuando era niña y al crecer le agarró gusto a estudiar todo lo que en realidad rodeaba a una princesa, desde los reyes hasta los ejércitos reales. Por lo que sabía, "su alteza" era la forma de dirigirse a una princesa o príncipe, por lo tanto, ante sus ojos estaba... ¿una invitación de una princesa? Se mordió el labio inferior para acallar la risita.

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