Cuando las sonrisas dicen más que las palabras (y tú no puedes escuchar nada)

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Capítulo 11

Llegamos a un hotel cómodo que nos permitía estar más tranquilos en esos momentos. Decidimos tener habitaciones compartidas para ahorrar un poco de dinero (idea de los hijos de Apolo). Yo estoy compartiendo habitación con Malec, y en estos momentos no me siento muy bien. De alguna manera, siento que todo lo que pasó con la profecía y demás es mi culpa, lo cual es bastante estúpido, pero no puedo evitar sentirme así; siento que es mi responsabilidad.

Malec entra a la habitación, y parece algo más relajado. Su cabello está húmedo, así que supongo que ha estado en la piscina o algo parecido.

—Bell, ¿podemos hablar un momento? —admite, y no niego que eso me pone un poco inquieto. No sé por qué querría hablar conmigo, pero accedo.

—Claro, está bien —sonrío, o al menos eso intento—. ¿Qué sucede?

—Quiero disculparme por haberte gritado. Me sentía frustrado en ese momento, y tengo que admitir que estaba algo molesto, pero no es nada en tu contra —parece cansado, pero entiendo a lo que se refiere.

—Descuida, no es tu culpa y no tienes que disculparte. Todo esto sigue siendo nuevo para mí, y no sé cómo hacer que sea más fácil. Es complicado, y no me siento cómodo con nada. Parece que soy un estorbo.

—Todos nos sentimos así. Cuando llegué al campamento, conocí a Elizabeth, nuestra hermana mayor, y ella me enseñó todo. Yo vivía en un lugar poco agradable; mi padre era un maldito loco que se obsesionó demasiado con la mitología y no dudó en hacerme daño. Pensaba que yo podía ayudarle a entrar al Olimpo y a entender cosas que los mortales no comprenden con exactitud. Escapé de casa y terminé bajo el cuidado de una Nereida. Ella me cuidó y me guió en todo momento —su historia es triste, muy distinta a la mía.

—¿Nunca odiaste a Morfeo? Es decir, siento que todo esto es por su culpa. Me cuesta no pensar que él me ha causado daño y problemas. Yo no quiero esta vida; no quiero ser un héroe ni un maldito semidiós...

—Papá nos ama. Morfeo siempre ha amado a sus hijos, nos cuida y nos protege, aunque para los dioses es difícil estar presentes en la vida de sus hijos. Sin embargo, nunca me sentí del todo solo. Tenía a mi hermana y a mi padre... A Morfeo. Por eso te reclamó a los dieciséis años; quería evitar a toda costa que tuvieras el destino de un héroe.

Jamás había pensado en eso. No consideraba que él quisiera protegerme o evitarme algo, pero ahora entiendo un poco más de todo esto, aunque sigue siendo difícil pensar que no es su culpa.

— Te enseñaré todo lo que tienes que saber. Así como Eli me enseñó varias cosas, ahora es mi turno de ser el hermano responsable y ayudarte.

— Es lindo tener un hermano mayor —sonreí levemente, y solo pude sentirme agradecido por el hecho de que él estuviera conmigo en esos momentos. No sabía qué podría pasar si me quedaba completamente solo, sin alguien más que me guiara.

— Somos familia; para eso estamos —dijo, agitando mi cabello y estirándose—. Iré a ver que todos estén bien. —Dicho eso, se retira, y me quedo solo en la habitación con Alex. Me siento un poco mejor.

Ese pequeño silencio no dura demasiado. Lissandro entra a la habitación y sonríe al verme. Siento que últimamente está algo enfocado en mí, y no sé si eso es algo bueno o no, pero debo admitir que no me molesta en lo absoluto.

—¿Cómo sigues de la quemadura? —pregunta, tomando suavemente mi mano mientras me mira.

— Duele un poco —respondo con una sonrisa.

— Ajem... no hagas nada, o te pico los ojos —advierte Alex, posado sobre la cabeza de Lissandro, y solo puedo reír.

Lissandro suelta una risa baja al escuchar a Alex, que grazna desde su posición en mi hombro. Sin soltar mi mano, Lissandro me observa por un momento, y siento que algo en su mirada intenta decirme más de lo que sus palabras se atreven.

— Oye, si alguna vez necesitas hablar... o simplemente estar con alguien, sabes que aquí estoy, ¿verdad? —dice, con una voz cálida y seria a la vez.

Asiento, sintiendo una mezcla de alivio y gratitud. A veces, las palabras sobran, y Lissandro parece entenderlo. Solo con su presencia, parece que las cargas se vuelven un poco más ligeras.

— Gracias, Lissandro. Realmente me haces sentir que no estoy solo —respondo con sinceridad, apretando un poco su mano.

Él asiente y, tras un último apretón, desvía la mirada como si algo le incomodara un poco. No sé exactamente qué pasa por su mente, pero tampoco quiero forzarlo a hablar. Nos quedamos en un cómodo silencio, mientras Alex observa la escena con sus ojos negros y brillantes, inclinando la cabeza con curiosidad.

Después de un rato, Lissandro se levanta y me da una última sonrisa.

— Bueno, me encargaré de que todo esté en orden. Tú descansa y hazle caso a Alex, por una vez en la vida —bromea, guiñándome un ojo.

—¡Oye! Soy perfectamente responsable y confiable —responde Alex con un suave graznido, como si intentara defender su honor, y eso hace que ambos riamos.

Lissandro sale de la habitación, y me quedo con una sensación cálida en el pecho. En medio de todo lo que ha pasado, saber que tengo a personas como él y a un cuervo como Alex a mi lado hace que los días sean un poco más llevaderos.

Alex se acomoda mejor en mi hombro, mirándome con esos ojos llenos de vida y energía que tanto me han ayudado en los momentos difíciles.

—¿Qué tal si jugamos algo para distraerte un rato? —grazna, dándome un ligero picotazo en la oreja—. ¡Y esta vez no hay reglas! Todo se vale.

No puedo evitar sonreír ante su entusiasmo. Tal vez un juego improvisado y una buena risa son justo lo que necesito ahora.

Me asomo por la ventana y, entre las sombras de los árboles, veo a Percy y a Nico conversando. Algo en la forma en que están me llama la atención; Nico tiene una expresión que pocas veces le veo. Está sonriendo, no la sonrisa de cortesía o la que usa cuando se siente incómodo, sino una genuina, de esas que llegan hasta sus ojos. Percy lo escucha con paciencia, asentando de vez en cuando, y puedo notar la suavidad en sus gestos. Hay una paz extraña entre ellos, una vibra bonita que envuelve toda la escena.

Me quedo mirándolos un poco más, y siento una calidez inesperada en el pecho. No sé exactamente qué los conecta de esta forma, pero parece tan natural que casi me hace sonreír. Percy suelta una pequeña risa, y Nico lo sigue, contagiado, como si en ese momento no existiera nada más que su propia burbuja. Los dos parecen en completa sintonía, en silencio, en risas, en algo que no puedo definir, pero que resulta dulce y auténtico. Sin darme cuenta, apoyo una mano en el marco de la ventana, casi como si quisiera atrapar el instante. Observarlos me da una sensación de paz; ver a Nico así de feliz y tan cerca de alguien me hace sentir que, tal vez, este es un momento importante para él. Una parte de mí se pregunta a dónde los llevará este vínculo, pero otra parte simplemente disfruta el verlo así, sin preocupaciones. Me doy cuenta de que estoy invadiendo un poco su espacio, así que me retiro de la ventana. Pero mientras me alejo, no puedo evitar sonreír levemente, llevándome esa imagen conmigo. Esa conexión entre ellos... es algo que no se ve todos los días, y me hace sentir tranquila y feliz, como si hubiera presenciado algo valioso, algo que tal vez ni ellos mismos alcanzan a comprender del todo aún.

𝑶𝒓𝒊𝒃𝒆𝒍𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒆 𝒚 𝒍𝒂 𝒂𝒓𝒆𝒏𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝒍𝒆𝒕𝒂𝒓𝒈𝒐 #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora