Desperté un poco tarde esa mañana, y al salir de mi habitación aún adormilada, me detuve en seco. Ahí estaba Darío, caminando por el pasillo sin camisa, con el cabello despeinado y una expresión de concentración mientras miraba algo en su teléfono. Su cuerpo, fuerte y marcado, atrapó mi mirada por completo, haciéndome olvidar por un momento que debería seguir de largo.
Se giró en ese instante y me sorprendió observándolo. Su ceja se arqueó en un gesto divertido, y aunque traté de actuar como si no pasara nada, el rubor en mis mejillas me delató. No pude evitar sentirme nerviosa, como una adolescente pillada en medio de un mal disimulado intento de mirar.
—¿Disfrutando del espectáculo? —preguntó, con una sonrisa ladeada que me desarmó por completo.
Me aclaré la garganta, intentando recuperar la compostura. Decidí que, si iba a ser su esposa, podía permitirme algún atrevimiento.
—Bueno, técnicamente soy tu esposa… creo que tengo derecho a mirar, ¿no? —le respondí, con un tono que intentaba sonar seguro, aunque sentía que mi voz temblaba un poco.
Él soltó una risa baja, y esa chispa en sus ojos se hizo más intensa mientras daba un paso hacia mí. Su cercanía hizo que mi respiración se volviera inestable, pero antes de que pudiera responder, un ruido nos interrumpió: pasos ligeros venían desde el pasillo.
Luna apareció con su uniforme de colegio, y al verme con su padre, frunció el ceño de inmediato. Su carita parecía algo triste, y no hizo falta mucho para saber qué vendría después.
—Quiero que papá me lleve al colegio, no tú —anunció, con una voz que era a la vez firme y suplicante. Me dolía escucharla, aunque me decía a mí misma que debía entenderla, que esta situación era difícil para una niña de su edad.
Intenté agacharme un poco, poniéndome a su nivel para hablarle.
—Lo sé, Luna. Pero hoy papá tiene trabajo temprano, y le prometió a Aitana que yo te llevaría. Después, vamos a hacer algo divertido juntas, ¿qué te parece? —le dije, tratando de ponerle mi mejor sonrisa.
Ella me miró con escepticismo, sus labios fruncidos en una expresión que dejaba claro que no estaba convencida. Se giró hacia Darío y lo miró con sus ojitos brillantes.
—Papá, quiero que seas tú quien me lleve… por favor —insistió, abrazándose a su pierna como si pudiera persuadirlo solo con su presencia.
Darío suspiró, lanzándome una mirada de disculpa y acariciando la cabeza de su hija con cariño.
—Luna, Aitana va a llevarte hoy, y quiero que te portes bien con ella. Papá va a estar aquí cuando vuelvas, ¿de acuerdo? —le dijo, con una firmeza que parecía equilibrada por su cariño.
Luna frunció los labios y soltó un suspiro resignado. Parecía entender que no había forma de ganar esta vez. Sin embargo, antes de soltar la pierna de su padre, me lanzó una última mirada, como una advertencia de que yo no era la primera en su lista de preferencias.
—Está bien… pero quiero sentarme atrás, sola —dijo finalmente, cruzando los brazos con una mezcla de terquedad y aceptación.
Sonreí, aunque sentía la incomodidad de su rechazo. Agarré su mochilita y se la pasé, tratando de aligerar el ambiente.
—De acuerdo, puedes sentarte donde quieras, princesa —le dije, guiándola hacia la puerta mientras sentía la mirada de Darío detrás de nosotras.
—Nos vemos luego —le dije a Darío, dándole una última mirada de soslayo, y vi que me sonreía con un destello cómplice.
Su mirada parecía decirme algo sin palabras, algo que me hacía sentir más fuerte y menos afectada por la frialdad de Luna. Así que, con una sonrisa y el corazón un poco más ligero, llevé a Luna al coche, lista para enfrentarme al día que tenía por delante.
El trayecto hacia el colegio comenzó en un silencio incómodo. Luna, como había pedido, estaba sentada atrás, mirando por la ventana y con los brazos cruzados, claramente decidida a ignorarme. Era fácil ver que aún estaba molesta porque Darío no la había llevado esta mañana.
A medida que avanzábamos, pensé en lo mucho que deseaba llevarme bien con ella, pero sabía que forzar las cosas no era la solución. Respiré profundo, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—¿Sabes, Luna? —dije al fin, intentando sonar relajada—. Cuando tenía tu edad, yo también solía hacer berrinches si mi mamá no me llevaba a la escuela.
Ella no se giró, pero noté que sus ojos se movieron un poco, como si al menos estuviera escuchando.
—¿Ah, sí? —murmuró, sin mucho interés, pero agradecí que hubiera respondido.
Asentí, sonriendo ante el recuerdo.
—Sí. Mi mamá tenía que trabajar, y había veces que no podía llevarme. Me enojaba mucho y pensaba que era porque no quería estar conmigo, pero luego entendí que ella hacía todo eso porque me quería. Quería que tuviera una buena vida, y eso significaba hacer sacrificios… como tener que ir al trabajo temprano.
Luna soltó un suspiro y, aunque seguía mirando por la ventana, me arriesgué a continuar.
—Sé que a veces no es fácil compartir a tu papá —dije suavemente—, y que puede ser raro que ahora yo esté aquí, cuando antes solo eran tú y él. Pero quiero que sepas algo, Luna. No estoy aquí para quitarte nada, sino para que juntos tengamos una gran familia. Y prometo que nunca intentaré ocupar el lugar de tu mamá. Solo quiero ser alguien en quien puedas confiar… y que podamos pasar buenos momentos.
Luna finalmente se giró hacia mí, sus ojitos se suavizaron un poco, aunque todavía había una barrera en su mirada.
—Papá siempre me llevaba —murmuró, con un tono de tristeza—. Solo éramos él y yo… Y ahora tú estás aquí. Y no sé si me caes bien.
Su sinceridad, aunque un poco dolorosa, me hizo sonreír. Era comprensible, y me alegraba que al menos tuviera la confianza para decirlo.
—Es justo —le respondí, asintiendo—. No tienes que decidir ahora si te caigo bien o no. Podemos tomarnos el tiempo necesario y, mientras tanto, yo estaré aquí para ayudarte en lo que necesites.
Ella me miró en silencio durante unos segundos, como si estuviera evaluando si mis palabras eran genuinas. Luego, giró la cabeza hacia el frente y susurró:
—Supongo que podemos intentarlo…
No pude evitar sonreír más ampliamente, sintiendo una pequeña chispa de esperanza. Era un paso, pequeño pero valioso.
—¿Qué te parece si después de clases pasamos a tu lugar favorito para un helado? —le propuse, intentando ofrecerle algo de lo que pudiera emocionarse.
Vi cómo sus ojos brillaban ligeramente, aunque trató de disimularlo, manteniendo una expresión neutral.
—Depende… ¿puedo pedir uno con doble de chispas de chocolate? —preguntó, con un tono que tenía un toque de picardía.
Reí y asentí.
—Claro que sí. Con todo el chocolate que quieras.
Finalmente, una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Y aunque era solo un primer paso, sentí que tal vez, poco a poco, podría ganarme su confianza y construir una relación verdadera con ella.
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Contrato de Amor
RomanceAitana jamás imaginó que fingir ser la esposa de su jefe, el misterioso y solitario Darío Valmont, la llevaría a un mundo lleno de secretos. Entre miradas prohibidas y una pequeña niña que despierta su instinto maternal, Aitana descubre que este con...