Capítulo 8

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El día había comenzado con algo de caos en la oficina

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El día había comenzado con algo de caos en la oficina. Tenía varias reuniones programadas con socios que venían de distintas partes, y todos parecían llegar con expectativas altas, evaluando cada detalle de nuestras operaciones. Llevábamos semanas preparando estos encuentros, y hoy, finalmente, teníamos la oportunidad de cerrar un trato importante que podía abrir puertas a nuevos proyectos.

Me encontraba revisando los últimos detalles cuando vi a Aitana cruzar la puerta principal, regresando después de haber llevado a Luna al colegio. Observé cómo se dirigía hacia su escritorio, sin notar que yo la miraba. Había algo en la forma en la que se movía, en su leve sonrisa y en el modo en que se acomodaba el cabello, que me hizo recordar lo que habíamos compartido en estos días… y anoche. Era un juego peligroso, porque aunque habíamos empezado esto como un "contrato" frío y formal, la realidad se estaba volviendo más compleja y... tentadora.

No podía evitar notar las miradas de algunos de mis colegas al pasar junto a ella. Por alguna razón, me sentí incómodo, como si quisieran saber más de lo que yo estaba dispuesto a mostrar. Inspiré profundamente, manteniendo la compostura mientras caminaba hacia ella.

—Aitana —llamé, mi tono más serio de lo habitual. Ella levantó la vista, sorprendida de que me dirigiera a ella en medio del ajetreo de la oficina.

—¿Sí? —respondió, con una mirada algo desconcertada.

—Ven conmigo. Necesito que estés presente en la reunión con nuestros socios.

Noté el ligero temblor en sus manos al cerrar su agenda y levantarse. Mientras caminábamos hacia la sala de juntas, vi cómo los ojos de nuestros empleados la seguían, llenos de curiosidad y murmullos. De alguna manera, el simple hecho de que ella estuviera a mi lado estaba mandando un mensaje claro, uno que yo aún no había puesto en palabras, ni siquiera para mí mismo.

Cuando entramos en la sala, los socios ya estaban ahí, esperando. Saludé a cada uno con un apretón de manos, manteniendo la mirada firme, y luego señalé a Aitana.

—Permítanme presentarles a mi esposa, Aitana. Ella estará acompañándome durante la reunión. —Sentí cómo la palabra “esposa” colgaba en el aire, generando un silencio momentáneo. La mirada de mis socios pasó de ella a mí, sorprendidos, como si intentaran leer entre líneas.

Aitana sonrió, algo nerviosa, pero en sus ojos había una mezcla de firmeza y dignidad que me sorprendió. Respondió al saludo de cada uno con naturalidad, como si estuviera acostumbrada a ese papel, aunque sabía que esta era la primera vez que la veía en esta faceta.

La reunión comenzó, y yo tomé la palabra, explicando los puntos principales de nuestra propuesta. Sin embargo, en algún momento, uno de los socios, un hombre de aspecto astuto y ambicioso llamado Ortega, desvió la conversación hacia un tema que no esperaba.

—Señor Valmont, debo decir que ha sido una sorpresa enterarnos de su reciente matrimonio. —Ortega sonrió de manera calculada, observando a Aitana con una mirada escrutadora—. Nos tiene intrigados. ¿Cómo es que nunca se mencionó antes?

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