19. Al filo de las emociones

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En la Casa de Darío: La Confesión

Darío y Marcos llegan a la casa después de un intenso entrenamiento. El aire está cargado de tensión mientras entran al departamento. Darío se deja caer en el sillón del living y se pasa las manos por la cara, exhalando con cansancio y frustración. Marcos se sienta a su lado, observando cómo su amigo lucha con sus propios pensamientos. En la mesita de café, el celular de Darío parpadea, mostrando las notificaciones de mensajes que ha enviado sin recibir respuesta de Adam.

Marcos: - Dale, loco, largá todo. ¿Qué onda, no le pensás decir nada más a Adam?

Darío se queda en silencio, mirando el celular, con los dedos temblando de ansiedad y sus ojos oscilando entre furia y tristeza.

Darío: - Boludo, me estoy volviendo loco... ya no sé si estoy enojado con él o conmigo mismo... Quiero que me conteste, pero siento que me odia.

Marcos lo observa con una mezcla de preocupación y ternura.

Marcos: - Escuchame, Darío... vos no sos un pibe que se rinde. ¿Le vas a dar el gusto de pensar que no te importa?

Con un suspiro pesado, Darío toma el celular y abre el chat con Adam, repasando los mensajes sin respuesta. Marcos mira de reojo y le pone una mano en el hombro.

Marcos: - No te guardes nada, flaco. Si te hace falta el pibe, decíselo. Mandale un mensaje que le haga entender que lo extrañás en serio.

Darío asiente levemente, pero sus pensamientos son una tormenta de emociones encontradas. "¿Cómo hago para arreglar todo esto?" piensa, mientras la mirada de Marcos lo sostiene y le da ese empujón que necesita.

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En la Casa de Adam: La Noche de Reflexión

Mientras tanto, en su casa, Adam se recuesta en la cama con el celular en la mano, repasando una vez más los mensajes de Darío. Las luces del cuarto están apagadas, salvo por la tenue pantalla del celular que ilumina su rostro con una luz azulada. Ainhoa duerme en la habitación contigua, y la quietud de la noche le da a Adam un espacio para escuchar sus propios pensamientos, que parecen susurrarle entre la calma de su hogar.

Adam: - ¿Por qué me cuesta tanto responderle?

Los mensajes de Darío son tiernos, hasta casi vulnerables, y algo dentro de él se quiebra. Extraña la compañía de Darío, su risa que llenaba toda la casa, sus chistes, sus ocurrencias, y esa presencia que le hacía sentir que, pase lo que pase, no estaba solo.

Se recuesta y cierra los ojos, recordando la sonrisa de Darío y sus bromas de vestuario. Pero junto a esos buenos recuerdos, surge también el resentimiento, las discusiones y las veces en que sintió que su confianza fue traicionada.

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Ainhoa y Adam: Un llanto inesperado

De repente, el silencio de la casa es interrumpido por el llanto de Ainhoa. Adam se levanta rápidamente y se dirige al cuarto de su hija, encontrándola sentada en su camita, con los ojitos llenos de lágrimas.

Adam: - ¿Qué pasa, mi amor?

Ainhoa alza los brazos, sollozando, y Adam la toma en brazos, acunándola suavemente para calmarla. Pero Ainhoa, entre sus llantos, murmura algo que deja helado a Adam.

Ainhoa: - Quiero a papi Darío...

Adam se queda paralizado, sintiendo cómo cada palabra de su hija se clava como un dardo directo al corazón. El pequeño cuerpo de Ainhoa tiembla en sus brazos, y él siente un peso enorme al ver cuánto Darío también significa para ella.

Mientras la acuna, se pregunta si sus propios resentimientos están lastimando más de lo que cree. "¿Y si estoy arruinando esto sin darme cuenta?" piensa, mientras Ainhoa sigue sollozando, como si también ella sufriera esa ausencia.

Ainhoa: - Papi Darío me hacía reír... lo extraño, papi...

Adam la acuna más fuerte, con los ojos humedecidos, dándose cuenta de que su hija está pidiendo algo que él mismo anhela en secreto.

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El Mensaje de Voz de Darío

Al mismo tiempo, Darío en su casa sigue pensando en las palabras de Marcos. Después de tomar valor, decide hacer lo que lleva días evitando: expresar en sus propias palabras lo que realmente siente. Agarra su celular, bajo la atenta mirada de Marcos, abre la grabadora de voz, y después de unos segundos de duda, comienza a hablar, dejando que sus sentimientos fluyan sin filtros.

Darío: - Mirá, Adam... no sé ni cómo empezar. Extraño todo... pero todo, ¿entendés? Extraño levantarme y saber que estás, saber que puedo verte y que no tengo que guardarme nada. Vos... vos sos todo para mí, y si la cagué, lo admito, me hago cargo. Pero no puedo seguir así, loco. Volvé...

Termina el mensaje y lo escucha una vez más antes de enviarlo. Sin más vueltas, pulsa "enviar" y suelta el celular en la mesa, sintiendo un peso menos en el pecho. No espera respuesta. Simplemente deja que las palabras hagan lo suyo.

Marcos primero le palmea la espalda, y luego, lo tranquiliza, asegurándole que hizo lo correcto.

Marcos: - ¿Viste que no era tan difícil, rey? No te ahogues en un vaso de agua. Dale tiempo a que te responda. Ahora: ¿qué te gustaría que hiciéramos? Así le aviso a Enzo que hoy vuelvo tarde a casa, por si las moscas.

Darío: - Faaaa loco, ¿hace cuánto estás con Enzo Pérez?

Marcos: - Mirá, nos conocimos en 2008, cuando yo empecé a jugar en Estudiantes, empezamos a salir formalmente en 2009 y nos casamos en 2013, así que son... dieciséis años, ¿no?

Darío: - ¡Es una banda, hermano! ¡Cuántos años de aguante! Y de amor, obvio.

Marcos: - Maaal, viste. Igual tuvimos nuestros momentos difíciles, de distancia. Pero siempre volvimos el uno al otro, porque sabemos que nuestro amor pesa más que cualquier otra gilada o discusión que podamos tener, y que nunca vamos a encontrar a alguien mejor que nosotros mismos - dijo Marcos, notoriamente emocionado y conmovido.

Darío: - Totalmente de acuerdo. Ustedes nacieron para estar juntos siempre. Me tienen que invitar a su casa. Hace mil que no veo a Ámbar, Benjamín y a Olivia... ¡Seguro están re grandes los peques!

Marcos: - ¡Y cómo! Cada día están más grandes, a veces me gustaría que dejen de crecer tan rápido, viste. Y así como nos pasó a nosotros, les va a pasar a vos y a Adam. Dale tiempo nomás, y vas a ver cómo cada cosa va a volver a estar en su lugar. Tantos años de amor entre ustedes no pueden ser tirados a la basura.

Darío: - Dios quiera que sí, Marcucho. Y no sabés cuánto quiero que eso pase... Bueno, ¡basta de sentimentalismos! ¿Te prendés a esas partiditas de FIFA o qué onda?

Marcos: - ¡Sabelo, hermano!

Me dediqué a perderte (Benedetto x Bareiro) (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora